Dejando de lado cualquier pretensión de igualdad de géneros, el último verano cortamos por lo sano y armamos carpa de varones y carpa de mujeres. Estaban lo suficientemente próximas como para compartir la experiencia agreste en el esplendor de la naturaleza patagónica, pero, lona y tirantes de por medio, pusimos algo de distancia a la convivencia de las dos humanidades.
De un lado, aroma a desodorante y champú; del otro?, mejor no asomarse a la tienda donde dormían los cuatro hombres.
No necesitamos ser siete para comprobar que en esto de los viajes las diferencias entre sexos son casi de manual de psicología. Las salidas en pareja ya lo revelan, pero los acuerdos entre dos, ampliados y corregidos por la familia completa, hacen de cada tema una reunión de consorcio.
Repasemos las verdades más trilladas: ellos no piden indicaciones cuando están perdidos, ellas cargan demasiado equipaje inútil, ellos miran con deseo los locales de juegos electrónicos aun en medio del desierto, ellas miran con deseo las vidrieras de ropa aun en medio del desierto.
El viaje de las diferencias
En nuestro caso hay una leve distorsión, porque mis años de viaje solitario generaron una aversión a trasladar cosas que no se vayan a usar, resabios de cuando el equipaje pesaba sobre mi espalda. Así fue que llegamos a Córdoba y debimos comprar abrigo de cualquier tipo; en Salta, un pantalón corto; trajes de baño en Miami, y pasta de dientes una madrugada en Montevideo. No tiene ningún mérito, porque lo que era una compra nimia cuando éramos pocos, es una inversión considerable ahora que somos multitud.
Pero en el resto del menú, nuestra familia es tan predecible como cuando uno ve una cancha de golf o un lugar de pesca y no encuentra mujeres, abundantes, en cambio, en las tiendas de suvenires al final del recorrido en los museos.
Otros detalles observados en el camino:
-Las mujeres tienen menos prejuicios para revisar una cuenta, preguntar y reclamar sobre un valor imputado, aunque no modifique sustancialmente el total de la factura.
-Las mujeres son más espontáneas a la hora de pedir prestado o facilitar algo a cualquier persona que encuentren en el camino. En Salta, una vez terminé maquillándome en el baño de una desconocida a la que, en el ascensor, le pedí algún implemento cosmético (que no había llevado, claro) cuando surgió una reunión formal.
-Una pelota iguala a todos los hombres, no importa el lugar ni el idioma. Ni siquiera hay que ser especialmente habilidoso. La única prevención es saber de qué lado juegan los brasileños, si los hubiera.
-Los hombres son más ansiosos sobre cómo sigue el viaje y menos propensos a cambiar abruptamente de planes.
-Las mujeres procuran incluir en todo el color local, mientras los hombres tienen una capacidad limitada de rechazar una hamburguesa estándar para seguir ensayando con ingredientes exóticos de dudosa procedencia.
-Las mujeres necesitan cambiar su aspecto a lo largo de los días y, a veces, entre el día y la noche. Aunque estén de viaje y no haya más exigencia social que el anónimo tumulto.
-Las mujeres sacan más fotos que los hombres. Y por eso salen menos en los retratos de las vacaciones.
-Las mujeres suelen imaginarse viviendo en los lugares que visitan, aunque estén sólo de paso.
-Los hombres relatan menos sus impresiones durante el viaje. Por lo general, una suele enterarse qué pensaron cuando se lo cuentan a un tercero, al regreso.
-Los hombres manejan mejor afuera del país que en su propio terruño.
Y la lista sigue...
Por Encarnación Ezcurra