Por Alan Matías Otero
Comencé viajando con amigos a lugares cerca de donde vivía. Nos íbamos a dedo y acampábamos, subíamos montañas y visitábamos pueblos escondidos. Luego, empecé a viajar por el país, cada vez más lejos.
Hasta que en una ocasión salí a Bolivia. Y el siguiente viaje fue a Chile. Siempre con la mochila al hombro.
Me di cuenta de que había lugares que me encantaban y que merecían más tiempo para recorrerlos y aprender de ellos.
Corté con mi novia, dejé el trabajo, la facultad, la familia, los amigos y la rutina. Compré una mochila de 60 litros, me tomé un colectivo hacia la ruta 2 y empecé a hacer dedo.
Tardé un poco, pero frenó un Renault 11 destartalado, que se quedó varias veces en la ruta y tuvimos que empujarlo. Fue gracioso, así conocí a la primera persona de este viaje sin tiempos. No recuerdo su nombre, pero siempre voy a recordarlo a él.
Mi plan era pasar rápidamente por el NOA, que ya había recorrido anteriormente, y salir rápido a Bolivia, donde mis pocos ahorros serían más efectivos.
Pero no fue así. Enseguida comencé a conocer gente como Yuyito, un colla que vive del otro lado del río de Purmamarca. O Pier, un francés que estaba congelándose y lo invité a dormir en la cabaña que había alquilado. Me demoré en el Norte más de lo previsto y terminé yendo al desierto de Atacama, en Chile.
Cambio mundial
A pocos días de comenzar, entendí que ningún plan se realizaría como lo pensaba. Sería mejor.
De Chile me fui a Bolivia, pasé por el Salar de Uyuni, lugar mágico. La idea era acampar para ver las estrellas en el desierto de sal más grande del mundo, pero se nubló y al llegar al hostel unos argentinos estaban corriendo para irse a ver el partido Argentina-Bolivia, en La Paz, por las eliminatorias del Mundial. Bastó intercambiar miradas durante tres segundos para salir corriendo a las duchas e ir en busca de pasajes para llegar a tiempo a la capital boliviana. Perdimos 2 a 0, pero fue algo maravilloso.
Me fui a Perú, donde llegué a Cusco y se me terminaron los ahorros. Comencé a vender trufas, alfajores, pulseras, a juntar dinero para Machu Picchu. No junté casi nada, pero la pasé muy bien.
Me fui a la selva de Brasil para renovar los días de estada en Perú. Y en ese trayecto conocí a Mauro, un chico de mi misma ciudad, pero con quien nunca nos habíamos cruzado. Era su cumpleaños y estábamos bastante pobres, en la plaza de Puerto Maldonado tocando la guitarra. Entonces, se nos ocurrió una idea medio en chiste: ¿Por qué no salimos a tocar en los restaurantes a ver si juntamos algo? Unas semanas después, llegábamos a Machu Picchu habiendo conocido decenas de pueblos de la zona.
Bienvenido a Machu Picchu
Hicimos el dinero para la entrada a esa maravilla del mundo, el camping y la comida en menos de dos días.
Seguí viajando con él hasta Lima, donde pasé bastante tiempo y conocí gente hermosa que se quedará conmigo para toda la vida.
En Ecuador, conocí a un actor argentino. Formamos una bandita de rock y junté dinero para comprar un pasaje a México. Pero antes me fui a recorrer algo de Colombia.
El aeropuerto de México es una de las peores cosas por las que pasé en el viaje: el maltrato por parte de la gente de migraciones y sus injusticias dan asco.
Estuve bastante tiempo andando solo y aprendí otra forma de viajar, totalmente distinta, pero sorprendente. Todos los días, algo diferente, una nueva persona, una nueva sorpresa. Los lugares en los que estuve, las personas que conocí, las comidas que probé, las costumbres, la cultura y la historia que aprendí... No hay palabras para contarlo todo.
Empecé a tocar la guitarra en la calle, con un cartelito que decía Viajando por el mundo, día xxx y vendiendo mis fotos del viaje, que imprimo como postales con alguna frase. La gente se me acerca todo el tiempo, se entusiasma con la historia, le encanta. Después de bajar hasta el estado de Quintana Roo, visité por algunos días el lugar del que todos me decían: "No vayas, es feo peligroso y caro". Y descubrí que Belice es un país estupendo. La gente repite siempre lo que escucha o lee. Eso es muy triste. En fin. Hoy, un año, un mes y un día después de haber salido de casa, me encuentro en Guatemala. Entre muchas otras anécdotas, hace unos días... ¡hasta llegué a conocer personalmente al presidente! Voy camino a El Salvador, con miles de historias, amistades, aprendizajes y muchas ganas de seguir recorriendo este hermoso mundo del que todos piensan que está podrido, pero se equivocan. Si querés seguir este viaje podés hacerlo mediante mi Instagram (@matusyd), donde siempre voy subiendo las fotos y algunas historias, o mi página de Facebook: Matusyd Wonderlust.ß
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