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Proyectos: herramientas para cumplir tus metas de 2023

¿Acaso basta solo con pedir deseos? En este inicio de año, te proponemos una fórmula posible para hacer realidad tus sueños y proyectos: ponerle el cuerpo a lo que mandan tus ideas y emociones.


Herramientas para lograr tus objetivos.

Herramientas para lograr tus objetivos. - Créditos: Getty



Escribiste tu propósito, le prendiste una vela a tu deseo, hasta hiciste un vision board y una lista de objetivos mensuales. Leíste los libros, investigaste cómo lo hicieron otras personas, viste biopics y realities. Estás preparada, predispuesta, determinada..., pero lo cierto es que eso que querés lograr no se concreta. Pesada sobre la espalda, es la sensación de injusticia: “¡Si hice todo lo que dicen que hay que hacer! Lo soñé, lo proyecté, lo..., ¿lo activé? Ah..., no sé. ¿Cómo se activan efectivamente los sueños y las ideas? ¿No tienen un botón de “inicio” como el lavarropas?”.

Que no pese también la vergüenza, porque todas hemos estado ahí, con la ñata contra el vidrio, admirando el goce del éxito de alguien más, preguntándonos qué colectivo nos deja en el mismo destino feliz. Buscamos mágicas pistas que expliquen el paso a paso de la emprendedora que avanza su imperio con rigor, de la escritora que no para de editar novedades, de la ceramista prolífica que hornea incansable, de la cantante/actriz/celebrity que siempre está en una y de un universo de influencers que parece que entendieron todo (según denotan las alacenas ordenadas, los baños recién renovados y las vacaciones siempre programadas).

Y aunque ya aprendimos que el recorte de los medios se inclina hacia el exitismo, es imposible escapar de su hechizo. ¿Está mal desear todo ese goce de concreción en nuestra vida? Para nada. Lo que podemos objetar es desear y quedarse de brazos cruzados (¿o deberíamos decir piernas cruzadas?) frente a ese deseo.
 

Lo que nos mata es la inercia

La inercia es la incapacidad de hacer algo distinto de lo que venías haciendo. En la física se explica muy sencillo: basta mirar las pruebas de seguridad de los automóviles y lo que sucede dentro del habitáculo con el crash dummy (el muñeco con el que realizan las pruebas). La incapacidad de los cuerpos de asumir con igual velocidad la nueva dirección que propone el impacto genera un choque inevitable. Otra metáfora muy conocida es la de la rana adentro de la olla de agua caliente. Si la temperatura del agua sube de a poco, la rana muere cocinada, porque es incapaz de abandonar el agüita pese a que la situación se vuelve cada vez más incómoda. La inercia, básicamente, es adoptar una postura rígida, incluso si estás en movimiento.

Algo así nos pasa en la vida: a veces, para lograr lo que queremos, tenemos que cambiar la dirección o directamente abandonar un lugar de aparente comodidad. Pero nos cuesta muchísimo traicionar nuestra rutina, y no es por cabezaduras (o un poco sí, pero no es un capricho consciente): es por instinto de supervivencia. Nuestro cerebro reptiliano (la parte más primitiva de nuestro “sistema operativo”) ama lo que se repite, porque no tiene que elaborar agotadoras decisiones al respecto. Estamos llenas de “programas” que corren sin que nos demos cuenta (desde el cafecito a la mañana hasta el orden en que resolvés las tareas en el baño previo a irte a dormir), que nos ayudan a navegar la cotidianidad de una forma más fluida y “segura” en estos términos y condiciones: “si ya lo hicimos así y no morimos, ¿por qué modificarlo?”. Esto nos deja en una posición difícil a la hora de enfrentar cualquier tipo de novedad y es, sin lugar a dudas, el origen de todo bloqueo creativo. Así de sencillo: por más aires de early adopter que nos guste detentar, más nos gusta ir a lo seguro.

Steven Pressfield, novelista y guionista norteamericano, autor de The War of Art (La guerra del arte: ganar la batalla creativa interna), describe esta energía que nos bloquea como la resistencia. Tiene un paralelo con lo que Freud llamó “el deseo de muerte”, una oposición que surge cada vez que nos planteamos hacer algo que sería buenísimo para nuestra vida, pero es difícil, se sale de nuestra operatoria común y nos desafía, y en última instancia... elegimos el autosabotaje. ¿Escuchaste hablar de la procrastinación? Son todos primos hermanos. Como menciona Pressfield en su libro: “Hay un secreto que los verdaderos escritores conocen y los aspirantes a escritores no, y el secreto es este: no es 

La batalla contra la resistencia

No, no es el episodio 10 de Star Wars, es una propuesta: a la resistencia hay que hacerle frente. Pero ¿cómo enfrentar algo tan engranado en nuestro ser? Lo primero es darse cuenta de con qué emociones estamos bailando: si lo deseo, pero no logro dar los pasos hacia ello, ¿en verdad lo deseo? Si en verdad lo deseo, ¿qué es lo que se me opone? ¿Qué es “eso” a lo que le temo? Y quizá más importante, ¿qué parte de mí (que no es la que desea) es la que le teme?

Entender que hay miedos que quizá ni siquiera tienen un nombre preciso, pero son lo que nos impiden “pegar el salto” nos ayuda a no perder la fe en nuestra capacidad. No es que “no sabemos cómo” o “no podemos” saltar, es que estamos eligiendo no hacerlo. En el momento en que nos apoderamos de ese lugar, recuperamos la pelota: estamos del lado de los rebeldes. La rebelión es el hogar de las personas que hacen. No hay otra forma de hacer algo distinto que no sea comportarse con rebeldía. Y lo primero que hace una persona rebelde es elegir. Puede elegir quedarse o avanzar, mirar desde arriba o saltar, pero la decisión será consciente y no programada, fiel a su deseo y no a la agenda de alguien más. ¿Hace falta ir al origen del miedo, desactivarlo de raíz...? Eso se lo dejamos al diván.

Para la rebelión, lo fundamental es hacerse presente, abortar el escape, entregarse. Su arma fundamental es hacer de la falla su credo. Esperarla, abrazarla, provocarla. Hay que fallar, cuanto más rápido, mejor, porque fallar desactiva el ego. Una vez que la pifiamos, ganamos claridad sobre quién es “el enemigo” y también sobre la parte de nuestro ser que siente que le tiene que hacer frente: la que no quiere quedar expuesta, o confrontar, o desagradar, o pedir ayuda, etc. Eso le da más libertad a la otra parte, a la que aún desea fuerte, para hacerse presente.
 

“La rebelión es el hogar de las personas que hacen. No hay otra forma de hacer algo distinto que no sea comportarse con rebeldía".
 

Poner el culo donde está el corazón

En su último y recientemente editado libro, Steven Pressfield acuñó este axioma que le pone un broche de oro a su teoría: “Poné tu culo donde tu corazón desee estar”. Como todo axioma, es autoexplicativo: “Si deseás conocer París, tenés que ir a París”. Básicamente, tenés que trasladar tu cuerpo hacia allá. No alcanza con elegir la fecha ni con sacar el pasaje, para que el deseo se cumpla, el cuerpo tiene que estar involucrado. 

Si querés bailar, tenés que ir al estudio de danza. Si querés escribir, tenés que sentarte frente a una hoja en blanco. Si querés escribir una canción, tenés que sentarte en el piano. El cuerpo tiene que estar involucrado y ponerse a disposición del deseo del corazón. Tu mundo material, cotidiano y opaco al servicio del mundo celestial, transparente y etéreo de las ideas. Hay un compromiso con el deseo que tiene que manifestarse físicamente para que ese deseo pueda materializarse. Y parece una obviedad, pero nos cuesta verlo y más nos cuesta ejecutarlo. Porque nuestra programación nos hace ser más fieles (y más consistentes en nuestra fidelidad) con lo que nos queda cómodo y conocido. Pero el deseo es una fuerza proyectiva, quiere “a futuro”. No le importa de dónde venimos.

“Para que el deseo se cumpla, el cuerpo tiene que estar involucrado”.

¿Cómo lograrlo?

Hay muchas maneras de alinear culo y corazón: si no podés viajar hoy a París, tu compromiso te tiene que llevar a la versión de París más cercana disponible. Quizás hoy sea estudiar francés hasta que puedas viajar. Pero nuevamente, para conocer París, hay que ir a París. Lo maravilloso que suele pasar es que, cuando nos comprometemos, encontramos la manera de lograrlo. Convocamos “al Universo” de una manera mucho menos mística y mucho más concreta: pedimos ayuda a personas, lo contamos en voz alta tantas veces que llega a los oídos correctos. El Universo, al fin y al cabo, somos nosotras. El compromiso inquebrantable en las personas nos inspira. Y la magia no sucede de un día para el otro, pero para los corazones (y los culos) comprometidos, sucede antes que nunca.

Un plan posible: 1 hora al día, durante los 365 días del año

¿Qué pasa si realmente no nos alcanza la agenda para asumir un compromiso más? Ah, cuidado con esto que también es “reprogramable”. Steven hace una cuenta interesante: 1 hora al día son 365 horas al año. Eso son 9 semanas completas de trabajo, lo suficiente para completar un pequeño gran proyecto. Aplicá la lógica del “interés compuesto”: invertir un poco cada día genera rendimientos exponenciales en el tiempo. Es cuestión de consistencia y compromiso, pero si elegimos una nueva rutina (aunque sea de 1 hora por día o por semana) y, a pura disciplina, coraje y entrega, se la validamos a nuestro cerebro, podremos hacernos presentes en forma física, donde nuestra alma quiere estar. Aterrizar nuestros sueños más volados. Encontrar ese dichoso botón de inicio. 

Un ejercicio para poner manos (¡culo y corazón también!) a la obra

Dos libros para seguir leyendo

Put Your Ass where Your Heart Wants To Be 
De Steven Pressfield.

(Amazon, US$13).

Un libro ideal si tenés cierta tendencia a la procrastinación, a dudar de vos misma, a distraerte con dudas, miedos y perfeccionismos. Este autor te propone una guía para dejar de autosabotear tus sueños y proyectos. 

Expresión Revolución 
De Shumi Gauto.

(Monoblock).

Un viaje profundo de exploración personal que te desafiará a enfrentar tus mandatos creativos, salir de tu zona de confort, y te brindará un camino hacia tu yo creativa y auténtica.   

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