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El otro mal de la clase turista

Los aeropuertos se han convertido en una pesadilla en nombre de la seguridad. Vaya adonde vaya, el viajero es siempre sospechoso




En los últimos cinco años uno se acostumbró a viajar sabiendo que debe probar su inocencia en cada aeropuerto. Volar incómodo en un avión, que nos cobren más porque nos vieron cara de turistas y hasta sufrir un robo por descuido en una gran ciudad no es nada -nada- comparado con la desprotección actual del turista dentro de las terminales aéreas.
Después del 11 de Septiembre más famoso del mundo y de los atentados que siguieron en Madrid, Londres, Egipto, el turismo vivió un terremoto y el viajero se transformó en sospechoso. Cualquiera puede ser de Al-Qaeda, todos somos terroristas en potencia hasta que se demuestre lo contrario.
Hace un tiempo tuve que ir a Miami y los controles por los que me tocó pasar fueron tantos y tan intensos que hasta yo misma me llegué a preguntar si de verdad no habría puesto una granada en el bolso de mano sin darme cuenta. Exactamente fueron cuatro controles, que incluyeron descalzarme y extender brazos y piernas mientras me palpaban de armas y revisaban la plantilla del calzado.
Durante el Mundial de Alemania viajé a Praga. El avión hizo una escala en Milán, donde todos los pasajeros fuimos nuevamente inspeccionados. Luciana Salazar, la modelo de la televisión, estaba en el vuelo. Llevaba un top con la bandera argentina bien rellena y unas botas de taco como un zanco. También tenía anteojos y un reloj, pero eso nadie lo miraba. La rubia tuvo que pasar y volver a pasar y pasar todavía una vez más porque la alarma sonaba siempre.
Se la veía enojadísima y en un momento estuvo a punto de explotar. No por el escote mundial ni porque llevara una bomba, sino porque finalmente le tocó hacer lo que no quería: sacarse las botas. Los treinta pasajeros que estábamos atrás de ella en la fila supimos su verdadera estatura y qué la pone de malhumor. Es así, los de seguridad conocerán mucho de bombas, pero no entienden nada de coquetería.

"Yo no fui"

A lo largo de la historia del turismo, siempre hubo guerras y conflictos entre países, y si bien estas situaciones imponían un freno al turismo, la gente seguía viajando. ¿Cómo? Sencillo: evitaban las zonas implicadas o próximas al conflicto. Es más, había algunos viajeros que antes de partir llegaban a revisar la página del Departamento de Estado de los Estados Unidos, donde uno puede ver qué lugares son desaconsejados para las vacaciones.
En tiempos de terrorismo, la zona geográfica es una lotería y nadie parece estar a salvo. Resulta imposible encasillarlo, prevenirlo, neutralizarlo. ¿Cómo garantizar la seguridad en un contexto de plena incertidumbre?
Un conocido que viajaba a Londres después del último atentado me dijo, exagerando, que le temía más a los controles y al tiempo que perdería ahí que a una explosión. Después de todo, el turista es alguien que a pesar de cometer más de una vulgaridad quiere conocer otras culturas y ampliar sus horizontes. ¿Cómo sobrevive en esta época? ¿Qué pasa cuando uno despacha una valija con ropa y recibe una valija con 44 kilos de cocaína, como le sucedió a la periodista de este suplemento, Alejandra Rey?
La comida picante de la India, el calor de Bangkok y hasta un paseo nocturno por el Bronx parecen una anécdota simpática al lado de lo que hoy debe soportar el que se va de vacaciones en avión. El viajar, ¿sigue siendo un placer? Muchos creen que llegó la hora de una versión más ácida del famoso tema que cantaban Gabi, Fofo y Miliki.
Por Carolina Reymúndez
De la Redacción de LA NACION

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