El arte de la elocuencia

2 de octubre de 2008 • 10:59

Además de las clásicas "máximas", cuando era adolescente me la pasaba diciendo pavadas.

Sí sí, es lo más típico para esa etapa de la vida. Lo sé.

Pero yo era peor.

Tengo mucha memoria, y realmente, debo confesar que, de teen, fui particularmente boba.

A ver, nunca tuve un talento en particular, pero digamos que siempre me destaqué por el arte de la elocuencia (hay un libro de Aristóteles que se llama así?)

Decía: el arte de la elocuencia me ha traído buenos y malos momentos.

Al principio, cuando empieza el discurso, es cuando se pone interesante. Todo interlocutor queda captado y guarda un respetuoso silencio, mientras el punto es expuesto.

Ahora, cuando comienzan las preguntas, cuando hay que dar explicaciones, ahí, ZAS, fui.

Porque claro, el arte de la elocuencia me ha permitido, desde siempre, hablar de lo que no sé.

Decir de un modo estupendo, aquello que desconozco por completo. Teorías vacías, carentes de puntos que las avalen.

Esto me ocurre desde muy pequeña.

Desde que tengo memoria, les diría.

Anoche hablaba con mamá, ella en la cama, yo sentada en el piso, con un mug con café ambas, y ella me contaba cómo solía yo despotricar contra las madres de bebés, por ejemplo.

Más precisamente:

Me decía anoche mamá:

"Quién iba a decir que vos, chiquita, ibas a terminar haciendo todo lo contrario de lo que durante años proclamaste".

"no sé de qué hablás mamá"

Bueno, me dice:

Llevar a los niños a los restaurantes

Que los niños duerman con los padres

Que miren diez mil películas por día

Que coman chocolate con chizitos de cena

Que se olviden (me olvide yo) de lavarse los dientes a la noche

Dios Má, en qué me convertí???

"En madre", me contestó. Y le dio un beso al cafecito.

(igual, lo de los restaurantes lo sigo pensando. Muy pocas veces los he llevado, y aún hoy ODIO cuando la gente lleva a sus niños a los lugares más inadecuados, como el cine!(nada menos))

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