Desde hace años tengo el inclaudicable propósito de conocer, en su totalidad, nuestra atrapante ruta 40. De ella me van quedando algunos tramos al parecer vedados al turismo, ya que ningún prestador los recorre. La única solución es hacerlos entonces por cuenta propia. En noviembre de 2007, me dispuse llegar de Mendoza capital a Malargüe sin apartarme de la ruta 40, es decir, sin triangular por San Rafael. A poco más de 100 km de Mendoza, en Pareditas, aparece la opción. O se continúa por la 40, ya de ripio, o se toma la 143 a San Rafael, por asfalto. Yo no dudé en poner proa al ripio: son 118 km hasta la Salinas del Diamante y, según mis hojas de ruta, no habría más de tres únicas variantes: los desvíos a la laguna del Diamante y Los Reyunos, y el dique Agua del Toro, a poco de transponer la mitad del trayecto. Me predispuse a aguantar lo que pudiera venir, pero, cuál no sería mi sorpresa, cuando ya en los primeros km la ruta era una armoniosa mezcla de piedra -no rocas- y tierra, que daba la impresión de estar manejando sobre una superficie lisa, transmitiendo la sensación de seguridad de manejo, tan distante de aquella que produce el "serrucho" pronunciado. Esa tranquilidad me daba tiempo para apreciar mejor el paisaje, al que no vacilé en calificar como Patagonia mendocina: una larga recta que se va angostando detrás de cada lomada y que parece no tener fin, siempre con los Andes a la vista. A la soledad y aridez de la ruta 40 les daba un toque especial el amarillo de las retamas, en flor en esta época.
Tras el primer desvío a laguna del Diamante -a esta altura ya me había cruzado con dos vehículos-, comenzó a asomar una formación montañosa no muy alta, lo que prenunciaba la cercanía del dique Agua del Toro. La represa patentiza cómo aprovechar la aguas de los ríos, en este caso el Diamante, para generar electricidad. La 40 recorre el terraplén del dique y, luego de atravesar un túnel, retoma el ripio por una meseta total hasta empalmar el asfalto en las Salinas del Diamante. De allí, pasando por El Sosneado, llegaría a Malargüe, otra localidad más que digna de conocer.
Entre ida y vuelta, esos 118 km no explotados turísticamente me representaron un total de 2300 km que no vacilaría en repetir si no fuera porque me falta conocer el tramo más austral de la 40, signado también por el mismo concepto: ¡Hágalo usted mismo!
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