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El pasado se conserva entre rejas

Port Arthur: de la disciplina carcelaria que imperaba en la época victoriana sólo queda el orden con que se disponen los parques y ruinas de este puerto.




Port Arthur es un nombre vinculado con las horas más oscuras de la historia australiana. Durante años, Tasmania, mediante la colonia penitenciaria de Port Arthur, fue la cárcel no sólo de Australia, sino de todo el resto del Imperio Británico.
Port Arthur se fundó en 1830 como estación maderera y cárcel para los delincuentes reincidentes, que eran enviados en barco desde Nueva Gales del Sur. Aunque el transporte de reclusos cesó en 1853, la cárcel siguió en funcionamienro hasta 1877.
Era la más terrible de las cárceles, allí donde termina el mundo, en el confín de la península de Tasmania. Los presos vivían realmente aislados y llevaban una vida dedicada a trabajar en el rincón más remoto de la más lejana de las lejanas posesiones de la corona inglesa.
Hoy la penitenciaría se transformó en una atracción turística y muestra sus ruinas entre los toques bucólicos de los parques, mantenidos con un orden que hace justicia a la disciplina que antes exigía el lugar. Tiene una extensión de 40 hectáreas.
El edificio de la penitenciaria es el más grande de Australia, con una capacidad para 600 personas y data de 1844. Puede ser visitado.
Además, entre otros, pueden verse: The Semaphore, una serie de planchas planas que se montaban y disponían de diferentes formas para enviar mensajes a Hobart y la península; la torre de vigilancia, construida en 1836 para prevenir fugas y robos en el almacén; la cárcel modelo, inspirada en la prisión de Pentonville, Londres, que tiene 50 celdas donde se vivía en silencio y anonimato.
No obstante, éste es un paisaje demasiado idílico como para que sea fácil imaginar, a pesar de las rejas, las cadenas y las celdas que se mantuvieron en pie, la miserable vida que llevaban los presos. Cuyos únicos crímenes eran, a veces, el haber nacido en la católica Irlanda o haber robado un trozo de pan para alimentar a sus hijos, en la severa Inglaterra de los tiempos de Dickens y la reina Victoria.

Entre la geografía y la justicia

Aislados entre ellos, los presos lo estaban también del resto de la humanidad, gracias a la extraña colaboración de la geografía y la justicia.
Sucede que la península de Tasmania está unida al resto de la isla sólo por un istmo de apenas cien metros de ancho, el Eaglehawk Neck. Bastaban algunos perros y un alambre para vigilar que nadie pasase esta frontera entre ambos mundos.
Como en una suerte de Alcatraz del Pacífico Sur, las aguas correntosas y frías que rodean Port Arthur se encargaban también de transformar cualquier intento de evasión en suicidio.

Una vergüenza que es orgullo

El Museo de Port Arthur hoy reseña la terrible vida que llevaron en este lugar varias generaciones de presos, entre 1830 y 1877.
En total fueron 13.000 convictos; la mayoría de sus nombres fueron consignados en los libros y los archivos que se pueden consultar en el museo.
Hoy, muchas familias de toda Australia buscan si un antepasado figura en estas listas. Como los crímenes cometidos para merecer tal castigo no solían ser demasiado significativos, encontrar el origen del árbol genealógico en un preso de Port Arthur ya no es una vergüenza familiar para muchos australianos, sino la prueba de que se remontan a una de las primeras familias que colonizaron el continente.

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por Redacción OHLALÁ!

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