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En familia es más difícil mimetizarse con el entorno

Viajar con parientes es una manera de alejarse de los locales, por falta de tiempo para relacionarse o simple vocación de ahuyentar a los demás




Nunca se es más extranjero que cuando uno viaja con una familia numerosa.
Si la salida es al exterior, eso sería esperable, ya que se es realmente extranjero. Pero no, el fenómeno puede registrarse aunque el contingente sólo se aleje unos kilómetros de su residencia habitual.
Uno puede viajar toda la vida sin notar la diferencia, pero si se presta un poco de atención, el contraste queda en evidencia cuando uno alterna el viaje grupal con el de pocos, por ejemplo una pareja, o cuando uno viaja solo. En esos casos suele ocurrir que, luego de algunos días, visitantes y anfitriones diluyen sus distancias y roles y confraternizan como si se hubiesen tratado toda la vida.
Es entonces cuando se dan situaciones como que los huéspedes acaban atendiendo a otros huéspedes, los nuevos, de un alojamiento. O cuando las charlas abandonan el último vestigio de aséptica cordialidad y se entrelazan en discusiones de política, fútbol o religión, es decir, juguetean temerariamente con la posibilidad de odiarse aun antes de terminar de conocerse.
Aunque lo cierto es que, viajando por nuestras latitudes, lo más probable es que esa convivencia no deteriore la relación, sino que devenga un me lo pagás después o un ¿dejo el bolso y lo busco cuando paso a la vuelta, en una semana? Hasta tal vez en un te averiguo ese dato, dejame tu mail o si vas para allá, llamame .
En mi experiencia es difícil alcanzar semejante cercanía cuando vamos en un compacto montón familiar. Ni mejor, ni peor, pero sin duda hay algunas características del viaje en familia que nos despegan aun del lugar donde estamos parados:
-No importa qué tan de vacaciones uno crea que está, cuando se viaja con muchos niños hay poco tiempo libre. Además de los quehaceres prácticos está la ansiedad por pasar tiempo con ellos, hablar, indagar sin que se note, jugar, en fin, compensar cualquier asignatura pendiente. Con semejantes obligaciones es poco el ocio disponible para derrochar en el entorno.
-Al trasladar el grupo, uno también traslada los temas, las preocupaciones, los asuntos inconclusos y proyectos incipientes entre ellos, lo que ocupa bastante energía y los hace menos permeables a cualquier extra que venga de afuera.
-Es inusual estar sin compañía. Y aunque en algún momento no lo estemos hay cierta autosuficiencia poco simpática en quien se sabe entre un círculo de confianza, opuesto al irresistible desamparo de quien anda solo.
-La familia reunida suele ser ruidosa y eso, además de dificultar escuchar nada más, también ahuyenta a la vecindad.
-Horarios, humores y presupuesto conspiran contra la aventura si hay que multiplicar cada ítem por la cantidad de miembros. La comida local debe ser fabulosa, pero si el menú infantil es de milanesa con papas fritas, ésa será la dieta.
-El grupo familiar exacerba los códigos comunes, sean chistes, apodos, términos originales, tonada o indumentaria. Serán, por ende, menos dúctiles a incorporar nuevos hábitos, aprender nomenclatura u observar las diferencias cotidianas.
-Los anfitriones también serán más abiertos y flexibles con los grupos pequeños que con el malón de niños, que siempre despierta resquemores.
Parecería que uno nunca sale del todo cuando viaja en familia; no importa qué tan lejos vaya, uno lleva un retazo de hogar.

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por Redacción OHLALÁ!


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