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De compras y regateo, por el Shuk




Podría considerarse el reino de la mentira. Pero muchos lo consideran el planeta del regateo. De una u otra forma se refieren a lo mismo: el Shuk. "Argentino, amigo, venga, mejor precio." Ese manojo de palabras sale de la boca de Aram, un árabe de apenas 28 años que trabaja en el local polirrubro de su padre. No es que hable castellano, pero tampoco posee conocimiento de portugués y al mismo tiempo intenta seducir a una pareja de jóvenes brasileños.
El Shuk, tradicional mercado árabe que ocupa casi la totalidad de las calles del sector cristiano y musulmán de la Ciudad Vieja, es un lugar en el que nada vale lo que dicen que vale. El precio varía según la cara de quien pregunte y la hora del día, así como de cuán buena haya sido la jornada laboral en términos económicos.
"El que no llora no mama", reza un pasaje del conocido tango de Enrique Santos Discépolo. Y nunca más aplicable a este micromundo que se abstrae de cualquier religión, aunque está enclavado en uno de los lugares más sagrados del mundo. La regla número uno en este lugar es negociar todo. Desde una botella de Coca-Cola en el quiosco hasta un colorido vestido en el local más grande. Y como si eso fuera poco, acá los conflictos religiosos parecen no importar, hasta tal punto que es común ver a un árabe ataviado a su manera tradicional clásica vendiendo productos de la religión judía o un rosario de madera.
Aram intenta explicar a LA NACION lo inexplicable: la lógica de este mercado. Sin soltar en ningún momento su narguile (una pipa a base de agua), relata que desde muy chico se crió en el local de su padre en el Shuk. De origen árabe, Aram vive prácticamente en ese local, si se tiene en cuenta que durante la semana abre las puertas pasadas las 8 y las cierra cerca de las 21. Al ser consultado sobre el porqué de los precios, después de un breve silencio admite que es una costumbre antiquísima. Y al día de hoy se sostiene a rajatabla. Tanto es así que una pashmina de cashmere que nos ofrecen por 200 shekels (el equivalente a 210 pesos) la terminamos pagando 25 shekels (unos 26 pesos).
Es realmente agotador caminar por las calles del Shuk, pero no por la extensión de las calles, sino por los gritos y la necesidad de estar atento en todo momento para no ser traicionado a la hora de comprar. Sin embargo, después de largas horas de recorrido, los turistas, lejos del agotamiento, salen con sus bolsas cargadas y una sonrisa en la cara.

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por Redacción OHLALÁ!

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