
Juan,
Como siempre, disfruté mucho leyendo tu último post. Me sentí muy identificada con lo que te pasa con la música. Soy una convencida de que nuestras verdaderas pasiones no desaparecen, sino que se transforman.
Sabés, hay tanto que quisiera transmitir de mis vacaciones, de esos días suspendidos en tiempo y espacio. Sin embargo, hoy domingo, acá sentada al lado de la ventana que da a mi pequeño balcón, miro la pantalla y me doy cuenta de que es otra vivencia la que quiero compartir; una historia mínima que se desprende de una de las mejores experiencias de mi vida.
Resulta que la semana pasada, una mujer que nunca había visto antes, me abrazó tan fuerte, con tanto amor, que literalmente tatuó una sonrisa en mi cara por el resto de la semana.
¿Quién era ella? Una mensajera. Por unos segundos, esa mujer fue los brazos, la voz y la alegría de una persona que conocí muchos, pero muchos años atrás: mi amiga Astrid.
La mensajera, una mujer de pelo corto, delgada y mirada encantadora, me tenía que encontrar para darme un paquete con regalitos de parte mi vieja amiga.
Nos citamos en un punto del Gran Buenos Aires y, antes de que yo siquiera pudiera reaccionar, me abrazó fuerte, sin dudarlo y como si me conociera de toda la vida. Al mismo tiempo me dijo: "Este abrazo es de Astrid. Me pidió que sea muy fuerte porque hace mucho que no se ven. Es lo primero que te vengo a dar."
En ese instante, simplemente me aflojé, se me humedecieron los ojos y le devolví el abrazo con la misma intensidad. Fue mágico. Realmente sentí que era mi amiga.
Dejo este tema para que acompañe la lectura de lo que sigue:
Esta historia mínima me resulta tan importante porque representa el primer gran punto de inflexión en mi vida. Astrid, sus hermanos y sus padres, fueron las personas que me alojaron en un pueblo europeo cuando a mis 15 años hice un intercambio estudiantil por casi medio año.
Recuerdo el vuelo, la primera noche y el primer día en la casa de esa familia nueva y totalmente desconocida, como si me hubiera pasado ayer. Es increíble como hay cosas que olvidamos rápido y como otras quedan grabadas en detalle.
Todavía hoy puedo sentir la adrenalina de ese despegue. Un avión enorme, en una época en la cual todavía se permitía fumar. ¿Podés creer que había sección fumadores? Las turbulencias a la altura de Brasil están grabadas en mi memoria, así como la mezcla de emociones que me invadieron cuando el capitán anunció que estábamos por aterrizar.
En el aeropuerto me esperaba mi familia adoptiva con una gran sonrisa. Los conocía por foto. Hicimos un viaje largo en auto hasta el pueblo donde pasaría días inolvidables. Una de las primeras cosas que me dijo Astrid sorprendida fue: "Qué bronceada que estás".
Claro, yo venía del verano y de pasar unos días en las playas de Colonia de Sacramento. Y ahí era pleno invierno y la mayor parte del paisaje estaba nevado. Realidades paralelas.

Llegamos de noche a mi nuevo hogar. Después de comer, nos sentamos en el living. Ellos me hablaban y yo estaba rendida por el cansancio. El peso de mis párpados era extremo. Por suerte se dieron cuenta y pude ir a dormir. Todavía puedo sentir el placer que me causó el roce de mi piel con esas sábanas que tenían la textura de una toalla muy suave y el peso del plumón en mi cuerpo. Todo era distinto y nuevo para mí. Mi corazón estaba exaltado y sin embargo dormí como un bebé.
A la mañana siguiente ya tenía que ir al colegio. ¡Qué nervios! Todos mis compañeros estaban muy entusiasmados con mi llegada.
En los meses que siguieron viví infinidad de aventuras. A los tres días ya formaba parte de la orquesta de colegio (tocaba el bombo jajaj).

Con ellos viajé a Francia y a otros pueblitos. Durante ese medio año de mi vida, con mi amiga Astrid y otra amiga del colegio, Lea, nos hicimos inseparables. Cada una vivió sus respectivas historias de amor; cada una cortó también en ese tiempo con sus historias de amor. Y escuchábamos Queen sin parar. Cuando nuestros pequeños grandes romances se terminaban, sufríamos como locas y llorábamos muchísimo. Era ley juntarnos para escuchar "Love of my life" y entregarnos a sentir el dolor al extremo. (Confieso igual que cuando estaba sola, me entregaba a Nirvana y los Guns.)
Fue un tiempo de muchas caras nuevas, un idioma que no era el propio, comidas diferentes, fiestas de pueblo divertidísimas y mucho, pero mucho aprendizaje.
Allá cumplí 16 años. Increíble. ¡Tan chica! Después de ese viaje, jamás volví a ser quien era. Después de ese viaje crecí y me animé a enfrentar el mundo con otros ojos.
Gracias a ese día, en el que me animé por primera vez a transitar un camino hacia lo desconocido, comprendí que la única manera de vivir experiencias distintas y transformadoras, es venciendo los miedos y dando pasos por senderos alternativos.
Y hace tan sólo unos días, ahí estaba yo, muchos años después, parada en una vereda de Buenos Aires, recibiendo ese abrazo fuerte que me trajo todos los recuerdos, una alegría inmensa y un reencuentro con mi identidad.
Ese momento mágico también me hizo ver con claridad un par de cosas más:
Una, que un abrazo de corazón te cambia el día, la semana, la vida.
Y otra, que un viaje transformador no sólo te abre la cabeza y te regala coraje para encarar la vida de otra manera, sino que te obsequia uno de los tesoros más valiosos de la vida: los amigos.
Tranquila en casa, miré los regalitos de parte de mi amiga. "Cómo me conoce", pensé feliz al verlos. También encontré esta tarjeta:

Beso,
Cari
PD: hoy no es mi cumple. Es el 25 :)
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