La discreción del Lanín

En el viaje de Junín de los Andes hacia el lago Huechulafquen, el conductor se convierte en guía improvisado y habla sobre su pueblo: la rica historia del río Chimehuín; los cerros que recibieron los disparos de prueba del ejército; la importancia de la Escuela Agro-Técnica. Alcanzando la boca del río advierte que desde allí se toma la foto perfecta: el lago y detrás, entre la Cordillera, el volcán. Pero a la foto le falta algo. Después del ingreso en la seccional del Parque Nacional costeamos el lago y el bosque de coihues, araucarias y cipreses. La parada de camping elegida con mi novia es Raquithué. Allí nos quedamos a la espera de poder verlo, pero el cielo sigue cubierto de nubes y el Lanín detrás de ellas. El Raquithué es uno de los servicios prestados por la comunidad mapuche junto con la Casa de Té, donde nos refugiamos cuando la lluvia comienza a caer. Escuchamos al padre de la joven que atiende el lugar, que intenta tranquilizarnos. Y nos dice: “Aquí el jefe es el Lanín. El decide cuándo llueve y cuándo para”. La primera noche luchamos contra un clima despiadado en que el viento azota como nunca y la temperatura baja minuto a minuto. Sin embargo, la mañana nos ofrece una sorpresa fascinante: todo el entorno aparece cubierto de nieve. Caminamos hasta el mirador con la obstinación de siempre, pero la visita nos devuelve la misma imagen: nubes que lo cubren todo. La última madrugada antes de tomar el ómnibus es la oportunidad final. Cuando abrimos la carpa vemos el cielo despejado y volvemos al mirador. Y allí estaba, inmensamente blanco e indiferente a nuestros deseos y frustraciones, guardando un silencio especial, un silencio que sin decir dice mucho. Ya en Buenos Aires, el Lanín sigue sorprendiéndonos: de la veintena de fotos que le tomamos sólo aparece en una.