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CLICHÉ

26 de septiembre de 2008 • 11:13

Luego de fracasar en la administración de las fiestas por 3 ó 4 años consecutivos, tanto Nicolás y yo, como mis dos hermanas con sus respectivas familias, decidimos que lo mejor era aunar núcleos y pasar Navidad todos juntos, y luego, año nuevo, cada quien donde le plazca.

Una de mis hermanas es la de la casa más grande. Después de la de ella, viene la de mi suegra, así es que vamos intercalando: un año en cada casa.

Hemos llegado a ser 100 personas. Cualquiera.

El "cada uno lleva algo" se transformó en una carrera hacia la desubicación.

Por ejemplo: la especialidad de mamá es el ceviche. Así es como cada año que pasa prepara un cantidad más ridícula.

Me llama papá, cada vez, y me dice "tu madre está loca. No sé cómo vamos a meter todo eso en el auto".

Cada Navidad hay una pelea distinta.

Mamá con algún yerno.

Papá con el padre de Nicolás, por política (del pasado, siempre! Si parás la oreja podés captar un "Perón", "Onganía", incluso un "Rosas"!), y como están medio entonados, se arma un griterío de lo más desagradable.

A la hora de los regalos (que no necesariamente es a las 12 si no cuando las criaturas se tornan inmanejables), los niños luchan SIEMPRE. Lloran por no haber recibido el que recibió el otro, y así.

Y por último los turrones. Papá compra desde Agosto, más o menos, torta Teclo, turrones españoles, frutas secas. No sé, un container que si lo sumás, debe dar algo así como 125 miles de millones de calorías.

Es cansador.

Llega Diciembre, y empiezo a sentir como una desazón. Una tristeza sin motivo aparente, y a medida que se acerca el 24, se acrecenta, para comenzar su cuarto menguante el mismísimo 25.

Y culmina con el comienzo de la alegría, todos los 31, cuando nos vamos a la casa de la playa.

Nosotros solos. A comer camarones y palmitos, y heladito, y a no tener que compartirlo con otros 95 más.

Se dieron cuenta no?

Ya estamos en Octubre, casi.

OU NOU

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