
El capital es miedoso, prefiere no correr riesgos. Igual que el turista. Por eso cualquier noticia de violencia o incertidumbre lo aleja de un lugar aunque sus temores sean exagerados.
Lo digo a propósito de la geografía dramática de los titulares sobre Kosovo, pequeño enclave entre Serbia y la apartada Albania por donde no suele pasar la gran corriente de visitantes que se precipitó sobre la zona de la ex Yugoslavia al terminar la última guerra de los Balcanes. Y que poco puede alterar al resto del continente.
Los paquetes tan exitosos de la llamada Europa del Este en realidad no sólo estaban al Este, la contrafigura de nuestra habitual Europa occidental. En la práctica, incluían regiones al sur (Eslovenia, Croacia) tanto como al centro (Polonia) por hacer sólo unos pocos nombres en la dilatada extensión de la nueva Europa, con 27 integrantes, 500 millones de habitantes e inagotable tesoro de paisajes, historia y cultura, sin dejar de lado su gastronomía.
Desde que se deshizo la Cortina de Hierro florecieron a ritmo creciente lugares con atractivos notables a los que se puede llegar con buenos trenes, lo mismo que con su red de ómnibus y las populares aerolíneas de bajo costo.
El turismo, igual que el comercio, hace la paz, no la guerra. Por eso, en estos últimos días algunos amigos han cancelado o postergado sus proyectos de viaje aunque sus hoteles estén lejos de cualquier zona caldeada. Al mismo tiempo conviene reconocer el dato de la realidad que son las negociaciones y las tensiones.
Desde el otro mundo
Es recomendable saber que gran parte de lo que sucede es el ramalazo de lo que significó la desmembración de dos antiguos imperios al terminar la Primera Guerra Mundial. En ese momento se deshizo el Imperio Otomano lo mismo que el Imperio Austro-Húngaro, y hubo profundas convulsiones religiosas y étnicas que en parte fueron dominadas (o postergadas) por la Segunda Guerra Mundial y el dominio de la Unión Soviética. Luego no siempre hubo violencia, la separación entre la República Checa y Eslovaquia fue apacible; en Macedonia nació la Madre Teresa de Calcuta y nadie deja de visitar Grecia y luego Turquía aunque hayan sido enemigos, y no todos sepan que Troya, la ciudad de la Ilíada , está más cerca de Estambul que de Atenas. A nadie se le ocurriría no irse de vacaciones a Cataluña o Galicia porque sean comunidades autónomas. El orgullo de lo propio no significa desmembrarse del todo y en definitiva todos somos habitantes del planeta Tierra.
Es útil comprender que la lectura de un suplemento de viajes no implica creerse en un mundo aparte que nada tiene que ver con las noticias de primera página. Por eso es común, en muchos países, informar a sus ciudadanos sobre la situación en algunas zonas del globo. No para asustar, sino para advertir y que cada uno sepa a qué atenerse. A veces sobre hechos tan simples como fastidiosos como que en algunos cajeros automáticos de más de un país sólo entregan moneda local por más globalización que haya.
Otro dato es que el tiempo no es único, sino cambiante. Y no sólo hablamos de la temperatura, sino también de la actualidad. Hoy una visita a Irak no puede ser lo más tranquilizante. Tampoco lo era Vietnam. Sin embargo, Saigón o Ho Chi Minh se han convertido en un gran destino. Y hasta las propias huellas de las batallas son recorridas por los guías.
De la misma manera que se fotografían hasta el cansancio los pocos restos del Muro de Berlín y hasta el Ground Zero, donde estaban las Torres Gemelas en Nueva York. La guerra no dura siempre. Y a veces la paz, tampoco.
Por Horacio de Dios
almadevalija@gmail.com
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