El mundo de la música halla un continente

C uando se aproxima el verano en el hemisferio norte, un cierto letargo parece invadir las ciudades. El turista contempla asombrado -y más aún, decepcionado- cómo ciertos sitios que ansió conocer, en los que se imaginó gozando de las experiencias más intensas, sólo pueden ser contemplados exteriormente. "Milán no es Milán con la Scala cerrada", dirá fastidiado un viajero. Otro tanto puede escucharse durante agosto, cuando la Opera de Viena o el Royal Festival Hall parecen inexpugnables fortalezas, mudas, cerradas y vacías. Ese es el tiempo de los festivales. La música en toda su variedad, pero también el teatro, la danza y otras manifestaciones se trasladan a las costas, las montañas, los pequeños y antiguos poblados ubicados a la orilla de ríos y lagos. Aun un melómano experimentado podría perderse fácilmente ante un cuadro general de los festivales que aguardan para este verano. Una variedad que parece crecer de año en año contagia a las programaciones de esos centenares o miles de polos de atracción, que no siempre son todo lo novedosas que uno pudiera desear. En 1997, muchos festivales homenajearon a Schubert y Brahms. En 1998, a decir verdad, no hay grandes homenajes a la vista. Ni los cien años de Gershwin ni los de Brecht y Lorca parecen haber conmovido a muchos organizadores. Sólo unos pocos festivales los recordarán, y algo equivalente ocurrirá en los especializados en música medieval, donde se evocará a la abadesa Hildegard von Bingen -la primera compositora en la historia de la música- de la que se cumplen 900 años de su nacimiento. Los festivales de 1998 están marcados por la diversidad. Y también por la presencia arrolladora -junto a los consagrados- de las nuevas generaciones de cantantes e instrumentistas que se van abriendo paso rumbo al nuevo siglo.