Publicado por Silvia.
Iba a escribir sobre el casamiento que tuvimos el sábado, la única verdad indiscutible que Silvio mencionó en su injurioso post de ayer. Pero no quiero pasar por alto cuánto me ofusca que Silvio tenga una memoria tan selectiva y recuerde tan sesgadamente nuestras anécdotas como pareja.
A saber: Silvio cuenta que yo lo llamé desesperada, y de paso me hace quedar como una desalmada que escucha un bebé llorando y no es capaz de salir a ver dónde está esa criatura indefensa que pide ayuda a gritos. Silvio omite que el motivo de mi llamada era precisamente que había unos alaridos tremendos que realmente no parecían venir de un gato sino del mismísimo bebé de Rosemary (como mencionaron ayer!) pero que no se veía nada desde la ventana, por lo que quería saber si él reconocía ese sonido como propio de su casa. Obviamente, estaba un poco alarmada. Pero claro, él prefiere decir que yo lo llamé desesperada, pidiendo auxilio, como si él fuera un superhéroe que saca su fuerza de las proteínas del asado ("Ojo de bife" podría ser un poder de superhéroe, piénselo).
Silvio olvida que su respuesta fue algo así como: "Hay un gato insoportable de un vecino que a veces se cae en mi patio y que cuando maúlla hace unos ruidos rarísimos". El gato tampoco estaba en el patio, pero sí cerca. Silvio recuerda esta anécdota (sus amigos también) como la contó y es inamovible en su postura. Pero si yo lo hubiera contado primero, según mi versión, estimo que no tantos me habrían recomendado terapia!! Sí tengo algunas manías y paranoias, y el relato de la anécdota del alcohol, aunque exagerado, está un poco más vinculado con la realidad. Pero hoy no es un día para reconocer debilidades.
Cuando empecé a salir con Silvio, detecté que un par de sus amigos llamaban "jermu" a sus novias y le prohibí hablar así de mí, al menos en mi presencia. Pero creo que él a veces tiene una ligera tendencia a querer convertirme en la "jabru rompeb..." propia de las series costumbristas y estereotipadas. Considera una "locura" que yo lave las latas antes de abrirlas, que yo lave las paltas antes de cortarlas y que yo quiera pasar por agua un juguete que estuvo durante una hora tirado en un piso roñoso antes de que su sobrina bebé se lo lleve a la boca. Él niega reglas de la bromatología más básica, pero yo soy la loca. Me trata de maniática cuando chequeo las hornallas omitiendo que una vez, en ese chequeo que hago muy de vez en cuando, descubrí una hornalla encendida que nunca jamás me pudo explicar (obviamente me cuestionó la veracidad de mi hallazgo, habrase visto). Me gasta cuando yo me pregunto si cerré la puerta con llave. No les explico mi alegría, cuando el otro día, él, con vergüenza porque ya anticipaba mi sonrisa vengativa, a dos cuadras de haber estacionado, empezó a dudar sobre si había cerrado el auto o no. Yo, de mil amores, le dije con mucho énfasis que obviamente podíamos volver a chequear... ¿Adivinen qué? ¿Estaba cerrado o abierto?