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Running en primera persona: ¿cómo entrenarte para correr una carrera de 21 km?

Hoy se corre la maratón de Buenos Aires de 42 Km. En esta crónica, la experiencia de una corredora amateur, y los aprendizajes, errores y aciertos que le trajo el camino para completar los 21 kilómetros en la Media Maratón del mes pasado.


Simply Run, el ejercicio que se hace en 10 minutos y cambia tu estado físico.

Simply Run, el ejercicio que se hace en 10 minutos y cambia tu estado físico. - Créditos: Getty



Llegué al Rosedal de Palermo un martes de principios de noviembre de 2021. Faltaban unos minutos para las 8 de la mañana y no había nadie en el punto acordado. Alrededor del lago, algunas personas trotaban, otras caminaban. Una familia de patos se paseaba entre los árboles. Yo, por mi parte, me sentía una ridícula ahí parada sola, y en mi cabeza se agolpaban todos los pensamientos de autoboicot posibles: ‘¿para qué vine?’, ‘¿por qué no me quedé durmiendo?’, ‘¿cómo voy a hacer para correr más de cinco minutos seguidos?’. Estaba inmersa en mis preguntas cuando apareció una chica y me saludó con total naturalidad. Me preguntó mi nombre, y me dijo, ‘ah, ¡nos llamamos igual! Yo también me llamo Daniela’. Fue suficiente para no salir corriendo para tomarme el colectivo de vuelta a mi casa. Yo, que busco señales en todo, lo tomé como una señal del universo de que tenía que quedarme y me reí de mí misma. Había cumplido años unos días antes, y en el medio de los balances y los deseos para mi nuevo ciclo, apareció la idea de animarme a hacer algo que creía imposible para mí y en esa larga lista, estaba correr (y soñando fuerte, llegar a hacer una carrera de 21 kilómetros a mis 38 años).

Nunca había sido una gran deportista, pero me gustaba trotar de vez en cuando, aunque cada vez que llegaba a los cuatro o cinco kilómetros, me dolía la rodilla derecha y tenía que parar. Me sentencié a mí misma que yo no podía correr. Hasta tenía pruebas contundentes para reafirmarlo: unos años antes había corrido -casi sin preparación y sin tomármelo muy en serio- una carrera en montaña, invitada como periodista para relatar la experiencia de una amateur. No fue del todo buena: recuerdo lo épico y emocionante de correr en el paisaje imponente de San Martín de los Andes, y pensar, arriba de la montaña, ‘¡quiero hacer esto para siempre!’, pero también, cuando bajé, mi rodilla inflamada y trabada unas horas después, y las sesiones truncas de kinesiología, la frustración y el enojo de los meses posteriores.

Así fue que, para desbloquear ese imposible para mí, me obligué a probar una clase en un running team, como determinación para mi nuevo año. No sé si me daba más vergüenza la falta de estado físico o el no conocer a nadie, o las dos cosas, pero me prometí bancarme la incomodidad al menos durante esa mañana.

Todo es cuestión de empezar

Con el pasar de los minutos aparecieron más personas y llegó Marcelo Perotti, el profesor y creador de Correr Ayuda, uno de los running teams más conocidos y con más historia. Dio la orden de empezar la entrada en calor, y mientras veía que enfilaban para Avenida del Libertador, me miró y me dijo, ‘seguime, vamos a correr despacio, a un ritmo muy tranquilo, que podamos hablar’. No me dio tiempo de responder -no entendía cómo podía ser posible eso de correr y hablar-, y empecé a trotar al lado de él, sin prisa pero sin pausa, mientras me daba la charla introductoria que me hizo olvidar de que efectivamente, estábamos corriendo. Me habló de que lo más importante era la continuidad, que había que comprometerse a ir a las clases, y que después se trataba de respetar la progresión, que el plan de entrenamiento me iba a ir llevando a superarme poco a poco. Me entusiasmé, sentí que estaba en el lugar correcto, que había encontrado el desafío que buscaba, y aún así, no tenía idea que había empezado una nueva etapa en mi vida, que traería aparejados infinidad de aprendizajes, experiencias y hasta vínculos que no sabía que había ido a buscar.

Primer objetivo: los 10K

De a poco fui entrando en calor en todo sentido. En las primeras semanas resolví lo de la rodilla tomando algunas sesiones con un kinesiólogo deportivo, sumando progresivamente gimnasio para fortalecer el cuerpo y sobre todo, cultivando mi constancia de ir a las clases. Por primera vez en mi vida no sentí que era un sacrificio ir a entrenar. Bastaba con repetir el hábito previo a la clase hasta instalarlo sin pensar: dejar preparada la ropa y las zapatillas la noche anterior, poner el despertador, levantarme, salir. Con más o menos frío, con sol o con lluvia.

Cada clase era diferente, y ya el hecho de estar en contacto con la naturaleza -aún en plena ciudad- me oxigenaba y me hacía sentir extraordinariamente bien. A las pocas semanas y sin buscarlo, había armado un grupo de amigas, empezaba a conocer gente de ámbitos muy diferentes al mío, a compartir mañanas de desafíos nuevos que se hacían compartidos. Poco después, ya estaba planeando un primer objetivo y era un viaje: correr mis primeros 10K en Mar del Plata en abril. Fui entendiendo que definir metas hacía más sostenible y motivador el día a día, y alimentaba mi compromiso. Comprendí que no se trataba de poner ‘buena voluntad’ para correr, sino de armar un sistema, instalar hábitos y fortalecerlos. Fui notando también como todo ese aprendizaje se podía trasladar a otros ámbitos de mi vida, y cómo correr había fortalecido mi determinación y debilitado mis excusas.

Corrí los 10K de Mar del Plata con la felicidad de saberme preparada, sin dolores y sin más expectativas que las de disfrutar. Aún recuerdo el sol saliendo desde el mar, el viento fresco del amanecer, el corazón ensanchado por saberme en la situación y el lugar correctos.

Primer objetivo cumplido: los 10 K de Mar del Plata

Primer objetivo cumplido: los 10 K de Mar del Plata

Rumbo a los 21K

Todavía era abril y hacía cinco meses que había empezado a correr para cuando salió la inscripción a la mítica media maratón de Buenos Aires. Pensé en el deseo de mi último cumpleaños, el entrenamiento progresivo, la constancia, los cambios en mí. Ya estaba corriendo tres veces por semana, mi cuerpo respondía bien y me iba adaptando a las nuevas rutinas. No dudé, y me inscribí. No tenía idea de cómo iba a llegar a completar esos 21 kilómetros, pero sabía que mucho tendría que ver con cómo había ido experimentando todo hasta ese momento: progresivamente, con constancia y sobre todo, con paciencia y con confianza. En mi entrenador, en mi grupo, en mí misma.

Cuando las cosas no salen como las planeás

Entrenar para distancias más largas como una media maratón, exige sumar más kilómetros por semana a los del entrenamiento habitual y un plan diseñado especialmente, que se va cumpliendo por etapas. Así en el running como en la vida, nada es de un día para el otro y somos el resultado de aquello que entrenamos a diario, en cualquier ámbito. Siguiendo el plan de mi entrenador, a mis tres clases semanales, incorporé los fondos de los domingos -un trote suave y tranquilo, de una cantidad de kilómetros estipulada que va aumentando progresivamente-. A partir de allí todo fue ir derribando barreras de marcas en kilómetros, semana a semana: un fondo de diez, otro de doce, otro de catorce. El fin de semana que tocaban diecisiete kilómetros, no pude correr. Ahí fue que mi amiga Dani -sí, la misma que fue mi ‘buena señal’-, se ofreció a acompañarme a hacer mi tarea el lunes temprano. Ella, corredora experimentada de largas distancias en calle y montaña, me ‘tiró’ con la mejor intención para que yo pudiera hacer mi recorrido más largo hasta ese momento.

No sé si fue el entusiasmo, el desafío de exigirme más o salir sin pensar, pero cometí un grave error: correr a una velocidad más rápida que la que tenía que ir. El resultado fue inminente… lesión. Al día siguiente tenía un dolor intenso en mi pierna izquierda que no me dejaba correr. Faltaba un mes y medio para la carrera, y en vez de bajonearme, decidí poner todo de mí: moderé el entrenamiento, volví a kinesiología, sumé osteopatía y largas rutinas de estiramiento en mi casa. Vi tambalear mi objetivo, pero no podía renunciar a mi sueño, así que con dolor y bastante enojo, me dispuse a intentarlo.

"Así en el running como en la vida, somos el resultado de aquello que entrenamos a diario, en cualquier ámbito".

Más que grandes resultados, grandes aprendizajes

Haciendo foco en la recuperación y el objetivo, llegué al fondo más largo: diecinueve kilómetros que completé con una felicidad inmensa y prácticamente sin molestias. La meta parecía cada vez más cercana y faltaban solo tres semanas para la carrera. A partir de ahí, los fondos empiezan a descender. Cuando estaba completando el de quince kilómetros, empecé a sentir molestias raras en la planta del pie izquierdo. Volví a mi casa rengueando, sin entender qué pasaba. El dolor había bajado al gemelo y de ahí al pie, provocando lo que después supe, es una lesión muy común, dolorosa y temida en los corredores, la fascitis plantar. Me encontré no solo con un dolor y molestias que nunca había sentido, sino por sobre todo con un enojo profundo. Estaba en tiempo de descuento y ahora sí, después de tantos meses de preparación, corría riesgo mi participación en la carrera. ¿Podría correrla? Y si lo hacía sintiendo dolor, ¿a qué costo sería? Por supuesto no fue una decisión que tomé sola, pero decidí correrla.

El 21 de agosto de 2022, me presenté junto a otras casi 22.000 personas para largar a las siete de la mañana. Largué tranquila; avanzar por las avenidas, llegar a la 9 de Julio, ver la Casa Rosada, la Avenida de Mayo, el Obelisco, el Teatro Colón. Las calles desiertas de autos pero repletas de corredores y voluntarios que ofrecen bebidas y alientan a los corredores, músico tocando en vivo… todo fue magia hasta subir a la Autopista Illia, donde el tramo se hace más duro por el tiempo acumulado y por la subida. Ahí empezó el calvario: no solo me dolía el pie, sino que sentía otros dolores en el resto del cuerpo que no sabía que podía sentir. Perdí a mis compañeras y mi cabeza empezó a jugarme en contra. No fue sino hasta salir de la autopista y enfilar para Avenida Sarmiento, entrando en mi zona conocida, el Rosedal y los Lagos de Palermo, que pude recuperar un atisbo de esperanza. No el estado físico, pero si el ánimo. Aparecieron amigos de Correr Ayuda alentando entre el público, y no pude evitar emocionarme. Le hacían honor al nombre del grupo al 100%. Primero Luis, y después Aileen, que corrió unos metros conmigo, devolviéndome el ritmo que había perdido y mucho más: me recordó el camino para llegar hasta ese preciso instante, la verdadera razón por la que corremos. Disfrutar del paisaje, intentar ser mejores cada vez, sin compararnos con nadie más que con la versión anterior de nosotros mismos.

Vi el arco al fin, y con el último aliento, crucé la línea de llegada. Con dolor, sintiéndome en cámara lenta, con una mezcla de emociones y la sorpresa de mi familia esperándome. Me llevó un tiempo decantar todo lo que había vivido. Las grandes transformaciones a veces exigen más de lo que creemos que podemos trascender. En estos últimos meses, me animé a cruzar esa línea unas cuantas veces, no las de llegada de las carreras sino las invisibles, las personales. Las que me hicieron desbloquear algunas creencias muy arraigadas que me estaban alejando de quien quiero ser.

Más importante que correr los propios límites de mi cuerpo -o encontrarme con ellos, que fue parte de lo que me tocó asumir-, fue correr los de mi propia cabeza para conectar con lo verdaderamente importante. Ahí, entre los árboles, el cielo y el sol de la primera mañana en cada salida a correr, fui desbloqueando de a poco, un nuevo nivel de libertad.

"Ahí, entre los árboles, el cielo y el sol de la primera mañana en cada salida a correr, fui desbloqueando de a poco, un nuevo nivel de libertad".

"Ahí, entre los árboles, el cielo y el sol de la primera mañana en cada salida a correr, fui desbloqueando de a poco, un nuevo nivel de libertad".  - Créditos: Gentileza de Dani Dini.

"Correr es un estilo de vida"

Por Marcelo Perotti.

Profesor de Educación Física, entrenador, creador de Correr Ayuda - @correrayuda

Hay dos pilares fundamentales para empezar a correr. El número uno, es la continuidad. Mantener el entrenamiento continuo a lo largo del tiempo, idealmente entrenar un mínimo de tres veces por semana y sostenerlo. No sirve lo intermitente ni hacer por etapas por preparar una carrera. Los beneficios son acumulativos con los años, aunque notes mejoras al principio, correr desata un proceso metabólico que lleva tiempo y trae infinidad de beneficios. Mi frase favorita es ‘el entrenamiento empieza hoy y termina en el cajón’. Después si querés correr carreras o no, no importa, se trata de tener una buena calidad de vida.

El segundo pilar es la progresión. Podés pasar de no correr nada a correr, 10, 21, 42 o 100 kilómetros, pero siempre se trata de un progreso, necesitamos tiempo, hay que ir de a poco. Es la base de la pirámide. Si no se respeta, lo primero que aparece son las lesiones, que son parte del deporte ¡y de la vida! En algún momento aparecen, y no hay que asustarse, es algo que inevitablemente viene aparejado con todo deporte. Por eso es importante consultar a un médico deportólogo, que entienda del tema, y hacerse amigo de los dolores, son parte de la vida misma, saber hasta dónde llevarlo. 

Otro consejo es no ‘engolosinarse’: es frecuente que con las endorfinas del comienzo, la gente quiera empezar a hacer de todo. Pero hay que respetar los procesos de recuperación y descanso, sino el cuerpo llega al sobreentrenamiento, que es un desequilibrio hormonal que hace que de un día para otro se vaya la motivación totalmente. Hay que elegir las carreras, no meter un montón de distancia porque sí. Mi camino es que hacer esto sea para la salud, para sentirse bien, sostenerlo en el tiempo. 

¿Todos pueden correr? Si, siempre con los estudios previos que lo avalen como la ergometría, electrocardiograma y análisis completos de sangre y orina para chequear valores. Y si está todo bien, empezar y sostener el entrenamiento, siempre guiados con un profe que tenga conocimientos, que cuide a sus alumnos. Este es un mundo que invita a superarse. El deporte no solamente hace bien a nivel físico, sino en un montón de otras cosas, como lidiar mejor con la vida misma. Una maratón -o cualquier otra carrera- te enseña a prepararte y a superarte, te hace más fuerte. Descubrís que podés desafiarte a vos mismo, el compañerismo, la parte social, viajar, correr en calle y en montañas que no imaginaste… el running es un estilo de vida.

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