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Todo lo que tenés que saber antes de visitar el Salar de Uyuni

Partimos a Bolivia y nos embarcamos en un viaje místico a las profundidades del desierto de sal más grande del mundo


Fotos gentileza de Hidalgo Tours y Flor Jiménez (Floxie)

Fotos gentileza de Hidalgo Tours y Flor Jiménez (Floxie)



Emprender un viaje al salar más grande del mundo –un verdadero desierto de sal de más de 10 mil kilómetros de superficie–, puede ser, si te lo proponés, también un viaje interior. Es que es imposible que no te atraviese su inmensidad; ese espejismo blanco interminable impacta, sorprende y conmueve como pocos lugares tienen la capacidad de lograr.

Lo primero que tenés que saber sobre Uyuni

Es un destino único en el mundo y que, orgullosamente, está en América del Sur, en el suroeste de Bolivia. Entre sus particularidades: es también la reserva de litio más grande del mundo; continúa expandiéndose año a año y es tan inmenso que puede verse desde el espacio.

Como su nombre lo indica, está en Uyuni, dentro del departamento de Potosí, y lo rodean las montañas del altiplano boliviano y los volcanes Cuzco, Cozuna y Tolupa. A poco más de 20 kilómetros del pueblo de Uyuni está su entrada, pero ningún turista ingresa solo: siempre se hace con operadores especializados y vehículos aptos, ya que no hay caminos marcados, y una vez dentro del salar, se pierde noción del horizonte (por sus condiciones extremas, hasta el Rally Dakar pasó por allí en cinco ediciones y tiene un monumento allí).

Fotos gentileza de Hidalgo Tours y Flor Jiménez (Floxie)

Fotos gentileza de Hidalgo Tours y Flor Jiménez (Floxie)

Un palacio de sal

El salar se originó hace 40.000 años por la evaporación de dos grandes lagos salados que existieron en la zona. Pero su edad milenaria no coincide con la turística, que tiene menos de cuatro décadas. Corría 1984 y la zona era un gran epicentro de intercambio comercial, pero nadie miraba al salar. Hasta que quedó detenido en la zona el tren que llevaba a Juan Gabriel Quesada, un empresario gastronómico de Uyuni, y él imaginó que ese inmenso predio blanco podía ser una gran atracción turística. Aunque nadie creyó en él, empezó a llevar turistas –principalmente europeos– a hacer travesías en bicicleta de varios días por allí.

Poco después nació el primer Palacio de Sal, que estaba dentro del salar y resultaba ser más la atracción que el salar en sí mismo. Con el tiempo fue demolido, ya que había muchos inconvenientes para poder prestar los servicios básicos, y en 2004 inauguraron la primera parte del actual Palacio de Sal, a cinco minutos de la entrada al salar, con doce habitaciones construidas con ladrillos de sal y la proyección del sueño de su creador. Pero el lugar que Juan Gabriel Quesada “descubrió” también se lo llevó: en 2009 murió en un accidente automovilístico en el salar, y sus hijos, Juan Gabriel y Lucía, continuaron el legado junto con el resto de la familia. Entre 2018 y 2019 se terminan las 42 habitaciones que hay hoy en día, concretando el sueño del padre y descubridor del salar. La pandemia fue otro gran desafío a sortear: estuvieron casi un año cerrados y sus huéspedes principales –asiáticos, coreanos y japoneses primero y luego europeos– dejaron de ir. Ahí también algo renació. La posibilidad de que los propios bolivianos y el resto de Sudamérica miremos de nuevo al salar y redescubramos esta maravilla natural única.

Fotos gentileza de Hidalgo Tours y Flor Jiménez (Floxie)

Fotos gentileza de Hidalgo Tours y Flor Jiménez (Floxie) - Créditos: Fotos gentileza de Hidalgo Tours y Flor Jiménez (Floxie)

De día o de noche

Aún no son las 6 a. m. Hace frío, está oscuro, pero la promesa es imbatible: ver el amanecer en este lugar único. En esta época del año –entre abril y julio–, por las lluvias, casi toda la superficie del salar está cubierta con unos pocos centímetros de agua, lo que genera un efecto espejo que refleja el cielo sobre el suelo y, en algunos puntos, desdibuja el límite entre cielo y horizonte. Los colores que se forman cambian según la luz en cada momento del día. Lo que no cambia en el salar es la sensación de estar dentro de un sueño.

No importa la hora que sea: todo en el salar impacta y, de a momentos, parece que nos fuimos del planeta Tierra y estamos en algún otro, en alguna galaxia a miles de años luz. No es solo una sensación: el Salar de Uyuni fue escenario cinematográfico de Star Wars, capítulo VIII: los últimos Jedi. A medida que el día avanza, el paisaje va cobrando nuevas formas y las sensaciones se amplían y transforman. Otra postal imperdible es en la Escalera al cielo, la obra que hizo el artista Gastón Ugalde, construida íntegramente con bloques de sal y que, también por efecto óptico, da la sensación de tocar el cielo. Cerca de allí está el monumento al Rally Dakar y la Plaza de las Banderas, otros puntos emblemáticos dentro del salar. Dependiendo de la época del año, se puede visitar en la parte central la Isla Incahuasi –con más de 16,000 cactus gigantes– y, hacia el sur, la Isla del Pescado.

Al mediodía, se puede almorzar dentro del salar, y una experiencia única es hacerlo siguiendo la tradición boliviana apthapi: compartir el alimento fortalece el vínculo entre las personas y la naturaleza y es un reflejo de la cosmovisión andina más profunda. La mesa se sirve con cuencos cubiertos con aguayos, que se abren para comer entre todos, y tienen quínoa, distintos tipos de papas y batatas, carne de llama asada y también seca, pollo a la sal, quesos y otras comidas regionales.

La puesta de sol es otro momento tan emocionante como difícil de describir: el cielo se enciende y una multiplicidad de colores transforman, una vez más, el horizonte, que va mutando minuto a minuto. Y cuando parece que nada puede superar el asombro..., al atardecer le sigue la noche y un cielo tapizado de estrellas, marcando el camino de la Vía Láctea, que también es motivo de admiración absoluta.

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