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Londres abre puertas

Antigua y moderna, cosmopolita y señorial; la capital del Reino Unido muestra sus miles de caras sin dejar de ser única y personal




LONDRES.- La ciudad tendría que entender que no es única; que aparte de ella existen muchas otras ciudades en el mundo que poseen lo suyo y que son atractivas. Incluso habría que explicarle que no es necesario tener todo y de manera opulenta. Pero no, Londres parece que no lo sabe y, si lo sabe, se hace la que lo ignora. Y así, con ese ignorar irá construyendo todo un universo dentro de sí misma para que, si es verdad que existen otras ciudades, mostrarse verdaderamente como única e irrepetible.
Adulta de carácter y fuerte de personalidad, hasta parecería jactarse de no carecer de nada. Edificios deconstructivistas y castillos medievales, museos con obras posmodernas y otros con restos arqueológicos, iglesias, parques, inagotables teatros e historia.
Oxford Street, cosmopolita por excelencia, se va dibujando en el caminar con un sinfín de apariencias de los más lejanos orígenes que se entremezclan como si nada. Pelos largos teñidos de verde y trajes impecables con etiquetas de Burberrys, modelos publicitarios bronceados como el cobre y a un costado dos gitanas, vestidos largos orientales y jeans rotos de un homeless que ruega limosnas frente al indiferente bullicio urbano. Y siempre hay más, porque a los costados desfilan uno a uno los autobuses rojos de doble piso y las tiendas interminables, algún vendedor ambulante de alquimias y los black cabs (taxis negros), modelo antiguo, que se permiten girar en u en pleno tránsito del mediodía.
Indiscutida capital del Reino Unido desde la conquista normanda de 1066, alberga algo más de 7 millones de personas en 1580 kilómetros cuadrados. Desde su clásico edificio del Parlamento, a orillas del Támesis, gobierna a los 59 millones de habitantes de los cuatro países que componen la Gran Bretaña (Inglaterra, Gales, Escocia e Irlanda del Norte).
Rodeada por la carretera de circunvalación M25 y dividida en dos por las aguas, Londres sabe sacudir con la intensidad de sus calles. Calles que tiemblan, que se desparraman sin terminar nunca, que ya olvidaron que fueron destruidas por los bombardeos de la Segunda Guerra Mundial y que en sus vidrieras son capaces de incorporar al mundo. Pero lo más atractivo es que, a pesar de ser terriblemente internacionales, son calles de Londres, inconfundiblemente de Londres.

Recorrida interminable

Hacia el norte del río Támesis, más allá del London Bridge (Puente de Londres), empieza a vibrar la City, distrito financiero y gran centro de la ciudad. Hiperactiva, ocupa la zona que alguna vez usó el Imperio Romano cuando fue dueño de estas tierras. Hoy, 20 siglos después, el panorama se conjuga con edificios modernos repletos de oficinas y construcciones de esbeltas columnas con vestíbulos de mármol que recuerdan la exquisitez victoriana. Allí, en Cannon Street, la catedral de San Pablo sigue hegemonizando el paisaje urbano, llevando al máximo esa majestuosidad de la que gozan todas las construcciones de Christopher Wren que se exhiben en este sector. Entre cúpulas y capiteles del recordado arquitecto inglés, el Royal Exchange -la Bolsa de Comercio desde la época de los Tudor- y el Museo del Banco de Inglaterra resumen a ambos lados de Threadneedle Street el complicado movimiento del sistema financiero británico. Es cierto que ésta es la zona bancaria, pero cualquiera sea el rumbo que se tome, inmediatamente volverán a brillar esas iglesias y campanarios del siglo XVII que imponen su estilo tan singular.

Iconos inconfundibles

Siguiendo el curso del Támesis, llegarán las típicas postales del Tower Bridge (Puente de la Torre) y de la medieval Tower of London (Torre de Londres); dos de los más representativos símbolos de la ciudad.
Y si son iconos los que se buscan, entonces desde el muelle de Tower Bridge se puede tomar una embarcación que en escasa media hora permite, nuevamente por tierra, perderse en un paseo por Whitehall y Westminster, visitando la Abadía, el Parlamento y el Big Ben. En esas pocas cuadras que separan Saint James´s Park de las aguas del río, se concentra desde hace más de mil años el poder político y religioso más importante de Inglaterra.
Pero en Londres no todo es formalidad. Ubicadas al norte de la City, recordadas como las que dieron alojo a personas e instituciones que querían evitar la jurisdicción de ella, las áreas de Smithfield y Spitalfields comienzan a seducir con un aire más sereno y despreocupado. Allí todavía se conservan monasterios de viejas órdenes religiosas, construcciones de estilo jacobino y restos de murallas romanas. Los domingos por la mañana, el histórico mercado de ropa de Petticoat Lane todavía mantiene vivo el espíritu pagano de las viejas épocas. Resistido desde siempre por las autoridades, su ambiente ruidoso y alegre irá coloreando Middlesex Street y sus adyacencias, permitiendo todo tipo de insolencias e irreverencias burlonas que sirvan para atraer clientes.

Universo londinense

Las opciones en Londres nunca llegan a tener final. Por un lado, las galerías y los museos se multiplican con muestras de los más variados géneros. Los amantes del cine en el Museum of the Moving Image y los aficionados a la farándula internacional en el museo de cera de Madame Tussaud. En importancia, ninguno como el British Museum atesorando interminables objetos de arte asiático, egipcio y griego.
Más tarde, el West End espera con sus ya clásicos teatros de Covent Garden o de Charing Cross Road, en los que se lucen desde la maestría de Brecht o Chéjov hasta las exóticas obras bizarras de corrientes alternativas. Después llegará una recorrida por el Soho, algún restaurante entre tinieblas y por último las indómitas luces de Piccadilly Circus, esa rotonda extravagante y desprejuiciada que le inyecta aún más vida a la metrópoli.
Y así, los días en Londres no se detienen nunca. Porque siempre hay más, siempre queda algo que no puede dejar de visitarse. Por eso, porque todo en Londres vale la pena, la ciudad se siente herida en su orgullo cuando la tratan como si fuera una más. Y es verdad, después de conocerla, tal vez se entienda por qué en vez de hablar de la ciudad de Londres, habría que hablar de un universo londinense.
Jorge A. Benedetti

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