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A mezclar peras con manzanas y montañas con playas del Caribe




Por lo que me cuesta alquilar una casa en Cariló, me voy a esquiar a Aspen. Con lo que gastaría en enero, en Punta del Este, hago un retiro espiritual en Perú o un crucero por el Caribe sur. Villa La Angostura está carísimo, para eso compro un paquete all inclusive en Punta Cana.
A veces, a la hora de los cálculos para las vacaciones, se mezclan peras, manzanas, esquí, buceo, tradición familiar, exotismo, compras, aventura y tratamientos de spa, montañas y el ratón Mickey. No sólo se mezclan, sino que se confunden, como si dentro de la mágica canasta vacaciones todo se convirtiera en lo mismo, todo diera igual. Salvo el precio.
El combo inflación-cepo cambiario-dólar en sus múltiples cotizaciones es peligroso en este sentido... igual que en otros. Lleva a algunos argentinos a elegir los destinos y a presupuestar los viajes ya no sólo según el dinero disponible sino sobre la base de la futurología. La coyuntura económica empuja a considerar la inflación proyectada para el año próximo (cuando se pague la última de las doce cuotas), la incierta devolución de un impuesto cobrado por adelantado y la brecha entre el dólar legal y el del mercado negro (sobre el que nadie tiene reparos en conversar cándidamente hasta en la mesa familiar).
Son todas variables muy reales y sobre las que muchos viajeros acreditan experiencia. Pero algunos paralelos resultan engañosos. En esas típicas conversaciones sobre viajes, que suelen intensificarse a medida que a diciembre le sube la temperatura, se escucha de todo. Por ejemplo, que comer en París es más barato que hacerlo en Mar del Plata. Como prueba, se exhiben el precio de una baguette en las calles de la capital francesa y, luego, la cuenta, con buen vino, del restaurante marplatense más caro.
Otra versión muy difundida sostiene que vale la pena dejar las compras familiares para un tour por los outlets de Miami. Si bien las diferencias de precios entre la Florida y Buenos Aires son constatables y hasta llamativas, esta teoría del ahorro sólo funciona si se compra muchísimo, lo suficiente como para absorber en el balance los mil dólares de pasaje, más alojamiento, traslados y comidas por, digamos, cuatro jornadas de febril actividad shoppinera. El latiguillo de "me conviene comprarlo en Miami" suena más bien a justificación de una perfectamente legítima debilidad por las playas y las tiendas de descuento de la ciudad de las palmeras.
Quizás algunos de estos casos suenen extremos. No tan raros son los errores al comparar las tarifas de vuelos directos y de vuelos con tres escalas de cuatro horas cada una y salidas en plena madrugada. O paquetes en muy buenos hoteles de playas cercanas con paquetes de muy malos hoteles en playas exóticas.
Hay unos pocos clientes que simplemente le piden a su agencia el programa que desean, sin preguntar antes cuánto. El resto de los mortales, ante tantas opciones, debería preguntarse si, para bañarse en el Caribe, prefiere resignar un vuelo cómodo y un hotel recomendable. O si, al contrario, elige unas vacaciones más cerca de casa, pero con mayor confort y sin clases de reggaeton, las 24 horas, junto a la pileta, con o sin doce cuotas.

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