Miami es una ciudad latina que decide en inglés. Por eso es tan cálida y práctica. Antes, todos los pasos llevaban a Roma. Ahora, con el disparate del euro, volvemos a Estados Unidos en general y a Florida en particular para aprovechar una mejor relación entre costo y beneficio.
Según mi experiencia, la mejor manera de sacarles jugo a nuestros dólares es comenzar por un rent a car. Con la libertad de movimiento que da el auto uno puede elegir lo mejor, y más conveniente, a la hora de dormir, comprar, comer, pasear, ver arte y divertirse por la noche. Aunque, como lo cuento al final, también se puede hacer siendo peatón.
Me gusta buscar hoteles o departamentos, antes del exclusivo Bal Harbour, próximos al Surfside, en torno del 80 de la avenida Collins, donde le gustaba tomar sus vacaciones a Isaac Bashevis Singer, Premio Nobel de Literatura 1991. Cerca del Deli Rascal, donde un sándwich vale por una gran comida y cuesta muy poco. O todavía más allá, en los moteles de Hollywood, que es el lugar preferido de los alemanes, que saben defender su plata. Con la playa al lado y el coche al pie se disfruta a mares, textualmente hablando.
Para comprar, lo mejor es darse una vuelta por las grandes tiendas en los megacentros tipo Dadeland o Aventura, entre otros. Tendrá una idea de surtido y precio, podrá aprovechar las ofertas, que pueden ser fabulosas, y luego con esa base ir a los outlet como Sawgrass Mills en Fort Lauderdale.
El coche también permite elegir más lugares para comer y que suelen tener costos menores. Igual que en nuestros barrios, porque una cosa es una veredita en Almagro y otra en La Biela.
Esta situación no significa un exilio ya que, en pocos minutos, podemos estar en South Beach, que es la cereza del postre. Hay que tener suerte y paciencia para hacerlo en los estacionamientos municipales, que no son tan caros como el valet parking en los hoteles déco de Ocean Drive. Además, hay que explorar otras zonas tan atractivas como Coconut Grove o Key Biscayne, donde adoran a Gabriela Sabatini y no olvidan a Jorge Porcel. Con la ventaja de tomarnos una foto desde la punta del Rusty Pelican, frente a la bahía y el fondo de la avenida Brickell con el perfil de los rascacielos del downtown. O más lejos, hacia Key West a un lado o Boca Ratón al otro, porque Miami es todo lo que se encuentre a dos horas de autopista.
Lo que es válido para el día lo es para trasnoche porque hay discotecas fabulosas en la Pequeña Habana, más allá del corralito habitual de los chismes de ricos y famosos.
También para ver galerías de arte -un tema para otra nota-, con el auge de los últimos años que se extendió desde la peatonal Lincoln Road y Coral Gables hacia nuevos circuitos en el Design Distrit o Wynwood.
Parte de este menú se puede gozar sin auto o no queriendo manejar. Para descansar a pleno basta lo que más nos guste, especialmente para familias con chicos que buscan más paz que ruido.
El servicio de transporte público no es malo. Hay ómnibus con frecuencias razonables y respetadas, con aire acondicionado. Se puede ir hasta Aventura o llegar hasta el estadio American Airlines, vecino al puerto de cruceros y recorrer la calle Flagler o Bayside, que es un popular paseo de compras. Con el Metro Mover automático podemos dar una vuelta por el centro mirándolo desde arriba y combinar con el MetroRail elevado que es un medio seguro y rápido desde el downtown. Es cuestión de aprender a usarlo, igual que con el subte en cualquier gran ciudad.
También por Washington Avenue hay una camioneta eléctrica para recorrer los puntos más atrayentes. Y por último, pero no menos importante, caminar es bueno para la salud y también para el bolsillo.