Malawi nos agradó de entrada. En este pequeño y densamente poblado país, todos se muestran bien predispuestos y amables.
La primera impresión fue en la frontera. Teníamos visas de tránsito y tarde advertimos que eran válidas por dos días, por lo que solicitamos al oficial de migraciones si podía extenderlas por una semana. No hubo el menor inconveniente, por el contrario, el oficial se mostró orgulloso.
El país es conocido por su buena infraestructura turística a bajo costo, por lo que atrae gran cantidad de mochileros. A orillas del lago Malawi, con sus vistas de postal, al sur de Monkey Bay, el tiempo pasó rápido entre leer, nadar y tomar algo en el bar. Todo estaba limpio, hasta la playa es barrida diariamente.
En Senga Bay, la experiencia fue similar. Este es el lugar favorito para comprar artesanías de madera o instrumentos musicales. Aquí es indispensable regatear, y si uno no tiene dinero, los vendedores ofrecerán trocar sus productos por ropa o zapatos.
En Lilongwe, la pequeña y moderna capital del país, estuvimos de paso rumbo a la frontera con Zambia, que seguía en nuestra hoja de ruta, a unos 100 km de allí.
Zambia, la mezcla ideal Para favorecer el turismo, el gobierno de Zambia tiene una propuesta inteligente. Se puede obtener visas en la frontera por 20 dólares por persona, pero reservando un hotel o lodge previamente, éstos pueden gestionar visas sin costo mediante una carta. Por eso, al entrar, el oficial de migraciones preguntó: “¿Argentina?” Ya que nos esperaba. Luego relató que él tenía planeado viajar pronto a San Luis con una misión católica.
Zambia es tal vez la mezcla perfecta: una buena dosis de Africa con muchos ingredientes de confort, a costos razonables. Un ejemplo es la zona del Parque Nacional de South Lwanga. Al oeste del río Lwanga, el parque es poco accesible y parece intacto, en estado natural puro.
Del otro lado del río Flatdogs Camp uno encuentra otro ejemplo, en este caso sobre cómo pasarlo bien en Africa. Tiene una zona para acampar, y otra con cabañas, además de bar, pileta de natación, restaurante y un negocio de artesanías donde hay incluso acceso a Internet. Pero además cuenta con algo único: los animales salvajes deambulan por el lodge a su antojo.
Hacia el mediodía suelen llegar de visita los elefantes. De noche, guardias con potentes reflectores acompañan a los huéspedes desde el restaurante hasta las carpas, y por todos lados hay carteles que desalientan a caminar cerca del río en la oscuridad, si es que uno planea regresar.
Dicen que South Lwanga es uno de los parques con más posibilidades de ver leopardos, ya que ofrece safaris nocturnos hasta las 20. Hacia allí partimos en uno de los jeeps descubiertos del lodge. La idea de permanecer al aire libre inspira cierto temor, aun después de meses en Africa.
Lástima que no hubo suerte con los leopardos. Las estrellas del parque resultaron los serval, unos felinos pequeños y rayados, y tres crías de león a quienes su madre había dejado curiosamente expuestas.
Luego de 500 kilómetros hacia el Oeste por buenas rutas, Lusaka, la capital del país, sorprendió con calles limpias y un tráfico ordenado.
El Manda Hill Shopping Center podría incluso quedar en California. Después de obtener visas para Namibia, encaramos los 500 kilómetros que separan la capital política de la turística.
La mítica Livingstone está a la vera del Zambezi, justo donde el río sufre su más dramático accidente: las imponentes cataratas Victoria, con sus saltos de 108 metros.
Aquí se puede hacer de todo, desde sobrevolar los saltos en ultraliviano hasta bunjee jumping o rafting. Pero primero es imperativo recorrer el parque de las cataratas.
Allí, una estatua de Livingstone revela que ellas fueron bautizadas con el nombre de la célebre reina de Inglaterra por el explorador escocés, que fue también el primer hombre blanco que las vio, en 1855.
Los saltos pueden verse desde arriba y desde abajo, previo descenso por cientos de escalones. También es posible caminar hasta el puente internacional que cruza el río hacia Zimbabwe y ver el espectáculo desde allí. La fuerza del agua es tal que salpica creando miles de arco iris. El otro show lo proporcionan los intrépidos que saltan desde el puente atados de los pies con una cuerda, dando vértigo incluso a los espectadores.
Para el día siguiente quedó el rafting y una alta dosis de adrenalina.
El Zambezi es uno de los ríos más bravos que se conocen; sin embargo, es muy seguro. Allí nos recibieron Steve, el guía estadounidense, y Morgan, a cargo del kayak d e seguridad.
El tour consistía en sortear losrápidos 11 a 23, y ya en el 11, terminamos en el agua. En el 12, que consiste en tres series de rápidos, el bote dio un salto y se tumbó. Sucedió en segundos. Sólo vimos burbujas y los vibrantes colores del bote al ascender.
Desperdigados y siguiendo las instrucciones del guía (los pies río abajo) atravesamos el número 13, que nos revolvió aún más. Steve ya estaba sobre el bote intentado darlo vuelta hasta su posición correcta, y el kayak nos recogía de a uno en una zona calma. Allí sólo recordamos las palabras del guía diciendo que, de haber cocodrilos, estarían en las aguas calmas. Parece que los reptiles suelen vivir río arriba, antes de las cataratas. Sin embargo, algunos pequeños cocodrilos han caído por la cascada y sobrevivido. Por suerte nunca sabremos cuánto hay de cierto en esa historia… El río incluiría algunos otros rápidos, con sugestivos nombres como “el lavarropas” o “el comecamiones”, por lo que al finalizar el día estábamos molidos. Sólo la idea de un nuevo asado a leña en el camping nos reanimó.
Botswana, naturalmente
A pocos kilómetros de Livingstone, un ferry cruza el Zambezi en una de las pocas cuádruples fronteras en la tierra, allí donde Namibia, Botswana, Zambia y Zimbabwe se tocan. En el puerto es posible cambiar moneda: por nuestras últimas kwachas de Zambia recibimos pulas de Botswana.
Al entrar en este país se comprende que está casi vacío, es pura naturaleza. A los pocos kilómetros, el pueblo de Kasane da la bienvenida con supermercados, negocios de bebidas alcohólicas y lodges donde admirar los impactantes atardeceres sobre el río. Aquí es frecuente ver jabalíes africanos deambulando por un parking o algún kudu cruzando la calle.
Muy cerca de allí está el Parque Nacional Chobe, que si bien es poco conocido internacionalmente, ofrece espectáculos en cada kilómetro de sus pistas de tierra.
Fue entrar y descubrir un grupo de cuervos disputándose los despojos de un elefante joven, que había sido víctima de tres leones.
Es que aquí los leones se animan con cualquier presa, algo poco común en otros parques. Botswana es un país organizado. En los parques nacionales es indispensable reservar lugar en los campings.
Sin embargo, si uno llega sin reservas, son tolerantes y recomiendan acampar en una zona sin lugares predesignados.
La infraestructura es buena, cuentan con un bloque de baños y duchas con agua caliente, además de varias parrillaspara hacer asados. Eso sí, están abiertos literalmente “a todo bicho que camine”. A la noche, una hiena mostraba tanto interés por los asados como los turistas allí presentes. Por suerte andaba sola y la luz de las linternas la inhibía en sus intenciones. Varios carteles desalientan al turista de dormir a la intemperie.
Al día siguiente, jirafas, cebras, elefantes, leones, hienas y muchísimos cadáveres de animales siguieron sorprendiendo, sobre todo el de un enorme elefante que todavía era comido por una hiena. Los paisajes son cambiantes: varían desde áridos y polvorientos hasta zonas con árboles de hojas secas en colores otoñales.
Lo mejor vino entre Chobe y la Reserva Natural Moremi, en una zona de pocos kilómetros a lo largo del río Khwai. Esa noche, al dormir allí por propia cuenta, fue fácil reconocer los aullidos de las hienas.
A la mañana siguiente, bordeando el río, vimos un león que se dirigía a tomar agua y lo hizo durante media hora. No había nadie más allí.
Un elefante cruzando el río detrás y un hipopótamo bostezando se convirtieron en excelentes fondos para las fotos.
En el pueblo de Maun volvimos a disfrutar de la vida de vacaciones en el sur de Africa. Camping con parrillas, pileta de natación, bar y restaurante por 10 dólares per cápita.
Lástima que el viaje iba llegando a su fin. Tras un par de días en la ruta hacia el Noroeste, bordeando el delta del Okavango y parando en un lodge de pescadores con excelentes vistas a una laguna, entramos a Namibia. Pero eso quedará para la próxima.
Por María Victoria Repetto
Para LA NACION
Para LA NACION
El río Okavango, de extraña geografía
La Reserva de Moremi es el comienzo del delta del río Okavango, que no es un delta como comúnmente se los conoce ya que el río no desemboca en el mar.
El Okavango nace en Angola, en una zona muy lluviosa, y se interna en Botswana por una llanura árida y con escaso declive, donde forma un abanico aluvial, con varias islas, y se dispersa en las arenas del Kalahari. El clima allí es tan seco que el 95 por ciento del agua se evapora.
Aquí hay desde búfalos y elefantes hasta leones –conocidos como los únicos leones nadadores en el mundo, nada menos–. Para los amantes de los pájaros, el delta es sin duda un enorme paraíso.
Además, los bosques aquí deslumbran. En la isla Dead Tree sorprenden montones de árboles caídos rodeados de agua. Son paisajes únicos en el mundo y por eso no asombra que los lodges aquí cuesten fortunas, rondan los 600 dólares por persona, por día.
Se accede a ellos en avioneta y algunos incluyen hasta cubiertos de plata. Para quien se aventure en auto, solamente puede hacerlo en 4x4 y dormir en uno de los tres campings oficiales de la reserva, con pocos lujos, pero a precios razonables.