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El glamour de Niza en clase turista




La costa Esmeralda en Cerdeña, la del Sol en Andalucía, la Azul en Francia, son lugares soñados con una primavera casi constante. Filmadas en technicolor en el imaginario colectivo bajo el signo del euro y por lo tanto inalcanzables. Allí nunca hacía frío y competían como lugares ideales para pasar el invierno entre los ricos y famosos.
Hoy la realidad no es lo que era y al compás de la batuta de la recesión mundial, que a todos nos salpica, y la caída de los bonos de Grecia, también se están convirtiendo sorprendentemente en paraísos cercanos para más turistas.
Lo acabo de experimentar en Niza, recorriendo el Paseo de los Ingleses. En mayo comienza el auge de su temporada y llegan cada vez más visitantes a su aeropuerto, el más ocupado de Francia después de París.
Y se distinguen dos características muy diferenciadas en los recién llegados. Por una parte, los ricos ya no son los mismos que antes. En lugar de ingleses con sus libras o norteamericanos con sus dólares, son los miembros de las clases medias altas en ascenso vertiginoso en las potencias emergentes. Dan el presente los miembros del club de los BRIC con predominio de indios y chinos u orientales en general. Paralelamente se suman los conocidos de siempre, la gente como uno, que sabe lo que quiere. Y aceptan que tienen que adaptarse para seguirla pasando bien a menor costo.

Los nuevos, los de siempre

La aristocracia de los hoteles exclusivos, que recuerdan con placas que entre sus pasajeros estuvieron Nietzsche, Berliotz o Rossini, sigue alimentando el circuito de las terrazas de los restaurantes de lujo con sus balcones al Mediterráneo. Lo mismo que las tiendas y joyerías con su elegancia italiana y francesa, tan mezclados en su refinamiento como en su protagonismo en la historia de Niza.
Lo singular es la fantástica integración de esta doble vertiente de recién llegados en la zona peatonal y en la parte antigua de la ciudad. Paralelamente al impecable paseo de la costa con sus árboles salidos de la manicura, están las cuatro cuadras cerradas al tránsito con mesas en la calle y muchos, singularmente muchos, pizarrones o carteles de menús destacados con ofertas. Los cafés con espressos y capuchinos a menos de un euro o poco más. Aunque los helados están al doble. Y lugares de comida con la formula clásica francesa: entrada, principal y postre por 20 euros o poco menos o eligiendo dos platos en lugar de tres sin olvidarse nunca de la ensalada Nicoise. Con un recargo en la vereda porque el show vale.
El otro escenario está en torno de la plaza Garibaldi. Es la barriada popular próxima al gigantesco mercado de flores, la vieja catedral, del sin fin de mostradores con aceites de oliva, fragancias de la Provenza, y sobre todo pizzerías que publican su oferta de socca que en La Boca llamamos fainá y que es típica de la vecina Génova.
En las callejuelas, bajo casas que no pierden sus colores, florecen bares o anexos a los mercaditos para almorzar de a pie por 10/12 euros. Mientras suena el tilín tilín de advertencia del paso del tranvía que cruza la plaza Massena, el límite entre la zona peatonal y la popular como los labios en un beso de ambos mundos que en la sabiduría de Niza recibe por igual a los nuevos ricos y a los nuevos pobres.

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por Redacción OHLALÁ!


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