Créditos: Corbis
Si queremos ver la diferencia clara entre hombres y mujeres, miremos a los más pequeños. En un cumpleaños de un nene de 8 años probablemente encontremos descarnadamente a la vista las marcas que nos hacen tan distintos. Ellas llegan súper producidas y cancheras, vestidito impecable, peinadas a la moda y hasta con cartas de amor para el que más les gusta; ellos están todos revolcándose en el pelotero, ni las miran, ni las saludan y mucho menos entienden quién está más linda o cuál estrena vestido.
Maduramos antes, es cierto, pero si queremos convivir con ellos, tenemos que saber entenderlos. Desde que éramos chicos, hasta los juegos nos marcan las diferencias: educadas para no responder con violencia, mientras que ellos competían abiertamente por ser los mejores, sacaban del grupo al que lloraba y acataban a la autoridad con respeto, nosotras deteníamos todo hasta que la que lloraba se calmaba, nos cuestionábamos si lo que los profesores decían no era una injusticia y necesitábamos estar bien con el grupo para poder sentirnos parte.
Por eso es tan frecuente que ante un mismo problema, vos reacciones de una manera y él de otra absolutamente distinta. Lo que te molesta a vos, en su universo masculino ni siquiera entra en la categoría de inconveniente. Y lo mismo al revés.
Por todo eso es que es tan difícil estar de a dos. Mejor dicho: por todo eso y también por todos los otros "de a dos" que nos tocó vivir: los padres, los hermanos, los amigos, ex parejas. Una carga con demasiada experiencia "ajena", y eso suele jugarnos en contra. Juzgamos sus actos en función de un modelo ultraestricto de cómo imaginamos que tendría que ser la pareja, y ese modelo nos hace infelices, incluso (¡y sobre todo!) a nosotras mismas.
Esos modelos son fantasmas que nos persiguen y nos hacen vivir como si estuviésemos siempre caminando al borde de un precipicio: vivimos en alerta, a la defensiva, cuidando con sigilo y obsesión el pedacito de suelo que ocupamos. Hay que despejar, aflojar la frente, apoyarnos en la confianza de lo que somos y lo que tenemos y entender al otro tal como es.
Es trillado, pero no deja de ser cierto: la pareja se construye. Para construirla, hay que poder conformar entre los dos un espacio de intercambio donde los planetas que componemos se conecten. Ese lugar se construye con diálogo. Podríamos inventar una lista infinita de herramientas para construir y sostener un vínculo, una relación de pareja, pero la verdad es que la clave es dialogar. Aunque no necesariamente tiene que ser una charla, se trata de abrir la mente y el corazón para ponerse en el lugar del otro.
El diálogo es lo único que nos acerca al otro. Si podemos comunicarnos, escucharnos, decir lo que nos interesa y lo que nos molesta con claridad, el abismo entre las partes desaparece. El estado natural de nuestra mente (la de todos) es el decir, lo que la meditación llama "la cháchara interna". Para conectarnos con otro, es necesario suspender ese decir para pasar a escuchar; desde esa conexión, lo que surja después va a ser diferente.
Para generar ese diálogo, tenemos que saber quiénes somos y quién es el otro. Qué quiere, por qué, cómo piensa, cómo reacciona, qué lo motiva y qué lo desanima. Conocerlo, no para controlarlo, sino para controlar los impulsos propios, los dramas cotidianos en que caemos cuando nos frustramos, nos sentimos tristes, feas o poco consideradas.
Seguí leyendo, te vamos a pasar cinco pistas para llevarte bien con él y, fundamentalmente, para llevarte bien con vos misma cuando estás con él.
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Claves para leer a tu pareja
Contención versus acción. Cuando tenés un problema, se lo contás, y él te dice enseguida lo que tenés que hacer: "No la llamés más", "dejá de ir", "la próxima vez, contestale tal cosa". Pero estás angustiada, y la verdad es que sólo querés que alguien te escuche; él toma partido al instante y te dice cómo tenés que actuar para no seguir sufriendo. Su pragmatismo te enloquece (en el mal y en el buen sentido); resulta que ese día vos sólo esperabas que te abrazara, te dijera que todo iba a estar bien y nada más: sin recetas, sin sentencias, simplemente que te escuchara.
Pero los hombres prefieren la acción, el rigor de las certezas puestas sobre la mesa. La mayoría de las veces es así porque ellos, cuando cuentan un problema, esperan que les digan qué hacer. Las mujeres tendemos a ser las que ponemos el oído, tendemos a escuchar con atención, ayudarlo a que se calme, a que piense las cosas de otra manera. Ellos quieren que les digan qué hacer, prefieren la acción porque desean una solución.
Cuando te la está pidiendo, tu opinión es esperada. Es toda una virtud poder ser clara y jugarse por una respuesta cuando te consultan, no meterte en lo que no te llaman; pero si te llaman, que sepan que no vas a andar con vueltas. Estamos acostumbradas a debatir en grupo y durante horas todos nuestros rollos. En el universo masculino, el debate abierto no se usa.
Ellos necesitan tener claro qué pierden y qué ganan cuando deciden algo; por eso, para que el diálogo no fracase, no te tenés que olvidar de que él no es tu amiga, no quiere debatir y reflexionar, quiere soluciones. Si no podés dárselas, te harás a un lado y listo, pero ¡no lo enrosques! Y tené en cuenta que él te está conteniendo cuando te dice lo que tenés que hacer. Sus órdenes, sus consejos –a veces tan secos y rotundos–, son un abrazo en su idioma.
Que tus novedades no se conviertan en spam. La mayoría de las mujeres adoramos los detalles. Nos gusta saber quién estaba con quién en la fiesta, cómo estaban vestidos, qué había para comer y qué música escucharon. Nos parece que de eso, de pequeñas cosas, se componen los buenos relatos. A la hora de contarle algo a nuestra pareja, hacemos lo mismo, llegamos de trabajar y apenas nos preguntan cómo nos fue, lo abarcamos todo: quién faltó, quién discutió con quién y hasta lo mal que le queda el nuevo color de pelo a la recepcionista de la oficina. Es muy probable que a mitad del relato lo hayamos perdido: los hombres no retienen los detalles, recuerdan, de todo lo acontecido, lo relevante para el resultado.
A los hombres, frente a una situación de estrés, por ejemplo, se les activa más la amígdala derecha. Las amígdalas controlan la generación de emociones y su recuerdo, y hay dos, una en cada hemisferio. El derecho es el hemisferio que comprende lo global, por eso el hombre va a recordar mejor el sentido general de la situación, tiene más sentido de la orientación y está más atento a los estímulos externos. En cambio, a las mujeres se nos "enciende" la amígdala izquierda, la del otro hemisferio, que, pone la atención en los detalles.
Entonces, se puede entender mejor por qué sabemos ponerle tan bien las palabras a lo que sentimos, comunicamos con más soltura y detalle o manifestamos sin dificultad nuestras emociones. Pero acordate: ¡él no es tu amiga! Si querés que te preste atención, que se interese por tus cosas y que mañana no se haya olvidado de lo que le contaste ya tres veces, ¡resumí! A él no le importa cómo estaban vestidas tus amigas ni si antes de salir con ese chico tu amiga salía con uno casado. No es que sean básicos, son más simples, quieren ir al grano porque se distraen con los detalles.
El triste enojado. Discutieron fuerte y, desde ese día, él está raro. Dejó de llamarte cuando llega a la oficina, ya no te manda mails, está muy serio y hasta te enteraste –de casualidad– de que se peleó con su mejor amigo. En cambio, vos estás hecha un trapito desde ese día. Llorás, les contaste a siete personas en sólo dos días lo que pasó, escribís mails estilo "lamento papiro" que después guardás en los borradores y no envías y lo llamaste para "hablar" una docena de veces. Tu tristeza es evidente y la sacás para afuera como se lo merece, lo que no podés entender es cómo él no está triste.
Nuestro cerebro suele hacer siempre la misma ecuación macabra: no me quiere; quiere que terminemos; no me entiende; si cada vez que quiero que nos sentemos a hablar se niega, significa que esta relación lo agotó. Te sentís culpable, ansiosa y hasta asustada. Lo cierto es que si bien las cosas pueden ser así, lo más probable es que él también esté triste. Tenemos que saber que la mayoría de los hombres, cuando sufren, se enojan. Educados en la escuela de los súper poderosos, los hombres no suelen quedarse tirados de tristeza; al contrario, salen al ataque. Tiene que ver con la formación, pero también con una estructura cereblar específicamente masculina.
Ellos atacan si se sienten lastimados, se ponen abiertamente hostiles y prefieren no hablar de lo que pasa. Para nosotras, hablar del asunto, preguntar, reflexionar en voz alta es lo más común. Es muy probable que te diga que lo dejes solo; si es eso es lo que pide, eso es lo que quiere. No hablar de lo que pasó, o no darle mil vueltas a lo mismo, no quiere decir desentenderse de la situación, pero sus formas de procesar los altibajos de la vida amorosa son esas. Entendelo: ¡sufre!, pero sufre enojado, distante y sin ganas de hablar. Aceptá sus tiempos y date los tuyos, pero ¡sin exiliarte en la isla del drama!
No seas tan buena. Están desayunando y él te pregunta: "¿Hoy vas a usar el auto?", a lo que vos respondés: "Después del trabajo busco a los chicos, paso por lo de mamá, tengo que llamar a Paula, mi profe de yoga, para cambiarle el día porque...". ¡Stop! Contestá a su pregunta: ¿vas a usar el auto, sí o no? No enumeres todas las actividades de tu día, ¡respondé! Lo cierto es que, para vos, sí le contestaste. Como vimos antes, tu capacidad de ver la totalidad del escenario te hace estar al cuidado de todos los detalles; por eso, hacer foco en una sola cosa es una tarea bastante difícil. Pero hay algo más, y podemos hilar más fino: él quiere que le respondas "sí" o "no", nada más, pero vos le contás todo porque, muy íntimamente, tendés a no querer ganar. ¿Te sorprende demasiado?
Tu razonamiento, más, menos consciente, es éste: "Si me llevo el auto, yo gano y él pierde". Reinas a la hora de saber cómo hacer para que todos se sientan bien, se sientan parte, estén conformes y felices, las mujeres no sabemos disfrutar de un logro, por mínimo que sea, si somos conscientes de que hay otro que se perjudica con la situación. La tarea, entonces, es aprender a ganar y leer la situación con un poco más de seguridad. Si ese día necesitás el auto, que él se vaya en taxi. No es egoísmo, es una herramienta que si la ponés en acción, te va a ayudar a mejorar la calidad del diálogo.
Ellos suelen estar más acostumbrados, y prefieren lidiar con hombres que con mujeres. Sobre todas las cosas, porque nosotras damos más vueltas, nos cuesta más ir al grano, y todo eso les resulta poco claro. Hay que dar señales claras cuando no se está de acuerdo con algo o se decide determinada cosa. No tratar de dejar cómodo al otro cuando te jode lo que dice, porque lo confundís. No seas siempre la conciliadora, si bien te molesta el conflicto, tené en cuenta que es mejor ser rotunda que vacilante.
Premio versus reconocimiento. Vos disfrutás de llevarle el desayuno a la cama porque él lo disfruta. Te gusta sentarte a su lado con la bandeja repleta de cosas ricas y ver esa cara de niño feliz que pone cuando te ve entrar. Tu disfrute, se podría decir, es consecuencia del suyo. Nada más genial, si quiere que repitas el gesto, que decirte algo como: "Fue tan lindo el otro día cuando me diste esa sorpresa", porque está comprobado que las mujeres necesitamos sentirnos consideradas, sentir que lo que hacemos y somos es valorado, para que podamos actuar con motivación. Esto se extiende también a las relaciones laborales, pero para entender a la pareja, es bueno que tengas en cuenta que así como a vos te estimula pertenecer, comunicarte bien, sentirte conectada para después dar todo de vos, a ellos los motivan los logros.
Entrenaron su hombría bajo el dictado de "los pingos se ven en la cancha"; por eso, primero juegan, en el juego definen qué tal juegan y su lugar en la jerarquía, y sólo después sienten que pertenecen, que están conectados con los demás y que pueden comunicar. Es muy posible que entender esto te ayude a comprender tus frustraciones cuando él quiere algo de vos y vos no podés dárselo simplemente porque te lo pide mal.
Probablemente no sepa que para que vos tengas ganas de actuar, antes necesitás sentirte íntima y secretamente unida a él, y que para que esa conexión se haya establecido, es esencial que te sientas valorada, saber que él disfruta lo que hacés, no por lo bien o súper bien que preparás las tostadas, sino por el gesto en sí mismo. A él lo estimula hacer las cosas bien, ser el mejor jugador de la cancha. Y a la hora del sexo, lo mismo: el mejor condimento para entenderse bien es una bondadosa pizca de adulación. Sin caer en la falsedad, obvio, pero una frase arengadora del tipo "lo hacés mejor que nadie" es infalible para encenderlo. Marcar sus méritos, hacerlo sentir capaz y con buena performance, lo va a vigorizar mucho más que cualquier reproche aburrido
Por Magalí Etchebarne
Fotos de Paula Teller
Producción de María Salinas
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