Tengo una costumbre horrible, la de patear las facturas de luz/gas/teléfono/tarjeta/prepaga cuando las veo ahí esperándome al ladito de la puerta después de que el portero las deslizó. Ya me pone de malhumor el ruidito que hacen mientras se arrastran sobre el parquet de madera. Ruido a deuda. Siempre supe que no era una buena costumbre. No sé por qué me niego a pagarlas en el primer vencimiento y después se me pasa el segundo y después ignoro los llamados telefónicos y después me olvido y después…me cortan todo. Hoy amanecí sin teléfono.
Lamentablemente no puede realizar llamadas. Por favor comuníquese sin cago al 112.
Deuda. Ya lo sé; es un comportamiento infantil, inmaduro, detestable y sobre todo ridículo. Tarde o temprano hay que desembolsar y no puedo entender por qué para mí no puede ser temprano. ¿Qué supongo, que alguien va a venir a encargarse? La veo a Mara pagar las facturas de la casa a término, meterlas organizadas en un carpetita con solapas de plástico que divide los rubros: colegio chicas, gas, Internet, celulares, expensas y así. ¿Yo? Con suerte las apilo adentro de un cajón olvidado y sueño con el día en el que modifique mis hábitos y me vuelva un ama de casa responsable.
Todavía no me desconectaron Internet. Ahí sí creo que enloquezco. Eso y el agua caliente. Y el cable. Sí, esos tres.