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Vacaciones en familia: ¿desencuentro de pareja?

En esta nueva columna, Josefina de Cabo enlaza la experiencia de sus vacaciones con su relación matrimonial.


Vacaciones en familia

Vacaciones en familia - Créditos: Getty



Volvimos de las vacaciones con el sol en la piel y el descanso en la mente (qué poética me puse hoy). Conectados entre nosotros y listos para encarar un final de año que se viene movidito, movidito. Qué necesario este corte y qué afortunados -privilegiados- somos por haber podido concretarlo.

En el avión de vuelta elegimos asientos separados: dos adelante y dos atrás. De esa manera nos asegurábamos que cada uno de los grandes viajara con uno de los chicos. A mí me tocó atrás con el más chiquito y a mi marido adelante con la mayor. Mientras el avión carreteaba para despegar miré al frente, vi la cabeza de mi marido por encima del asiento y un pensamiento me atacó: esta semana no vi a mi pareja. Lo vi, pero no lo vi. Se entiende lo que quiero decir, ¿no?

Es que en las vacaciones con hijos el tiempo a solas con la pareja es un sueño que sólo unos pocos afortunados logran cumplir, sobre todo entre aquellos que tenemos niños pequeños. Por lo menos en nuestro caso, no hubo caso. Los tuvimos abrojados la semana entera y el tiempo a solas no existió. Y eso que lo intentamos. Elegimos vacacionar en un lugar que tenía un espacio diseñado específicamente para ellos con juegos y entretenimiento y otros niños, pero no. Claro que la idea era ir todos juntos y conectar y todo lo que hablamos en la columna anterior, pero un ratito a solas no se le niega a nadie, che. Habría que explicarles eso a mis hijos.

No me quejo, eh. Yo quería conectar con la familia, y vaya si lo hice. Jugué, hice castillos y fuertes, salté las olas, jugué al ahorcado y aplaudí saltos ornamentales infinitos. El libro que llevé para estrenar quedó abandonado y aplastado en el fondo de la valija y las conversaciones que pensábamos tener en pareja siguen en la lista de pendientes.

¿Pero a la noche cuando los chicos dormían no podían charlar? Sí, claro que podíamos. La media hora que aguantábamos. Los chicos caían extenuados y, nosotros, también. Corretear a una pequeña de 6 y uno de 3 en la playa y la pileta es como correr una maratón por día: no te ahogues, no te tires a la pileta sin flotador, cuidado con esa piedra, la escalera, no le tires el vaso al vecino de reposera, no podemos comprar eso. Uf, agotador. 

Así que compartimos cervezas con limón (prueben, no se van a arrepentir) entrecortadas en la reposera mientras mirábamos a los chicos saltar las olas en la orilla y charlas de media hora cuando ellos, por fin, se quedaban dormidos. Y después de eso, el sueño que nos ganaba a nosotros también y mañana será un nuevo día de corridas, zambullidas y castillitos. Ya en casa habrá tiempo para hacer cosas solos, con la red que nos acompaña y sostiene para cuidar a nuestros hijos mientras nosotros podemos hacer cosas a solas.

Llegará ese momento. Mientras tanto, ¿saben qué? Estuvo genial.

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