Toda una mentira. El letargo asexuado no me duró ni 24 horas.
La llamo a Malena y me dice que me compre una mascota, un perro, algo. A veces lo pienso pero me da la sensación de que es como la aceptación total de la soltería. Un día abrís los ojos y estás viviendo hace 30 años en el mismo loft en Palermo (que para ese entonces va a ser lo más deprimente que haya en Buenos Aires) rodeada de 27 gatos pulgosos que tomaron la casa. Vos te paseás en robe símil seda y Havaianas antiguas, sin bañarte hace días, el pelo hecho una maraña color berenjena rabioso y lo único que hacés es ir llenando los platitos de leche que andan diseminados por la casa uno por uno. Descarto la mascota instantáneamente. Ni un Sea Monkey.