A principios de 2006 viajé con un grupo de siete argentinos a Malasia, exactamente a la isla de Penang, para entrenarnos en un arte marcial que se llama pa kua chang. Nuestro maestro, Ariel Sicorsky, nos llevó a tomar un curso intensivo con su maestro, Ong Ben Sun, que ahora también es el nuestro.
La odisea de cruzar el océano nos dejó en un estado un poco alterado, y enseguida nos encontramos preguntándole a la azafata si la comida que nos estaba sirviendo era el desayuno, el almuerzo, la merienda o la cena.
El viaje duró 24 horas. Hicimos escalas en Cape Town y Johannesburgo, y de ahí volamos directo a Kuala Lumpur. Llegamos de madrugada, aún de noche, y en el aeropuerto teníamos que esperar otro avión que finalmente nos dejaría en la isla. Así que ahí nomás arrancamos con los mates y la guitarreada. Estaba amaneciendo y nosotros prendidos al mate.
Si bien era un contexto muy diferente al nuestro, lo bueno de viajar en grupo es que siempre alguien te escuchaba y te contestaba. Y como además somos amigos, ese reparo de estar juntos nos hacía sentir fuertes frente a la impotencia del lenguaje y al enorme interrogante que se abría frente a una cultura completamente desconocida.
Estuvimos parando en una parte de la isla que se llama Batu Ferringhi, en un guest house frente el mar que, a la larga, hizo de la estada algo sumamente reconfortante. Apenas me levantaba, sólo tenía que cruzar la calle con el mate bajo el brazo para encontrarme con mis amigos en la playa.
El curso duró dos semanas, todos los días, superintensivo. Cada día hacíamos un preentrenamiento a orillas de mar, y luego venía a buscarnos una combi con la que atravesábamos la ciudad para reunirnos a entrenar con nuestro maestro. Al atardecer volvíamos a entrenar en la playa.
Para aquellos que no lo conocen, el origen del pa kua es chino y está emparentado con el chi kung, el tai chi y el kung fu, todas artes en las que he incursionado a lo largo de mi vida. Sin embargo, el pa kua tiene una concepción del movimiento muy particular, ya que abarca movimientos de 360 grados, a diferencia de nuestra visión más occidental restringida a los 180 grados, y eso me expandió la cabeza.
El pa kua tiene una modalidad de esquemas de movimientos armónicos (son 8 palmas) que conforman una secuencia similar al tai chi. La diferencia es que se hace en grupo y en círculo, lo cual lo hace más bello y muy homogéneo. Esa es la materia prima para componer a través de la improvisación el trabajo de contacto con otros, lo que comúnmente se denomina combate.
Al principio yo tenía mucha dificultad con el inglés, y los compañeros que sí lo hablaban facilitaban la tarea para todos. De todas formas, a modo de introducción, el maestro Ong dijo que iba a hacer un poco de pa kua para nosotros. Y cuando lo vi hacer fue algo absolutamente emocionante -como cuando alguien canta una hermosa canción-, que me transmitió una reafirmación de mi práctica y la convicción de querer profundizar en el aprendizaje ese arte que el maestro desplegaba tan armónicamente frente a nuestros ojos.
Creo que la enseñanza que me quedó del encuentro con el maestro es que siempre se puede mejorar. La cuestión es tener el deseo, el acto voluntario de elegir y la libertad para seguir adelante, incluso equivocándote. Fue muy hermoso tenerlo cerca. El nos alentaba a dejarnos llevar, a relajarnos y disfrutar. Y nos decía una y otra vez que no importa el lugar donde uno se encuentre, siempre se puede aprender a partir de ahí. La meta es el camino, y desde ahí te vas elevando. Ni siquiera hace falta irse tan lejos. Simplemente desde el lugar donde uno está, justo bajo sus pies, se puede encontrar el camino.
La autora es cantora y compositora. Está presentando Remedio pal alma , los sábados, a las 21, en Vaca Profana, Lavalle 3683. Con músicos invitados.