Confieso que hoy no tengo ganas de trabajar. Que no tengo ganas de leer ni de escribir, ni menos de corregir. No tengo ganas de escuchar ninguna de mis radios mentales con voces distorsionadas y cambiantes que se contradicen entre sí, que siempre levantan el dedo índice retándome... ¡Cállense!
Confieso que mi vocación por ser discreta pesa.
Que anduve triste, que el texto pasado, el de los sueños, fue escrito tras un rapto de llanto. "Calmate, respirá hondo", me decía, "así podés escribir algo para mañana". Que me vi, me pude ver ducha en eso de disimular-me... (Acaso me vi adulta).
Confieso que estuve triste por un duelo, por un cierre que estoy viviendo. Por una distancia que vuelve a administrar mis espacios y tiempos en relación a otros, a otros que me importan, que viven lejos y quisiera que vivan cerca.
Confieso que estoy escribiéndoles sentada en posición de indio, como una niña, arriba de una silla. Que apenas terminé el anterior párrafo, registré mi columna, encorvada. Confieso que me trabé en esta oración, que tenía una idea a desarrollar, una metáfora en relación a la columna, al peso... y no salió. Que ya no sé qué estoy diciendo.
Confieso que quiero permitirme no saber un pomo. Confieso no saber un pomo, no por lo menos en relación a lo fundamental. Saber no sé. Confío, creo.
Confieso que esta mañana llegué al café en el que trabajo haciendo cuentas mentales y cuando volví a ver el diario, la muerte de China Zorrilla, pensé: toda la vida malabareando números para qué... para terminar muriendo.*
Confieso que en esos momentos quisiera tener una iluminación orgánica, que a todas y cada una de mis células les caiga una ficha, reciban el mensaje de cómo deben comportarse: relajadas, centradas... de una vez para siempre. Y en su lugar tengo algo así como una cachetada de viento, una brisa... un "che, acordate. Esto es vida, vida es problema, disfrutalo".
Pero no sé si esas brisas duran lo que debieran.
Confieso que tiendo a subestimar ciertas dificultades, a compararlas con dificultades de otros seres humanos, como mis hijas comparan sus peinados, sus collares, sus figuritas. Como si el hecho de saber que hay diversos grados y planos de problemáticas diera consuelo. O como si el sufrimiento físico fuera más digno que el sufrimiento psicológico o espiritual cuando en realidad están íntimamente ligados... y cuanto antes ataquemos los nudos de estos planos, prevendremos dolor en lo concreto.
Confieso que después de haber escrito lo anterior me siento mucho mejor. Tal vez sólo tal vez sólo estaba necesitando expresarme, liberar lo arriba escrito para seguir adelante, así como cada tanto una mete mano y le quita las pelusas a la escoba para seguir barriendo.
Confieso que me estoy riendo de mi comparación.
Confieso que... Ay, confieso... Confieso... No sé qué podría seguir confesando. No se tomen muy a pecho el verbo confesar, quítenle la connotación religiosa, no piensen en pecado.
Y ya sé, es viernes, muchas están en sus oficinas y no ven el momento de que terminen las responsabilidades laborales, pero si se animan a confesar, a quitarse algún traje de silencio, algún peso de silencio, bueno, acá pueden hacerlo.
Y ya no me confieso, sí les cuento que en breve tendremos una nueva entrevista a otro padre (Javier Daulte), a una madre indígena, que estoy tratando de contactarme con una bloguera neoyorquina... y que estoy tomando consciencia y queriendo escribir acerca de algunas problemáticas medioambientales.
¿Ustedes qué confiesan?
*Ah, y no me detuve en China Zorrilla, pero releyendo me dieron ganas de confesarles que también me entristeció mucho su partida. Que la admiraba como artista pero sobre todo como mujer, como ser humano. Que decidí el nombre de mi hija mayor un día en el que abrí el diario y había una noticia de ella. Que en PAZ descanses, China.
PD: Como siempre, si quieren escribirme por privado, me encuentran en FB ¡Que tengan un excelente fin de semana!
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