El Turco llamó el sábado a la tarde y propuso arrancar el programa temprano.
-¿No tenés nada para que te arregle de paso? Vos que sos tan colgada todavía debés tener que desarmar el arbolito. De repente voy antes y después te llevo a comer por ahí.
Me hizo reír pero no lo tuve que pensar dos veces que se me fueron ocurriendo todas las cosas que había por arreglar, cambiar, conectar.
Durante la tarde arregló cables pelados, conectó parlantes, instaló un reóstato en mi cuarto (que ahora con la lámpara de pantalla roja y caireles que compré, cuando lo ponés en mínimo deja una luz de lo más sexy) y me colgó un espejo antiguo regalo de cumpleaños de una amiga que nunca llegué a colgar.
Cuando terminó dejé el mate que le venía cebando y me acerqué caminando despacio hasta la escalerita donde estaba parado con una idea muy clara en mente.
-¿Y ahora cómo te voy a pagar, eh?
-Y, te diría que a razón de dos por uno estamos a mano.
-¿2 qué? Definamos...
-Arreglos. Dos arreglos por uno. Preparate que la noche es larga y me tuvíste laburando toda la tarde.
No me resistí ni un segundo.
El Turco y sus habilidades. Me había olvidado.