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Conocer para ver

El verdadero viaje comienza en casa, informándose antes de salir




No se trata de ver para conocer aunque sea un lugar común. En realidad hay que conocer para ver . Así lo explicó Jean Piaget en su estudio sobre el aprendizaje y lo comprobamos diariamente en la vida cotidiana.
Frente a una radiografía uno sólo ve imágenes fantasmales y borrosas. El médico, que conoce el tema, puede diagnosticar y proponer medidas terapéuticas. Igual que en un examen de laboratorio donde nosotros solo vemos cifras. Lo mismo sucede con un experto en turismo al analizar las ofertas que comienzan a multiplicarse cuando se abre la temporada, tema que fue nota de tapa de este suplemento el 11 de febrero. Por eso puede comparar distintos destinos y servicios sabiendo si conviene reservar ahora o aguardar eventuales rebajas en los pasajes aéreos.
Para los legos, lo que es mi caso a pesar de haber tenido la suerte de viajar bastante, es difícil conocer la trastienda del negocio. Lo mismo que los códigos internos de las distintas clases en los aviones o el sistema de premios para pasajeros frecuentes.

En consejo de familia

En cambio podemos aplicar la fórmula conocer para ver al planear una nueva salida después de las vacaciones anuales. En nuestro país, que es un catálogo fascinante, o en el exterior. Aquí lo que vale es nuestra decisión. Las ganas que tenemos de repetir o de innovar con la ayuda de los recortes de los diarios. Lo mejor es hacerlo en consejo de familia, especialmente si hay adolescentes de por medio, que suelen saber más que los grandes.
Una de sus ventajas es la habilidad para navegar por Internet. No sólo para enterarse de precios, que es lo primero que salta a la vista y no siempre es ventajoso porque tiene sus vueltas igual que todo negocio. En un supermercado puede haber una oferta en una góndola que es un anzuelo para luego vendernos el producto que está al lado y está más caro que en otras partes.
La Web, la araña de la triple w, es un menú muy práctico. Basta poner una palabra en el buscador preferido (no exclusivamente Google) para que brote información. Excesiva, generalmente porque es igual que un río que trae latas o zapatos viejos junto a pepitas de oro.
En mi caso, además del destino (en inglés, que es el esperanto cibernético) me fijo en las páginas de las oficinas de turismo oficiales. Por ejemplo, en los nuevos miembros de la Europa de los 27 que antes estaban detrás de la Cortina de Hierro. Luego refino la navegación según mis intereses y descubro fuentes maravillosas de imágenes de lugares desconocidos y datos de arte, historia y, por qué no, de gastronomía, que es buena compañera de ruta y de entrada a la vida cotidiana por aquello de dime qué comes y te diré quién eres .
Internet es una herramienta complementaria porque estimula el conocimiento a través de la lectura de diarios de otras ciudades en línea y de libros, que siguen siendo mis favoritos, desde Guillermo Hudson o el Perito Moreno hasta las memorias de viajes de Sarmiento por el mundo o Goethe por Italia.
No hay huellas dactilares o iris similares en seis mil millones de terrícolas. Tampoco lo son los caminos del conocimiento. Sirven las conversaciones con amigos que viajan, películas o novelas clásicas, los programas de TV, las canciones en discos o MP3, las revistas, aun las viejas que están en la sala de espera de los consultorios, y muy especialmente las visitas a las oficinas culturales de algunas embajadas.
Es una tarea personal e intransferible que tiene la ventaja de ayudarnos a conocer para ver antes de viajar. Y la recompensa de permitirnos, aun sin salir de casa, usar la imaginación, que es una alfombra voladora que no exige pasaporte.
Por Horacio de Dios
almadevalija@gmail.com

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