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Croacia, tierra de antepasados




Mi niñez, mi adolescencia y parte de mi juventud las viví en una pequeña, hoy pujante, ciudad de nuestro sur argentino, Comodoro Rivadavia, más precisamente en lo que antes se denominó Campamento Km 8.
En este lugar, crisol de razas, la gran mayoría éramos descendientes de gringos. Las actividades al aire libre eran casi nulas por las inclemencias del tiempo y la diversión era pasar los domingos en casa de algún compañero que nos invitaba a jugar y tomar la leche. Y mientras devorábamos los manjares servidos con cariño y esmero, las mamás y abuelas se sentaban junto a nosotros, con las manos rugosas sobre la mesa, con los pañuelos casi siempre negros en sus cabezas y con los ojos tristes y la mirada perdida en quién sabe qué tiempo?, y tejían historias de sus lejanos pueblos, de sus casas de piedra, de la familia que espera que los hijos vuelvan.
Y un día, no hace mucho, me encontré disfrutando de un hermoso crucero que me llevaría a conocer una partecita de Croacia, un lugar emblemático, mítico, una perla en el Adriático: Dubrovnik, que significa Bosque de los Robles, y recordé entonces algunas miradas, algunas historias, y me estremecí de emoción al poder viajar a tierras tan extrañas.
El crucero apagó sus motores y en bus nos dirigimos por una sinuosa pendiente hacia la Ciudad Fortificada. Fue algo así como entrar en el túnel del tiempo.
Ciudad medieval de imponentes murallas, cuya circunferencia es de 1940 metros, está formada por torres, fuertes y bastiones que en épocas difíciles le dieron protección ante inminentes ataques.
Al entrar por la antiquísima Puerta de Pilé, construida en 1397, nos da la bendición el santo patrono de la ciudad, San Blas. Después, un altísimo y simpático croata nos ofrece una medallita junto a la fuente de Onofrio, que abastecía de agua tomada de un cercano manantial, y que manaba por las bocas de las 16 máscaras que la adornan, toda una revolución tecnológica para la época (1438).
Detrás, la iglesia Del Salvador, que hoy está dedicada a conciertos de música clásica. Junto a la iglesia encontramos la farmacia más antigua de Europa, Mala Braca, que funciona desde 1317, donde lo usual es comprar crema hidratante de rosas, agua de lavanda y crema de limón.
Caminar por el empedrado de Stradum, que parece encerado de tantos miles de turistas que con sus pasos lentos le sacan brillo, es una delicia.
El campanario, los palacios Sponza y de los Rectores, la catedral, la iglesia de San Blas, la columna de Roldán (servía para enarbolar la bandera y también, curiosamente, el brazo derecho del legendario caballero Roldán fue utilizado durante mucho tiempo como medida de longitud) y muchos más centenarios edificios pueblan este lugar de ensueño, protegido por sus murallas y por el increíble mar azul que golpea con fuerza sus cimientos.
Mil cosas más podría contar de este lejano y pacífico lugar, castigado por guerras que quedan como testimonio en los rostros surcados de arrugas y en los ojos tristes de los raguseos, pero la historia termina y lo mejor es viajar y verlo.
Más tarde, sentada en un puente del crucero, escuchando el apagado sonido de un piano y las lejanas risas de los pasajeros, levanté la vista hacia un cielo estrellado y me pareció que algunas estrellas me guiñaban los ojos, y pensé en aquellos croatas que en mi niñez me contaron historias, y sonreí agradecida por haberme ayudado a conocer sus tierras.
Liliana Ebner

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por Redacción OHLALÁ!


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