Reactualizar el software para vivir mejor
Sole Simond propone: “Cuando todo se derrumba, lo único que queda en pie es aquello que es flexible, como esos edificios antisismos que tienen bases movibles".
25 de abril de 2023
A veces tenemos que reactualizar el software para adaptarnos y estar mejor. - Créditos: Getty
Cuando era adolescente mis amigas me burlaban porque iba con una libretita al boliche. Entonces, cuando un chico me pedía el teléfono, yo sacaba mi birome y tomaba nota del suyo. De todos, porque aunque el chico no me gustara me daba pena herir sus sentimientos.
Siempre fui un poco abuela. Recuerdo que ante los piropos respondía gracias, estaba pendiente de que mis amigas no tomaran y prefería conversar, no entendía mucho de la lógica del levante, de hacerte la linda y demás. Siempre me sentí grande siendo chica. Incluso tengo algunos flashbacks de soñarme adulta, ya teniendo mi trabajo y familia –¡con responsabilidades!–, porque la juventud me parecía una pérdida de tiempo.
Quizás tuvo que ver con que de chica pasaba mucho tiempo con Dora, mi abuela paterna, y había algo en esa cadencia, de acomodar la casa, tener el ritual de hacer la compra del día, cocinar, dormir una siesta, que me daba cierta previsibilidad.
Tenía ganas de envejecer, que me tomaran más en serio, de ya no ser la “mascota” del trabajo, poder quedarme en casa un sábado a la noche sin que nadie me dijera: “¡¿Cómo no vas a salir?!”. Quería dejar de agradar. Y alguna vez alguien me dijo a mis veinte: “Lo que pasa es que sos un alma vieja”. No sabía bien qué significaba eso, pero sí me recordaba mi urgencia de sincronización: ¡¿Cuándo voy a poder ser yo?!
Ahora que tengo 43 años, que vi pasar todas las etapas personales y profesionales, los comienzos, el éxito, la expansión, la reconversión, los cambios de paradigma, la destrucción de lo conocido, la innovación… pienso que, si algo me dejó el paso del tiempo, es el aplomo. Un modo testigo de pararme en la vida. Esa virtud era inimaginable cuando era pendeja y todo me parecía demasiado importante y urgente.
“La clave es vivir como si tuviéramos 70 y pico, Sole”, me dijo Hernán, un amigo que me compartía su última revelación, después de haber pasado unos días con sus suegros. Pero eso no significa que “todo lo cura el tiempo” –¡porque conocemos personas mayores que son un manojo de nervios!– (hablo un poco como mi abuela, ¿no?), sino que tiene que ver con cómo capitalizamos esas experiencias. Y que la vida no se nos pase en vano.
Prefiero dejarme filtrar por nuevas ideas, en vez de aferrarme a las mías. Creo que esa es la única manera de mantenernos “jóvenes”. Así como el celular actualiza su software, nosotros también en plena era de Acuario, estamos arrinconados a rever creencias, valores, vínculos. Y digo arrinconados, porque las transformaciones se dan tan drástica y vertiginosamente, que no nos da tiempo para pensar ni quiénes somos, ni qué queremos, ni en qué creemos. Pone a prueba nuestras rigideces. Nos barrena la ola, y nos deja culo afuera con arena hasta en las orejas.
Mi fórmula es, entonces, escucharme a mí misma y a lo desconocido. No hay manera de sintonizar con nuestro propósito sin un GPS personal, pero que al mismo tiempo elija rutas nuevas. Me gusta pensar que si esta era que recién comienza va a poner en jaque nuestras estructuras, ya podemos ganarle un poco de mano, y empezar a arriesgar nuevas aventuras, seguir a personas distintas, salir de nuestra zona de confort. Antes de que el Universo se ría de nosotras, riámonos de nosotras mismas.
En definitiva, cuando todo se derrumba, lo único que queda en pie es aquello que es flexible, como esos edificios antisismos que tienen bases movibles.
El aplomo, entonces, es esa capacidad de ver venir el tsunami y saber que nada puede ser destruido, si no que sólo se recrea y reinicia. Tardé cuatro décadas en experimentar esto. Y si pudiera volver a esa Sole de 15, libretita en mano, le diría: “No sé si este pibe te va a llamar, pero creeme, hay una verdad infinita esperándote”.