Newsletter
Newsletter
 • HISTORICO

Berlín: cómo se conquistó el Este

La capital que siempre cambia tiene hoy su costado más vibrante del otro lado de lo que fue el Muro; guía con todo lo que hay para descubrir




BERLIN.- Apenas se llega a esta ciudad, siempre cambiante, ocurren dos fenómenos. Primero, se rompen los mitos anteriores y, de inmediato, se produce una extraña fascinación, el enamoramiento de una capital que no es bella, pero que emociona, conmueve, seduce y roba el corazón.
Es que, para empezar, Berlín no se parece a lo que cuentan sus versiones más extendidas. La más contemporánea es la que la asocia con la capital francesa, de la que no tiene, sin embargo, la desbordante belleza arquitectónica, el aura de elegancia y sofisticación ni la historia, ni por suerte sus precios. La capital alemana es como la hermana discreta de otra alocada y ruidosa.
La Berlín de hoy tiene calles serenas, de limpieza extrema, pobladas por árboles y gente amable. Y hay que esforzarse para encontrar aquella vida inconsciente de Cabaret que se suele asociar con su esencia.
En los últimos ochenta años, la ciudad ha sido siempre otra. Y otra. Y otra. Y ha vuelto a cambiar sin perder, por eso, la raíz. La ciudad del Cabaret que trataba de no ver lo que pasaba alrededor, la ciudad donde Adolf Hitler se abrió paso al poder, o la que aportó el encanto bucólico del lago Wannsee para que allí, entre eufemismos y fórmulas jurídicas, se diera forma al horror llamado solución final. La ciudad que fue destruida por las bombas de la Segunda Guerra Mundial y luego humillada, fracturada, dividida, rota. Y que hoy late con corazón cosmopolita tras haber vivido aislada del mundo, convertida en una isla urbana rodeada por el Telón de Acero, partida en dos y cercada por un muro ominoso del que apenas quedan vestigios, luego de que el grito de ¡Freihart, freihart! (libertad) lo tirara abajo. Ocurrió el 9 de noviembre de 1989, hace 16 años, y casi parece otro siglo.
Todo eso es Berlín, la ciudad que tiene en la monumental Puerta de Brandenburgo su emblema urbano y que, sin embargo, ofrece al viajero como primera y grata sorpresa la imposibilidad de llegar de modo monumental. El mejor ejemplo es el pequeño aeropuerto de Tempelhof, dentro de la ciudad, que más parece una estación suburbana. Tanto, que lo más común es que los viajeros partan de allí con sus valijas en colectivos de línea: casi como tomarse el 60 para ir y volver del aeropuerto.

Todo se transforma

Tanto cambia Berlín que lo primero que hay que saber es que hoy la movida, los sitios de moda, los principales museos y la preferencia de los más jóvenes y de la mayoría de los viajeros están en lo que correspondió a la ciudad del otro lado del Muro.
El Mitte, corazón donde late el Berlín de estos días, era el Este y ahora es barrio de moda; un ambiente nuevo y caro se cuece alrededor de lo que hace muy poco era la gélida Friedrichstrasse, la misma calle que desemboca en el llamado Check Point Charlie, el más famoso de los cuatro puestos de control que tuvo la ciudad, cuando la necesidad de marcos y divisas fuertes llevó a que las autoridades de la ex República Democrática Alemana permitieran, bajo estricta vigilancia, el paso de personas, y de sus billeteras, del Oeste al Este, pero no en sentido contrario.
La Friedrichstrasse, antes algo así como la triste y gris vía de acceso a la enorme cárcel impuesta por la voluntad comunista, es hoy el enclave para los sitios y las tiendas más elegantes. Es lo nuevo, el proyecto, el mejor ejemplo de la obstinación por cambiar el destino. Ahora, alrededor del cercano Gerndarmenmarkt y de sus dos catedrales mellizas, una para cada para religión, según la ancestral tolerancia de la ciudad que luego quebraron, como siempre, los fanáticos, hay tiendas de marca, restaurantes y carteles de firmas inmobiliarias de todo el mundo. Se respira elegancia, diseño, ganas de mejorar.

Wessis y ossis

Pasan los berlineses que, tal vez por primera vez en mucho tiempo, se sienten dueños de su tiempo. Pasan las berlinesas; las jóvenes, casi siempre con un traje oscuro, el uniforme de oficina; la austeridad de los vernáculos es de lo poco que perdura entre las mil transformaciones. "Los berlineses tienen una ciudad extraordinaria y no son creídos", sintetizó un colega alemán que aportó sus pistas.
Por debajo corre mucho más que el metro, ese que aman los berlineses. Por debajo, como un río subterráneo y silencioso, navega, omnipresente, la caricatura del habitante de la ciudad que antes eran dos y que ahora es una sola. Esa que pinta a los wessis, los ex occidentales, como prepotentes y altaneros; y a los ossis, como llorones y pedigüeños. Temas que, cada tanto, estallan entre las ilusiones del delicado y costoso proceso de unificación.
La otra gran avenida que sintetiza la convulsa historia de la ciudad es la majestuosa Unter den Linden (Bajo los Tilos), con estatuas que se salvaron de los bombardeos y que evocan el pasado imperial. Entre ellas, la de Guillermo el Grande, cuyo bronce ecuestre sobrevivió porque fue sacado de la ciudad durante los ataques.
Otra vez el contraste. Bajo la aromática copa de los árboles se llega al edificio clásico de la Biblioteca Imperial, frente a cuya explanada los que luego mataron a judíos y no judíos despuntaron su saña brutal quemando libros. Bajo tierra, un memorial de elocuentes estantes vacíos recuerda el comienzo de la barbarie ocurrida a sólo un puñado de metros de la sede de la Humboldt Universität, la misma por cuyas aulas pasaron Fichte, Hegel, Einstein, Marx y Engels.
Berlín siempre cambia. Y al final de la gran avenida se llega a la nueva adquisición urbana inaugurada, por fin, este año: el más grande monumento que recuerda a las víctimas del Holocausto (ver aparte). Más paradojas. Cerca de allí, sin cartel ni señal alguna, hay una playa de estacionamiento a la que llegan muchos visitantes. Cabizbaja, la gente se mueve entre las plazoletas donde se sacian los perros del vecindario. Ese es el escaso y maltratado césped que cubre el sitio donde, según la memoria urbana, estuvo el búnker en el que Hitler terminó sus días.
Y hay más para mirar en el piso donde, de pronto, aparecen adoquines grises entre el pavimento. Tal la modesta guía que los berlineses grabaron en la carne de su ciudad para recordar el sitio por donde corría el Muro que los separó durante más de 40 años; una cicatriz que a veces no parece cerrada del todo. Una que no quieren olvidar, pero a la que, en su expresión más aplanada, no le dan más el poder de freno al viento del futuro. El futuro luminoso con el que sueña Berlín y que todos los días construye.

El point de Charly

Son muchos los paseos históricos posibles en los alrededores de lo que queda del Muro, que evocan tanto aspectos de la Guerra Fría como del anterior período nazi. Con un poco de paciencia y un buen mapa de los que se venden en la zona, se puede seguir bastantes tramos de lo que fue esa frontera, de cómo se dividió la ciudad y de lo que ocurrió de cada lado.
Se puede empezar en el Museo del Muro. Check Point Charlie (8 euros por persona), sobre la Friedrichstrasse, justo al lado de donde se encontraba el famoso Check Point Charlie. Ahora, en su lugar, hay una caseta, copia de la original, donde cobran algunos euros por sacarse una foto junto a los muros de sacos de arena.

Homenaje y memoria

La nueva adquisición urbana inaugurada, por fin, este año: el más grande monumento que recuerda a las víctimas del Holocausto. Tan enorme que es como una pequeña ciudad dentro de otra.
Una ciudad que, en lugar de casas, tiene enormes bloques de cemento a cuya base jamás llega la luz, y que el visitante recorre entre las mil caras de la angustia: evoca el paso un campo de concentración, un cementerio, una ciudad sin luz, un camino sinuoso a ninguna parte, un laberinto.
Se va perdiendo la salida, la esperanza, el sentido. Lo sombrío invade el alma como lo hizo con el destino de aquellos a quienes recuerda. Y es el estremecimiento lo que se vuelve comunión, oración, homenaje y memoria.

Datos útiles

Sugerencias

  • Recorrer a pie los puntos más señalados de Berlín acompañado por un guía conocedor de la historia urbana puede ser una buena experiencia introductoria, que llevará unas cuatro horas. Cuesta 14 euros por persona. Consultar www.insidertour.com
  • Es gratuita y recomendable la visita al remozado edificio del Reichstag, con la célebre cúpula de Norman Foster, desde la que se tiene una vista incomparable de Berlín. Suele haber largas colas para ingresar, pero avanzan rápido. Dentro hay un interesante museo fotográfico sobre la historia de la ciudad.

Díonde comer

Uno de los restaurantes que suena es el Unsicht-Bar (El invisible), donde el atractivo es comer a ciegas: sin nada de luz; una experiencia sensorial concebida tanto para estimular los sentidos como para acercarse al mundo de quienes no ven. Cuesta entre 20 y 30 euros por persona. (00 49 30 24 34 25 00). Gormannstrasse, 14. Berlín Mitte.

Dónde parar

Casi todas las guías hablan del hotel Künstlerheim Luise, antigua residencia de artistas que hoy funciona como una suerte de hotel con mezcla de galería de arte. Los precios oscilan entre los 50 y los 150 euros por habitación. (00 49 30 28 44 80). Luiënstrasse, 19. Berlín.

Más información

Una lectura recomendada: Adiós Berlín, de Christopher Isherwood, en la que se inspiró el musical Cabaret.

En Internet

¡Compartilo!

SEGUIR LEYENDO

¿En dónde encontrar los mejores precios para comprar útiles escolares?

Clases 2024. ¿En dónde encontrar los mejores precios para comprar útiles escolares?


por Sole Venesio
Tapa de revista OHLALÁ! de abril con Gime Accardi

 RSS

NOSOTROS

DESCUBRÍ

Términos y Condiciones


¿Cómo anunciar?


Preguntas frecuentes

Copyright 2022 SA LA NACION


Todos los derechos reservados.