

El problema de la India no es llegar de noche a un aeropuerto en construcción, sino enterarte de que tu valija no ha llegado. Y mientras te entregan una indigna compensación en rupias indias, el rostro de Mahatma Gandhi presente en todos los billetes te da la bienvenida a otro mundo. Así te prometen lo imposible, aunque no podrás dejar de sospechar de cada uno de los otros pasajeros que salen con carritos y bultos encimados sin ningún control. Piensas en tus solitarias pertenencias entre polvos y ruidos de hierros oxidados y controles migratorios sin nada que declarar, porque en este caso no tenía nada conmigo.
El problema de la India no es que sea un país infinito con más de 20 lenguas oficiales, cada una con su propia escritura y cultura, sino que también se hable inglés. Esto conduce a ilusionarte, a ser creyente de que una digna comunicación es posible, pero su particular acento contrasta con su dura realidad.
Aquí conviven varios siglos a la vez, verás el edificio más moderno con cristales espejados, mientras que a tus espaldas transcurre otro universo de tierra y puestos ambulantes con artesanías dudosas. Las reglas y las escalas comunes pierden dimensión en este país infinito, el cual constituye todo un subcontinente en sí mismo.
En efecto, la India es, ante todo, un país coloridamente despintado. Los pigmentos y las tonalidades se han quedado perdidos en algún camino rural, mientras percibes la mirada atenta de miles de personas detrás que estudian tus movimientos con ojos bien abiertos. Siempre habrá alguien que te ayude, quizá porque sabe que quieres comprar a un precio más barato en este paraíso donde confluyen el futuro y un mundo anterior.
Las mujeres visten sus clásicas telas que cubren sus cuerpos, y adornan sus cabellos con ramos de jazmines. Su aroma inconfundible se confunde con el humo de coches que amenazan con atropellar a varias personas cada segundo, por eso, tampoco debes sorprenderte cuando observas a una vaca que camina a contramano en la avenida por la que transitas. Será tu culpa si no la esquivas, ella es sagrada, y como tal sólo está sujeta a leyes divinas. Allí están sus costillas que parecen salirse de su escuálida figura, pero ella continúa inmune ante los gases de vehículos del siglo pasado. Este animal ocupa un lugar preferente en el hinduismo, donde se adoran varios dioses que se manifiestan en diferentes formas de seres vivos.
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