El sábado fui a la exclusiva apertura de la nueva galería Thaddaeus Ropac , en Pantin, a las afueras de París. ¿Una palabra que la describa? Exquisita. ¿Una palabra que describa esa noche? Exquisita. Mi queridísimo amigo Félix me sorprendió con esta invitación. Era una noche algo helada, el invierno se acerca cada vez más y con más fuerza por aquí (no tardará semanas como dije en el post anterior, si no minutos!), pero no dudé en acompañarlo. Así que elegí mi saco negro de pelos tipo crin de caballo y partí. Me encanta este abrigo porque además de cubrirme se mueve con el viento y siempre parece diferente.
Al entrar al lugar, te encontrás con tres pabellones, dos ambientados con obras imponentes. Una, del gran artista Joseph Beuys: un caballo blanco, rodedado de alfalfa, como si estuviera en un box, pero sin paredes. Se lo notaba tranquilo, por momentos pastaba, pero por momentos se ponía inquieto y no era para menos porque la cantidad de gente era enorme. La imagen, junto a otros elementos que también se exponen en la muestra, remiten a una producción para el cine que hizo en 1969, pero confieso que a mí me llevó a varios años atrás, recuerdos muy felices de cuando pasaba fines de semana enteros en el campo con cinco amigas íntimas del colegio. Sigo muy conectada con ellas, hablamos todos los días en un grupo de Whatsapp que formamos y las siento muy cerca. Fue inevitable no sentir unas ganas locas de treparme a ese caballo y salir galopando por el campo abierto con ellas. Siento que con los caballos se experimenta una conexión muy especial. Y cuando caí en que había elegido ese saco negro me reí sola y volví a pensar que nada es casual. Ojalá vuelva a montar a caballo muy pronto.
En el otro pabellón expusieron las obras de Anselm Kiefer, impactantes y melancólicas, enormes. Me conmueve el trabajo de este gran artista alemán porque sus obras en tela logran hipnotizarme bajo el efecto de la fusión de colores. Me alimentan la mirada y me conectan con la obra como si en verdad estuviera dentro de una de ellas. Kiefer me transmite paz, curiosidad y libertad. Sus instalaciones son magnéticas: aunque monocromáticas, parece que ya se desmoronan pero a la vez son sólidas, con peso y fuerza. Sus girasoles son un sueño, querría ponerlos en mi casa y esperar a que trepen por todas la paredes y se descuelguen del techo.
La gran fiesta de inauguración fue en el tercer y último pabellón. Quinientos invitados entre grandes artistas, coleccionistas de arte, abogados, arquitectos, fotógrafos, diseñadores y escritores. Una reunión de talentos y gente interesante, rodeados todos por el arte de hoy que no tengo dudas será parte importante del arte de mañana.
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