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La aventura de ir de campamento

Cuando la lluvia fue una compañera más en una escapada a orillas del río




Proponer como viaje un campamento familiar provoca en mi casa una protesta generalizada. La definición exacta de acampar, para nuestros hijos, es la de luchar por cargar una carpa ensopada en medio de la noche, azotados por la lluvia y el viento, mientras los más chiquitos lloran de sueño y frío.
Nada puede ser más lejano para ellos al ideal de unas vacaciones. Pero no pensaban que era así cuando empezó esta historia.
En sus orígenes, el término campamento era el equivalente a dos matrimonios, diez niños, tres carpas, mucho abrigo y un paquete grande de pañales. Además, una parrillita portátil, un par de cacerolas y varias cajas de cartón para llevar las latas, bolsas y los tetrabriks que resolverían varias comidas.
Con todo esto y el entusiasmo por desempolvarnos el asfalto de los zapatos y la mente llegamos a El Palmar de Entre Ríos.
No nos defraudó. Cualquier vestigio urbano quedaba pulverizado frente a la imagen que nos dio la bienvenida: el verde impactante y la repetición desmesurada de palmeras. Hasta el cielo plomizo parecía el detalle escenográfico perfecto para la aventura. Lo poético nos impidió ver que sobre nuestras cabezas estaba el primer signo que subestimamos.
Para nuestro deleite e ingenuidad había poca gente a pesar de ser un fin de semana. Levantamos las carpas en un lugar plano, a una distancia perfecta de la instalación de los baños, ni muy cerca ni tan lejos. Nadie más que nosotros, gracias a la suerte de principiantes, había reparado en ese estratégico lugar. La amenaza evidente de lluvia nos movió no a huir, sino a tender las carpas lo más rápido posible, acomodar los petates y salir presurosos a recorrer ese paraíso. No fue lo que pensó el resto de los campamentistas. Cual émulos del chanchito práctico del cuento infantil cavaban zanjas, colocaban bolsas de arena y ajustaban los tientos. Obviamente, nuestro papel era en este caso el de sus dos hermanos porcinos ya que, en forma discreta, pero contundente, nos burlamos de ellos.
Caminamos por paisajes fantásticos hasta quedar exhaustos y, con las primeras gotas, les dimos algo de comer a los chicos en el restaurant del parque. Volvimos a nuestras carpas con noche cerrada. Si lo que queríamos era naturaleza, la naturaleza estaba allí. Por el medio de una de las carpas corría un arroyo. Las otras dos estaban en medio del lodo, torcidas por el viento. El colchón de aire que amortiguaría nuestros sueños había absorbido agua como un algodón.
Intentamos rescatar lo posible y quedarnos, pero la tormenta era una tempestad. Mojados y cansados, los chicos sólo querían acostarse donde fuera. Nosotros, irnos. Pero había que acomodar todo y desinflar el bendito colchón. A oscuras.
De alguna manera abarrotamos todo dentro de los autos, contamos que no faltara ningún crío y salimos a buscar camas. Ni una en todo Colón. Casi no conseguimos en Concepción del Uruguay, pero al final nos acomodaron en dos habitaciones que milagrosamente había libres en un primer piso. Fue llegar y que empezara la música. Hubo fiesta toda la noche en la planta baja.Temblaba el piso debido al ritmo atronador. Mientras, los chicos dormían plácidamente.

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por Redacción OHLALÁ!

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