

Alberto Cacho Rebottaro dice haber nacido en un surco de batata. "Si Dios quiere --confiesa-- moriré en Carlos Keen." Es el dueño del almacén Lo de Cachi donde, desde 1989, vende desde zapatos y bombachas de gaucho hasta leche y velas.
Aunque le hagan ofertas por el antiguo edificio de ladrillo a la vista, este paisano no lo vende. "¿A dónde me voy a ir...? Aquí tiene a su familia, las gallinas, los caballos, la cancha de paleta de principios de siglo, y la posibilidad de salir a la calle y encontrar el campo y las estrellas.
A 15 km de la ciudad de Luján, por un camino lleno de baches que atraviesa varias chacras, el pueblo de Carlos Keen permanece detenido en el tiempo y conserva el encanto de antaño. En un radio de un km y medio de pampa ondulada se desprenden las casas con patios inefables, la iglesia de principios de siglo y los personajes de un lugar que, como en una vuelta de tuerca, parece ganarle al destino.
"En 1930 Carlos Ken, acá nadie lo pronuncia con i, tenía 3500 habitantes y era el primer pueblo del partido de Luján. En esos años, la estación de tren tenía tres galpones para almacenar mercadería. Antes de la ruta 7, había 8 estaciones de servicio, hoteles. Jáuregui y Flandria se llevaron la gente de acá. Y por la estación ya no pasa el tren. Sin embargo, ahora parece que hay un reflote. Y cuando hay movimiento, siempre algo se pellizca", señala Rebottaro.
Parece que una varita mágica tocó al pueblo, que conserva su magia auténtica. Los fines de semana conviven los lechones y las gallinas con los autos relucientes y la gente que, por las tardes, se sienta a tomar el fresco, con mate y facturas, en la puerta de las casas. En una manzana y media hay cinco restaurantes --Maclura, Angelus, La Casona de C.K., Bien de Campo y el flamante La Villa de Carlos Keen--; la estancia La Rosada; el bar, donde los parroquianos apuran una ginebrita; la biblioteca; la iglesia, y la feria de artesanos Pueblo del Sol, que abre los fines de semana en la antigua estación que dio nombre al pueblo.
Delicias de campo
En una casona italiana de principios de siglo se sirven exquisiteces a precios irrisorios. Desde las mesas se escucha el balido de Meli, la oveja, y el mugido de Lola, la vaca, y el canto de los cientos de aves de corral de Julio Gallego Soto.
El chef Alexis Chretien sirve empanadas de cordero por $ 2, canapés de champiñones, raviolones de salmón con salsa de camarones por ¡$ 10! y exquisito cordero a la menta y miel con puré de calabaza por 10 pesos.
Aunque parezca increíble, el chef cocinó en Punta Carrasco, el Park Hyatt, Las Dunas de Punta del Este, L´Hibou. Prefiere cada tanto cocinar en lugares extraños para estar más tranquilo. Por supuesto que hay milanesa y suprema, "esos platos que no pueden faltar", como reza la carta. El asador Héctor Duarte prepara otras delicias, como la pata de cordero y el cochinillo.
De la iglesia de San Carlos Borromeo tiene la llave Ana Lía Darlan, dueña de la despensa Lo de Quino, llamada así en honor a Francisco, su marido, que hace los mejores panes saborizados del predio.
El viajero puede sentir cierto resquemor: el pueblo también quiere resguardarse de tantas lucecitas que deslumbran en la Capital. Pero el alma y la hospitalidad de la gente se cuela por los ladrillos del pequeño pueblo de Carlos Keen.
Datos útiles
Cómo llegar
Tomar el Acceso Oeste hasta la bajada de Carlos Keen, en el km 72. Son 11 km hasta la entrada al pueblo.
Sabores rurales
La Villa de Carlos Keen queda en la calle Mariano Moreno s/n y abre los viernes por la noche, sábados, domingos y feriados. El promedio del cubierto está en $ 15 con plato, bebida y postre. Reservas por el 02323495064, lavilladec.k.@hotmail.com
La entrada para el Jardín de Noidée cuesta $ 2 y es lindera con la Villa. Aparte se paga el té. En las despensas se puede comprar queso, pan casero y sándwiches por 2 y 3 pesos.
Silvina Beccar Varela
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