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En vacaciones, casos aislados

Tropicales, perdidas,con o sin gente, una invitación literal a alejarse de todo




Si lee este suplemento con frecuencia, usted es testigo. A lo largo de la historia del periodismo de viajes, el paraíso ha sido descubierto en selvas, desiertos, playas, pero sobre todo en islas. Una playa puede ser perfecta, con arena blanca y agua cristalina, pero estar en una isla -si es perdida y tropical, mejor- legitima el edén. Como si el código postal marino completara el concepto de lejanía, de seguridad, de oasis.
Ahí están las islas paraíso: Bahamas, St. Martin, Aruba, San Andrés, Margarita, St. Barths, Seychelles, Maldivas, Hawai y más. En todas hay ciudades o pueblos con gente que trabaja; empleados que usan traje y van a la oficina de 9 a 18; autoridades y policías, y niños que van a la escuela. Pero esa parte de las islas es para ellos. Para nosotros, los turistas, sólo son playas, palmeras, aguas tibias y una invitación literal para el aislamiento de la vida diaria. Aislamiento, de isla. Isla de la fantasía.

Islomaníacos , otra tribu

La fantasía que producen las islas generó no sólo la serie de televisión icono de los años 80, que se sigue viendo en muchos países, sino también una comunidad de islomaníacos , que incluye, primero, a personas que viven en islas; segundo, dueños de islas -como Mel Gibson, que en 2005 compró Magu, en Fiji, por 15 millones de dólares-; tercero, los que únicamente pasan sus vacaciones en islas, y cuarto, los que sueñan con viajar a una isla. Como se ve, los islomaníacos serán aislados, pero abiertos de criterio.
El inventor del término islomanía fue el escritor inglés Lawrence Durrell, autor del libro Reflexiones sobre una Venus marina, entre otros , donde cuenta sobre esta extraña afección del espíritu que padecen los que encuentran un encanto irresistible en las islas, una especie de intoxicación de isla.
Ahora que lo pienso, ese isleño que conocí una vez en San Andrés, isla colombiana de 13 km de largo por tres de ancho; ese que era chofer de ómnibus y a quien el sueldo le alcanzaba justo tenía todo el tipo de un islomaníaco. En el viaje dijo algo más o menos así: "Por más pobre que sea una familia, con coco, pescado y frutas acá puede vivir. Siempre hace calor, y si sopla una brisa, es tan suave que no se necesita abrigo. Hasta la arena aquí no se calienta porque es coralina".
El clima y la calidad de la arena son definitorios para tasar una isla. Porque las islas son un excelente producto turístico, pero también inmobiliario. Se venden y se alquilan. De los miles que existen en el mundo, muchas buscan dueño. ¿Que cuánto cuesta una isla?
El más indicado para responder esa pregunta es posiblemente Cheyenne Morrison, un broker de islas privadas con base en Australia y con un portfolio de propiedades que supera los 500 millones de dólares. Por supuesto, es islomaníaco y, obviamente, su película favorita, Náufrago.
El colmo de la privacidad es una isla privada, donde en lugar de guardias y rejas está el océano. Según Morrison, el precio de las islas se calcula a partir de 200.000 dólares, por propiedades de tamaño bolsillo, probablemente ventosas y sin playas. Las buenas son escasas. Se considera el valor desde un millón, y como quedó demostrado en el ranking 2006 de la revista Forbes, trepan hasta los 40 millones.
Tantos ceros son para celebrities y afortunados, como Bill Gates, que dicen que estuvo sobrevolando una isla de las buenas, cerca de Belice.
Volviendo a nosotros, los turistas, lo que nos queda es apropiarnos de las islas por una semana o diez días de vacaciones. Parece nada al lado de una isla privada, y sin embargo esa módica pertenencia, la arena blanca, el mar turquesa, las palmeras altas, alcanzan para llenar de imágenes placenteras un año de trabajo. Parece nada al lado de una isla privada, pero algo será porque cada vez hay más cruceros con rutas que sólo tocan islas; más turistas que visitan Florianópolis, que después de todo es una isla; resorts de lujo en islas, y también resorts en el continente que están pensados y ambientados como islas. Para que nosotros, los turistas, hagamos de las vacaciones una isla.
Por Carolina Reymúndez
De la Redacción de LA NACION

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