
Mitos y verdades de la vida a bordo
¿Lo único que se hace es comer? ¿Es imposible escapar de las masas? Los cruceros aún despiertan dudas y prejuicios entre muchos; no está de más repasar algunos de ellos
17 de enero de 2010

No hay descanso en la industria de los cruceros. Todos los años aparece el barco más grande, el más lujoso, el que incorporó el último chiche, el que batió récords de pasajeros.
Carlos Núñez, gerente general de Costa Cruceros, adelanta algunas cifras del boom: son 16 millones las personas que se embarcan cada año en alguno de estos gigantes de mar. Y si bien los argentinos representan todavía un porcentaje muy chico del total (los norteamericanos llevan la delantera, con 10 millones de cruceristas anuales), su número crece a ritmo sostenido. El aumento de la oferta con respecto a la última temporada es nada menos que el 75% por ciento, asegura Núñez.
Las razones son conocidas: una oferta costo-beneficio accesible, destinos tentadores, la despreocupación de hacer y deshacer valijas y, un dato no menor, la posibilidad de embarcar en el puerto de Buenos Aires (cuando se trata de travesías hacia Uruguay y Brasil).
Pese a todo, aún subsisten fuertes recelos en torno de esta forma de viajar. LA NACION estuvo a bordo del Costa Mágica, el barco de mayor capacidad (3470 pasajeros y 1027 tripulantes) que estará operando esta temporada en Buenos Aires.
Sobre la base de esta experiencia, reunió siete mitos y verdades de la vida bordo, a saber:
No hay nada que hacer en los días de navegación
Falso. Más que aburrirse, lo más probable es que uno termine exhausto si se anota en algunas, sólo algunas, de las actividades que se ofrecen a bordo. Las clases de yoga y pilates arrancan bien temprano en el Costa Mágica, seguidas por un popurrí de propuestas que van desde las lecciones de baile hasta la olimpíada cultural, pasando por los talleres de manualidades, el bingo (que se anuncia en el altavoz con un jocoso Quien dorme non agarra pescado ), los torneos de dardos, el curioso concurso de panzas o los seminarios como Lifting facial sin cirugía .
Además, claro, están las facilidades de siempre, tales como pista de jogging, cancha de tenis, cuatro piletas (algunas con tobogán y techo retráctil), gimnasio, spa, y hasta una capilla (con misa los domingos). Por la noche, el que prefiere evitar el combo casino-disco (con su piso efecto arena) también puede optar por los shows del anfiteatro. Imperdible el espectáculo Cinemagique , una selección de musicales con temas de películas como Mamma mia , Chicago o Batman regresa , todo al mejor estilo Broadway.
No hay paz en ningún rincón del crucero
Falso. Es verdad que hay animación a toda hora. En la pileta, en los salones, en el bar, siempre habrá una voz de fondo dictando las consignas del momento.
Pero también es verdad que el que quiera evitar aglomeraciones, simplemente puede evitar aglomeraciones. Basta con encontrar algún sector libre de entretenimiento (los hay, y muchos), la paz de la cabina o la tranquilidad de la biblioteca (con una nutrida selección de libros en al menos tres idiomas).
Más difícil es pretender que no haya gente en la pileta si es un día de sol, calor y poco viento. Un día de verano, en definitiva. Pero hay hileras de reposeras más apartadas del agua y, con suerte, tal vez con poca concurrencia.
Si lo que se quiere es privacidad absoluta, lo mejor es pagar por un camarote con deck privado para tomar sol, disfrutar de un trago o sencillamente observar un atardecer, todo lejos de las multitudes.
También es aconsejable evitar las horas pico del buffet, generalmente entre las 13 y las 14, con colas dignas de cualquier organismo público argentino. Después de esa hora, las esperas desaparecen mágicamente, sobran las mesas libres y no hay que andar a los codazos para alzarse con un pedazo de pan.
Todo en el crucero es all-inclusive
Falso. Las bebidas se pagan aparte (US$ 2,50 una gaseosa, US$ 3,50 una caipirinha, US$ 3 un capuchino), así como las excursiones en tierra y, por supuesto, todas las compras que se hagan a bordo (porque hay con qué tentarse, desde free-shops y negocios de ropa hasta galerías de arte o peluquería).
¿Quiere comer en el Club Vicenza, el restaurante más exclusivo del crucero? Pague. ¿Quiere un masaje descontracturante o una limpieza facial en el spa? Pague. ¿Le gustó la foto que le tomaron en el timón, en el momento en que subía al barco, o aquella otra junto al capitán, en el cóctel de gala? Son 20 dólares cada una.
Por supuesto, no hay que perder de perspectiva que se trata de servicios por los que normalmente también se pagaría en tierra. Y que, comparativamente, el crucero continúa siendo la forma más económica de viajar.
La mayoría de los pasajeros son mayores
Falso. El concepto tan arraigado del crucero como sinónimo de geriátrico flotante fue superado por otra realidad. Hoy por hoy, este tipo de travesías están pensadas para disfrutarlas en familia.
No es casualidad que exista un completo centro de recreación para niños, donde los padres pueden dejar a sus hijos durante un par de horas (entre las 9.30 de la mañana y las 12 de la noche) y olvidarse de que existen. Está el Squok Club, para chicos de entre 3 y 8 años, el Junior Club, para aquellos entre 9 y 12 años, y el Teen Club, donde los adolescentes de 13 a 17 años participan de Nutella parties, torneos de ping-pong o fiestas en la discoteca (en horarios que aquí llamaríamos matinée).
Una de las pocas tripulantes argentinas del Costa Mágica, Sabrina Sánchez (30 años), es animadora infantil del Junior Club y la encargada de enseñar a los chicos a pintar máscaras, acompañarlos a recorrer las instalaciones del barco o introducirlos en juegos didácticos, entre otras actividades.
Los grandes barcos también marean
verdadero. Si usted es propenso a marearse, lo mejor es que lleve un par de Dramamine por si acaso. No es cosa de creer que el buque se sacude a ritmo de samba todo el tiempo, no. Hay estabilizadores y el gran tamaño ayuda a compensar el bamboleo, hasta tal punto que la mayoría de las veces el movimiento es casi imperceptible. Sin embargo, hay tramos del recorrido, sobre todo allí donde confluyen dos corrientes marinas (la llamada convergencia subtropical, a la altura de Rio Grande do Sul), donde el mar se embravece y, entre tanto vaivén, uno podría pensar que se tomó unas copas de más.
En el peor de los casos, hay un consultorio con dos médicos y tres enfermeras. Y hasta un quirófano.
Imposible no engordar
Verdadero en la mayoría de los casos, aunque depende de la disciplina de cada uno. En los cruceros se puede comer prácticamente las 24 horas, por lo que la tentación es grande. Además, las líneas de bandera italiana como Costa prestan especial importancia a la calidad de sus productos. Así, por ejemplo, todo lo que es carne se compra en la Argentina, los pescados en Brasil, las pastas en Italia (además del aceite de oliva, el jamón crudo, el queso y los vinos). La cocina del Mágica funciona a ritmo febril y en perfecta sincronización. No es para menos, si se tiene en cuenta que se despachan 16.000 platos por día entre los cuatro restaurantes del barco: el Portofino y el Costa Smeralda, para almorzar y cenar con menú a la carta; el Club Vicenza, de nivel premium y el único donde hay que pagar; y el buffet Bellagio, que abre a las 6 y ofrece comida hasta pasada la medianoche.
Para culposos: no está de más recordar que las clases de gimnasia están disponibles todo el día.
No hay tiempo suficiente para recorrer los destinos
Verdadero. Los cruceros no son el transporte ideal para conocer un lugar en profundidad. Son barcos que tocan puerto por la mañana y zarpan al atardecer, de modo que decir "conocí tal o cual lugar" sería una exageración.
De todos modos, uno puede darse una idea general del destino y decidir si regresaría o no por cuenta propia. Y si -como en este caso- la mayoría de las escalas son de playa, no existe aquella ingrata sensación de que uno está perdiendo todo o casi todo lo que hay para ver. Excepto en Río, aunque la parada alcanza para visitar dos de sus principales hitos turísticos: el Pan de Azúcar (con teleférico incluido) y el Cristo Redentor. Si el tráfico lo permite, incluso se puede hacer una rápida parada en Ipanema y Copacabana.
Ojo, que los barcos salen a la hora prevista; no esperan nunca a los pasajeros que llegan tarde.
Y aunque esas escasas horas en tierra valen la pena, la verdad de los cruceros está a bordo.
Ficha técnica
Costa Mágica
- Año de construcción: 2004
- Capacidad: 3470 pasajeros y 1027 tripulantes
- Cabinas: 1358 (464 con balcón)
- Programación: 9 cruceros de 8 noches visitando Punta del Este, Porto Belo, Santos y Río de Janeiro
- Tonelaje: 105.000 toneladas
- Medidas: 14 pisos, 272 metros de eslora y 36 de manga
- Precio: 8 noches desde US$ 1219 en una cabina interna (US$ 849 con compra anticipada); US$ 1429, una externa (US$ 999 con compra anticipada), y US$ 1719 una extrena con balcón (US$ 1199 con compra anticipada)
- Instalaciones: cuatro piscinas, cuatro restaurantes, 11 bares, toboganes de agua, spa, seis jacuzzi, espacios para prácticas deportivas, teatro con capacidad para 1370 personas, casino, discoteca, club para chicos, Internet
- Flota verde : todos los barcos de Costa obtuvieron la marca Green Star, que certifica su respeto por el medio ambiente y el compromsio de mantener limpios el aire y el mar
Historia con raíces en el aceite de oliva
El 31 de marzo de 1948, el barco Anna C zarpó desde Génova hacia Buenos Aires con 768 pasajeros a bordo. Fue el primer transatlántico en cruzar el océano luego de la guerra y el primero en ofrecer cabinas con aire acondicionado.
En realidad, los Costa eran comerciantes de aceite de oliva, por lo cual disponían de buques para distribuir el producto por el Mediterráneo. Después de la guerra, aprovecharon la flota para transportar pasajeros hacia el Nuevo Mundo, primero, y para vender cruceros de placer, años más tarde.
En la actualidad, Costa cuenta con una flota de 14 cruceros (el 15° se inaugurará en febrero próximo en Dubai) y 15.000 empleados repartidos en el mundo, aunque 14.000 están a bordo.
Para esta temporada, la empresa ha programado 36 cruceros -de siete, ocho y nueve noches- que hasta marzo surcarán las costas de la Argentina, Uruguay y Brasil.
Un viejo lobo de mar
Se llama Anelito Montesarchio, tiene 63 años y es el risueño capitán del Costa Mágica. Tantos años de mar lleva encima que, dice, se despierta sobresaltado cuando está en tierra, al grito de "¡Dios mío, se paró el barco!" De todos modos, aclara que "un capitán nunca duerme, descansa. Está siempre con un ojo abierto y un oído atento".
Jura que nunca tuvo miedo ni atravesó crisis alguna al mando del timón. Se despide, eso sí, con una sugestiva comparación: "El mar es como una mujer: hay que amarla y respetarla".
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