Alejandro Dolina cuenta que le gusta muchísimo viajar, a veces con un plan predeterminado y otras, de manera más improvisada, aunque reconoce no haber viajado tanto como su deseo parece indicar. "Me sucede así en la vida. Soy un viajero aficionado, que es la mejor manera de viajar. Un viajero profesional es un viajante, no un viajero", dice.
-¿Se considera turista o viajero?
-En realidad, un turista es también un viajero, aunque posiblemente no se conecte tanto con la realidad de cada lugar, con la gente de esos lugares, y generalmente viaje siguiendo un itinerario que está demarcado en forma comercial.
-Paul Bowles decía que la diferencia entre un turista y un viajero es que el turista viaja con fecha de regreso, mientras el viajero nunca sabe cuándo va a volver.
-Tiene razón. En ese sentido casi siempre he sido un turista, entonces. Salvo una vez, que marché a Europa durante varios meses sin fecha de regreso, siempre estoy pensando en el regreso. Es más, diría yo que uno de los estímulos más grandes de los viajes es el regreso, porque el viaje sirve no sólo para observar lo que uno visita, sino también lo que uno ha dejado atrás. Evidentemente hay ciertas regularidades burguesas que inevitablemente, por muy rebelde que uno se considere, son turísticas. Cuando uno va a Mar del Plata a descansar un fin de semana es un turista, por mucho que pregone su independencia respecto del sistema.
-¿Cuál es el mayor pecado de un turista?
-Creo que el mayor pecado, justamente, es pasar de largo. Es también el mayor pecado del mal poeta. Un poeta es aquel que ve señales donde otros no ven nada, y un mal poeta pasa de largo frente a las señales y no las ve. El turista, muchas veces, suele pasar de largo frente a cosas que son sustantivas. Se detiene a veces frente a trampas, espejos de colores y lugares comunes que no están mal, pero prevalecen sobre lo sustantivo. Eso tiene que ver con esa especie de angurria del turista que se detiene media hora en cada ciudad, y al final todas las ciudades son la misma para el tipo. Una sucesión de esquinas.
-¿Y cuál sería la mayor virtud del viajero?
-La mayor virtud del viajero es modificarse. El lugar debe servir para cambiarse uno, hacerse más complejo. El que regresa de un lugar debe regresar más complejo de lo que fue. Más sabio, si me permite la exageración. Aquel que viene igual es como si nunca hubiera ido.
-¿Cuál es el viaje más largo que realizó?
-Ese que le dije, un recorrido de un año por toda Europa occidental y también algunas ciudades de la oriental. Tenía 27 o 28 años, no era un adolescente. Viajé solo, pero en Europa había unas amigas y unos amigos tan solitarios como yo, y ahí nos juntamos. Viajé a dedo por lugares muy extraños, me detuve largamente en París y en Barcelona, donde trabajé como músico. Pero también estuve en lugares exóticos, de la antigua Yugoslavia, y como viajaba a dedo, muchas veces el plan de viaje me lo diseñaba el que me levantaba. Fue un viaje que además tuvo relación con la clausura de algún episodio en mi vida. A veces uno, como si fuera un telón, como si fuera una zanja, hace un viaje como fin de capítulo, como un énfasis en la finalización de un ciclo vital.
-¿Un viajero ejemplar?
-El viajero ejemplar y legendario siempre es Marco Polo. Pero también me gusta Alvar Núñez Cabeza de Vaca, por los medios que utilizó. No sólo estuvo aquí; también estuvo en América del Norte, donde naufragó junto a Pánfilo de Narváez -que fue ayudante primero y enemigo después de Hernán Cortés-, frente a esas costas. Se quedó solo el tipo ahí, y viajó a pie desde el golfo de México hasta lo que hoy es Los Angeles. Tardó 8 años y ésa es sólo una parte de su vida como viajero, ya que además recorrió las selvas que unen Brasil con Paraguay. O sea, caminó bastante el tipo, no está mal.
-¿Cómo es el turista argentino?
-¿Y quién sabe si son todos iguales? Nos gusta denigrarnos como aquel que exacerba las malas costumbres que tiene acá, o al revés, por ahí decimos que se porta bien sólo afuera. O que pone cara de no registrar ninguna de las maravillas que pasan a su alrededor. Una especie de elegancia que consiste justamente en la ausencia de todo asombro. Pero quién sabe si es cierto. Yo me he encontrado con distintas clases de turistas. Algunos que se atrevían a audacias que aquí no registraban, acaso porque aquí cuidaban su prestigio social, su buen nombre, alojados en hoteles inconfesables, afanando chorizos en Francia. Recursos hay, y algunos muy pintorescos. Un gran amigo mío en París asistía a todas las vernissages y cosas que se publicaban sobre la vida cultural, y siempre encontraba algún lugar para ir adonde comer canapés y beber champagne.
-¿Un destino pendiente?
-Muchos. Incluso hay destinos deseados de la forma en que se desea lo que uno sabe que no va a conseguir. He soñado muchas veces con ir al Tíbet, pero me parece que el viaje es demasiado largo y la recompensa demasiado breve. Pero la respuesta no es ésa. Tengo destinos pendientes mucho más fuertes. Uno es el sur argentino, y siempre, como está tan cerca, uno lo posterga. También espero conocer pronto la ciudad de Praga.
-¿Le gustan las guías de viaje?
-Algunas me resultan muy útiles para no ir adonde no vale la pena, o avivarlo a uno de algunas cosas, especialmente para los viajes extensos. No están mal.
-¿El libro perfecto para viajar?
- Creo que conviene viajar sin libro. Porque el libro tiene un goce tan intenso que me parece que compite con el viaje. Y yo no me veo en medio de un viaje intenso leyendo, me veo volviendo cansado después de recorrer todo, conociendo gente, acostándome muy cansado o muy saciado como para leer. Y al final el libro se transforma en un peso muerto que uno nunca abre. Me parece que cuando uno viaja debería leer menos.
Por Alejandro Rapetti
Alejandro Dolina es escritor, músico y desde hace veinte años conduce La venganza será terrible, que por estos días se transmite por Radio Nacional (AM 870), de lunes a jueves, a las 24. Es autor de los libros Crónicas del Angel Gris, Lo que me costó el amor de Laura, Bar del Infierno, Radiocine y El libro del fantasma