Chiapas es un estado que sorprende, cautiva e impresiona. El visitante puede encontrar ciudades coloniales muy pintorescas, como San Cristóbal de las Casas; descubrir y apreciar la forma de vida de pueblos indígenas descendientes de los mayas; dejarse impactar por bellezas naturales como el Cañón del Sumidero y la cascada de Agua Azul; contemplar la puesta del sol en pueblos de la costa del Pacífico, o bien adentrarse en la historia visitando las ruinas arqueológicas de Palenque, Toniná y otras, que hacen a las raíces más hondas de los habitantes de esta región.
Quizás el mejor resumen del encuentro de naturaleza, historia y cultura podría estar en el viaje que uno tiene que hacer para llegar al yacimiento arqueológico de Yaxchilán, una de las ciudades mayas más importantes de la región por su injerencia en el comercio fluvial de la zona, también famosa por sus ornamentadas fachadas y los dinteles de piedra tallados que describen escenas de la vida en la ciudad.
El viaje tiene que comenzar temprano. Saliendo de Palenque, se toma dirección Sudeste por la carretera Fronteriza, rodeada de tupida vegetación y que a primeras horas de la mañana aparece bañada por los rayos del sol.
Después de dos horas de viaje por la selva, se llega hasta los pueblos de San Javier, cercano a las ruinas de Bonampak, muy famosa por los frescos interiores del Templo de las Pinturas, y Lacanjá Chansayab, habitado por indios lacandones, donde es posible alojarse y contemplar la forma de vida. Por la misma carretera aparece Frontera Corozal.
Desde su embarcadero salen las lanchas que, en 40 minutos, surcan las aguas del río Usumacinta, hasta llegar al meandro donde están las ruinas de Yaxchilán.
La visita debe durar como mínimo dos horas. Se entra por la Plaza Central, y allí hay que detenerse a contemplar los edificios, el laberinto y las estelas con diversas figuras. Hacia la derecha, los escalones llevan hasta el edificio 33, el mejor conservado.
Siguiendo el ascenso por detrás de este edificio se llega a un grupo de construcciones, donde vale la pena subir al número 41.
El descenso comienza después de haber visto la Pequeña Acrópolis. Teniendo como únicos testigos los monos aulladores que cuelgan de los gigantescos árboles por entre los que se desliza el sendero, se llega al final del recorrido.
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