A menos de cuatro horas de auto u ómnibus del Distrito Federal, cuando el denso gris del smog queda definitivamente atrás, uno se adentra en los verdes bosques de la Sierra Madre, en el oriente del estado de Michoacán. Esta ruta, no tan calma como vertiginosa, conduce al municipio de Angangueo, donde el cielo comienza a ser diáfano y el tránsito sólo un recuerdo.
Ingresando en el pueblo, se dejan ver sin timidez las alas de la mariposa monarca estampadas en artesanías, puertas de taxis, manteles y fachadas de hoteles.
Angangueo debe su fundación al descubrimiento de una mina de plata y zinc que hoy está abandonada, y pasó a ser un melancólico recuerdo en boca de los ex mineros, que aún siguen deambulando por la plaza principal contando historias y leyendas sobre aquellos años. Actualmente es la monarca, de alas color naranja y fuertes negros, quien tiene el rol protagónico en el valle. Para este pequeño pueblo no es menor tener el privilegio de recibir todos los años a millones de mariposas que eligen estos confortables bosques de Oyamel para crear un espectáculo natural.
La monarca inicia a finales de agosto y principios de septiembre su migración desde Canadá y Estados Unidos hacia el Sur, y arriba a los sitios de hibernación activa en México a principios de noviembre. Sin embargo, los santuarios, se llama así a las zonas donde ésta vive durante el invierno, se abren al público a finales de ese mes.
Suelen conocerse las mariposas por sus apariciones esporádicas y fugaces que le pronostican veinticuatro horas de vida. Sin embargo, la monarca, artífice de la mayor migración del reino animal, recorre un arduo camino de casi tres meses a lo largo de 4500 kilómetros, distancia que, según su peso y tamaño, equivaldría para un ser humano a dos veces y media la separación entre la Tierra y el Sol.
Con la llegada de la primavera, las mariposas adquieren su capacidad reproductiva e inician su apareamiento. Pueden observarse los vuelos nupciales de copulación en los que los machos sujetan las alas de las hembras con sus patas delanteras sin dejar de volar. Sin embargo, los nuevos insectos nacerán en el sur de Estados Unidos, cuando sus padres regresen.
A fines de marzo, el Festival de la Mariposa Monarca se realiza en todos los pueblos con acceso a los santuarios. Durante esta semana se organizan foros, charlas abiertas, obras de teatro y, para terminar las jornadas, se montan escenarios en las plazas donde bandas locales hacen bailar al pueblo entero.
La Reserva de la Biosfera, un área con protección federal, postulada como Patrimonio de la Humanidad, abarca unas 50.180 hectáreas a lo largo de dos estados. Existen varios santuarios para visitar, pero los más imponentes son el de El Rosario y el de Sierra de Chincua.
Hay que disponer de un día completo para recorrer cada uno y contar con que el cielo esté despejado. Es aconsejable evitar los fines de semana, para no llegar entre multitud de turistas que espantan al insecto por el bullicio.
La noche anterior es necesario averiguar los horarios de salida de las camionetas turísticas o colectivos urbanos, para no dejar pasar el mediodía, ya que el mejor momento para avistar a este insecto inquieto es entre las 11 de la mañana y las 3 de la tarde. Esto se debe a que las mariposas vuelan para buscar los rayos del sol. Cuando el cielo se nubla, se juntan una encima de la otra en forma de racimos, colgando de los árboles para aprovechar mejor el calor.
Miles en la altura
En el trayecto de 40 minutos hacia los santuarios no hay que dormirse, ya que la seguidilla de valles, quebradas, sierras y extensos bosques le da un gran encanto a esta región de la Sierra Madre.
Es posible llegar en vehículo sólo hasta la base de los santuarios; luego se debe subir a pie, por senderos envueltos en bosques que hacen de este arduo camino uno deleitable. En Chincua es posible hacer este último tramo a caballo, que los mismos lugareños ofrecen en alquiler.
Entre pinos, encinos y oyameles, las mariposas van apareciendo con cuentagotas: primero de a una, luego de a tres, más arriba de a cinco... Pero cuando superamos los tres mil metros, ya no es posible contarlas. El sendero desemboca en el magnífico santuario y este nuevo paisaje nos toma por sorpresa. Detrás de un telón de árboles se observa desde muy cerca los millares de mariposas, algunas descansando amontonadas sobre los troncos y otras revoloteando de aquí para allá, jugando frente al espectador. Al caminar entre ellas uno se siente como en los cuentos infantiles, o en alguna película japonesa con paisajes de colores fingidos. Se puede pasar horas suspendido dentro de esta historia fantástica, contemplando alrededor de nuestros pies las alfombras de alas naranjas, o su divertido ir y venir.
Luego de la caminata de retorno nos esperan al pie del cerro los puestos de los ejidatarios: el ejido es una organización de personas que usufructúa la tierra cedida por el gobierno. En estas fondas hechas de madera sencilla y cálida, artesanos y cocineras venden sus manjares y creaciones a los turistas. Aquí no deje de comer unas ricas quesadillas y mole, y de tomar unos refrescos bajo el sol del atardecer en la fonda de Doña Lola.
En Angangueo, los hoteles son confortables y la atención es cuidada personalmente por sus dueños y familiares. Hay dos opciones, que difieren por su ubicación y confort. A unas quince cuadras del centro se encuentran el Hotel Don Bruno, que ofrece amplias habitaciones con chimenea (particularidad que asegura una noche cálida) alrededor de un jardín florido. El Hotel Plaza Don Gabino brinda habitaciones coloridas al mejor estilo mexicano y un restaurante que invita a sentarse para degustar todas las delicias tradicionales. En ambas moradas se organizan salidas a los santuarios por la mañana, para estar de regreso antes de la caída del sol.
Cerca de la plaza principal, "el jardín", están los restaurantes y puestos de comida al paso que agotan cualquier antojo mexicano. Esta plaza está rodeada curiosamente por dos antiguas iglesias: sí, dos iglesias para menos de diez mil personas, una larga historia que explican con detalles en el restaurante de Don Simón.
Todos los lunes se organiza el tianguis, día en que artesanos y comerciantes montan sus puestos en la calle y los lugareños hacen las compras de la semana. Para el turista, es el mejor momento para adquirir artesanías de alfareros, bordados típicos, ponchos ("gabanes") y degustar al paso las frutas exóticas, quesos, fiambres ahumados y nopalitos.
Una vez terminada la cita obligada con el pueblo de Angangueo puede uno dar comienzo a otra interesante travesía: visitar los pueblos coloniales que se diseminan por el oriente de Michoacán. Como primera recomendación, a una hora en auto, se encuentra el "pueblo mágico" de Tlalpujahua; los "pueblos mágicos" reciben su denominación por conservar a través del tiempo las características arquitectónicas coloniales.
Tlalpujahua es el poblado que abastece al mundo de las esferas navideñas hechas con la técnica artesanal del vidrio soplado. Las fábricas están abiertas al público y es muy bello ver cómo los trabajadores soplan las esferas, una por una, hasta darles su forma final.
Para seguir el recorrido, se puede llegar hasta Morelia, capital del estado, con un casco histórico muy amplio y bien conservado. Esta ciudad ofrece una particularidad que a esta altura del viaje no parece tan curiosa: tiene casi una iglesia por manzana, de una antigüedad y belleza que merecen ser visitadas.
Por María Sureda
Para LA NACION
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Datos útiles
Cómo llegar
- Hasta México DF hay vuelos desde US$ 850. Una vez en la capital, se puede llegar hasta Angangueo desde la terminal de ómnibus Poninente (metro Observatorio). El pasaje cuesta US$ 22.
Dónde dormir
- En Angangueo. En el hotel Don Bruno, por una hab. doble, US$ 90. En Plaza Don Gabino, US$ 50.
- En Tlalpujahua. Hotel El Mineral: www.tlalpujahua.com .