
SAN ANDRES, Colombia.- Domingo por la noche. En la parte más alta de la isla -sector La Loma- comienza el ritual de las voces negras. La primera iglesia bautista de América latina, construida en 1847, ya abrió sus puertas de madera prolija y conservada.
El verde violeta de los pinos se estampa -casi una sombra- contra las lonjas color crema de sus paredes. Detrás, la casa del pastor: tres escalones, la verja bien pintada, la pequeña galería y -claro, infaltable- la mecedora.
Todo se ordena tal cual una postal inglesa. Sucede que los primeros en poblar esta pequeña porción de tierra con forma de caballito de mar y en medio del Caribe, fue un grupo de puritanos que, en el siglo XVI, huían de la persecución religiosa de Gran Bretaña.
Luego, en el siglo XVII, desde Jamaica, vinieron los esclavos para cosechar el algodón. De allí los cantos negros que aún hoy son la voz de la isla.
A 800 kilómetros de Cartagena, San Andrés tiene la tradición anglo- caribeña metida en el verde: en el verde del monte, loma arriba, donde los nativos aún viven en comunidades, cuidando la huerta, bajando los cocos de las palmas, meciéndose a la sombra del árbol del pan mientras cuentan a los niños historias de Africa y Jamaica, cantando los himnos negros en la reunión dominical; en el verde del mar, que durante los seis meses que dura la estación seca -de diciembre a junio- se vuelve púrpura, violeta, zafiro, turquesa, lavanda. Dicen que no hay mar más bonito que el que rodea a San Andrés.
Cayos de arena
Una barrera de corales de 44 kilómetros ciñe el talle de la isla. Caribe adentro, un pequeño cayo de arena muy blanca -Jhonny Cay-, cocoteros, hamacas y mucho sol, todo sol. Un moreno, morenísimo, se acerca. Viene bailando reggae y sacude sus mechas rasta que se le posan en medio de una sonrisa enorme.
Trae un cóctel que preparó dentro de un coco. Después de los tres primeros sorbos se hizo algo arduo llegar a dirimir qué era más intenso: si el calor, el cóctel, el turquesa del mar o el de los ojos de aquel moreno que saludaba en francés, conversaba en italiano y seducía en inglés.
Luego de escucharle unas pocas frases, uno caía en la cuenta de que era imposible entenderle palabra. Imposible... O aquello no era inglés o, definitivamente, había que convenir en que el cóctel había resultado demasiado intenso; más aún que los ojos del moreno. Sucede que en la isla se gestó un dialecto particular: el creol (inglés criollo) o inglés golpeado, el inglés caribeño.
Dadas las circunstancias, la verdad es que el tema del dialecto se diluía entre tanto sol, tanto calor. El agua era un remanso azul que refrescaba; en buena hora el chapuzón.
Sonidos de maracas
Además de idioma, San Andrés tiene música propia: el calipso, el cuadril, el shatesse, son los ritmos autóctonos.
Había caído la noche. La brisa del mar inundaba el muelle. Llegaron los músicos. Dispusieron los instrumentos en el escenario: la percusión a la derecha, las maracas a la izquierda, el centro le estaba asignado al contrabajo, que no era tal. "Se llama tinófono", aclaró Rafael.
El isleño de 36 años sabe tocarlo desde que tiene memoria y hoy, cuenta, también lo toca su hijito.
Se trata de una tina de lata invertida a la que se le sujeta, cuerdas mediante, un palo de madera de un metro de largo. Se ejecuta a la manera de un biribaun, el instrumento del nordeste de Brasil. Hay más, una quijada de caballo que suena como si fuera un chéquere o un montón de maracas. La mandolina, que también forma parte de la orquesta, delata la influencia europea.
Vale la pena escuchar esas voces con caudal de mar. Calan tan hondo que despabilan el alma de cualquiera.
Pasaba la brisa del Caribe oscurecido. Juntaba las voces y seguía viaje, isla adentro, con ecos, palmas y todo... Los huéspedes, bailaban calipso.
{Subtit.concatnado} El ritual de las fogatas
Una buena alternativa para conocer la isla es recorrerla en moto. Dar la vuelta entera, a 50 kilómetros por hora, demora 30 minutos. Pero lo mejor será alquilarla por el día, así no habrá problema para detenerse en todos los puntos de interés. Las mejores playas para ver el amanecer son las que están al Norte y al Oriente, como Spart Bight o Bahía Sardinas.
A dos kilómetros de allí están las playas de Cocoplum y, mar adentro, un antiguo barco encallado en los arrecifes coralinos, al que se puede llegar caminando, ya que el agua apenas cubre las rodillas.
Un poco más adelante se encuentra Sound Bay, pequeña bahía que lleva ese nombre por el sonido tan particular que genera el mar cuando se cuela entre los arrecifes.
Isla adentro, el sector San Luis, otra comarca de nativos que procuran conservar sus costumbres, a pesar de todo el turismo que en las últimas décadas llega día tras día. Todo comenzó en 1953, cuando el general Rojas Pinilla, entonces presidente de Colombia, declaró puerto libre a la isla, lo que activó el movimiento turístico, que hoy es la principal actividad de San Andrés.
En el sector sur de la isla hay un hoyo natural que desciende unos 12 metros por entre los arrecifes y, según sean las mareas, actúa como una chimenea que arroja, varios metros hacia afuera y hacia arriba, bocanadas de mar. Quizá, con suerte, las mareas cooperen y el hoyo soplador sople justo a tiempo.
SEGUIR LEYENDO


MasterChef Argentina: el paso a paso para hacer la receta del risotto

De guacamole a chile: glosario de picores de la comida mexicana

Cómo fue mudarse en familia a Sevilla: los imperdibles para recorrerla
por Connie Llompart Laigle

Receta en 10 minutos: frittata de brócoli
por Anita Ortuño
