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“Lo que capta tu atención, crece”. Sobre el presente, la entrega y la confianza




Hace unos días, en una charla entre mujeres, les comenté a ellas acerca de mi insomnio. Les conté que antes era algo grave, y que ahora casi ni me pasa. Que pude aprender a controlarlo el día en el cual me atreví a enfrentar y soltar a mis demonios. La solución, por sobre cualquier píldora, fue dejar ir todo aquello que me ocupaba la mente en forma negativa y que la inundaba de angustia. En ese camino hacia mis dulces sueños, tuve que soltar trabajos, carreras, lugares y personas.
“Dormir es un poco como morir”, me dijo una de ellas, “Y en un mecanismo inconsciente, en especial cuando tenemos muchos problemas sin resolver, nos negamos a entregarnos a esa muerte momentánea y sentimos la necesidad de permanecer alertas. Es importante comprender que no hay nada más que podamos hacer en ese instante que brindarnos a ese espacio. En ese presente, nada más cabe, lo único posible es cerrar los ojos y descansar. Debemos aprender a confiar en que volveremos a despertar.”

Sus palabras me quedaron resonando todos estos días. No tanto por el tema de dormir y morir en sí, sino por la cuestión de vivir realmente en el presente, entregarse y confiar. Tres aspectos de la vida que nos cuestan tanto. Según esta mujer, a la que acababa de conocer, el ser humano desconfía hasta de dormir y por eso le cuesta entregarse a esa instancia.
Desde esa perspectiva tan desalentadora, y sin nos cuesta confiar hasta de nuestras propias necesidades biológicas, ¿cómo creer en los otros seres humanos de esta tierra? Personas a las cuales no podemos acceder más que a través de sus palabras, sus gestos, sus miradas y sus acciones. Mentes impenetrables que jamás podremos entender del todo; y sin embargo, en esa nebulosa semi inaccesible que nos conforma, debemos confiar. Pero, ¿cómo hacerlo si al parecer desconfiamos hasta de nosotros mismos?
Para lo que sigue, les comparto este tema:
Esta misma semana, una persona muy especial me contó que había perdido en un accidente al amor de su vida, pero que había aprendido a ser feliz. Me dijo “Pude afrontarlo y transformarlo. Pude encontrarle lo positivo, que es que el amor verdadero existe. Que el amor eterno existe. Hoy me siento afortunada porque pude vivirlo de manera pura y sincera. Ya no tengo que llorar cuando lo cuento, ahora puedo sentirme orgullosa de que me haya tocado vivir una historia de amor real. Vale la pena transmitirla con alegría, con felicidad. Una historia con los valores de la fidelidad, la sinceridad, el cariño, la pasión, la mirada profunda. Esa mirada que te hace sentir que no hay nadie más en el mundo.”
Cuando la escuché hablar así, y con tanta felicidad, no pude evitar pensar nuevamente en esos tres pilares que tanto nos cuestan: estar en el presente de manera plena, entregarnos y confiar. Se me hizo evidente que esta persona que me compartió su historia, sólo podía hablar y sentir así porque había vivido el amor de manera plena en el hoy. Ella, ni nadie, sabe lo que el mañana nos depara. Ella no vivió su amor con dudas, no lo vivió a medias; ella creyó en él, se brindó a él y saboreó cada presente. Tal como me contó, ella a él lo miró, lo escuchó, lo besó, lo acarició siempre que pudo y es por eso que ahora puede ser feliz.
“Es una historia muy linda”, me dijo una amiga al respecto, “quizás con esto tenga que entender que mi gran amor tal vez ya pasó. Pero si fuera así lo recordaría como tal. O mejor aún, que está por llegar. Pero para eso debería confiar y hoy realmente no me pasa.”

No confiar... ¿Cuántas veces sentí eso mismo? Incontables veces. Pero un día fui consciente de que había una angustia que habitaba en mi cuerpo; una que, entre otras cosas, provenía de la idea de que tal vez el verdadero amor jamás me iba a llegar. Cuanto más pensaba en ello, más y más crecía mi angustia y con ella mi muro, mi represa de acero inoxidable imposible de derribar en apariencia. “Lo que capta tu atención, crece”, me dijo mi amigo Yaco hace poco. En esa época, mi atención estaba puesta en un futuro incierto. Mi cuerpo estaba por esos días allí, pero mi mente no estaba en ese presente, sino en esa idea de que tal vez el amor real no iba a llegar nunca.
Lo que yo estaba haciendo, era alimentar y dejar crecer a ese fantasma del futuro. Y, claro, cómo iba a entregarme y confiar en que el amor sí existe ante semejante perspectiva desoladora, ¿no?
Un día, no hace mucho, iba caminando por la calle, escuchando mi música, mirando los árboles que tanto amo de mi barrio, y fui consciente de mi sonrisa. Me sentía feliz y lo pude distinguir con una claridad sorprendente. Creo que ese fue el día en el cual dejé de alimentar a mis fantasmas del futuro y comencé a palpar mi presente. Ese día empecé a confiar. Estaba feliz por nada y por todo. Sentía felicidad porque estaba conforme conmigo, con quien había sido, con todo lo que había logrado y, por sobre todo, por quien estaba siendo en ese presente. No fue un proceso fácil, ni todos los días son siempre tan luminosos. No sé lo que el futuro me depara, pero lo que sí sé es en dónde está puesta mi atención hoy. Es en un lugar lejos de mis fantasmas, y crece.

Unos meses después de aquel día feliz, a la mañana siguiente a mi regreso de Nueva Zelanda, me encontré de casualidad con Diego camino a la estación. Todavía no éramos novios y hace poco que éramos vecinos. Apenas lo vi, mi cara se iluminó y le sonreí de oreja a oreja, de manera espontánea. Él hizo lo mismo. “Qué bien se te ve”, me dijo. “Es que me siento muy bien y llena de paz”, le contesté.
Ahí, justo un tiempo después de aquel el instante en el cual había aprendido a abrazar mi presente y a entregarme a él; justo cuando había aprendido a confiar, me esperaba el amor.
Todos tenemos pensamientos negativos, que alimentamos y hacemos crecer en demasía. Ustedes ¿cómo logran frenarlos? ¿Tienen alguna “técnica” para volver a conectarse con el presente, con lo positivo y confiar?
Beso,
Cari

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