La verdad es que todo este asunto de Nicolás me tiene un poco a maltraer.
Anoche comí en la casa de mis viejos. Estaban mis hermanas y sobrinas, así que cuando se fueron todos los menores de la mesa aproveché y les conté la nueva noticia.
Por suerte nadie opinó distinto de mí acerca de la presentación en sociedad, pero en un momento mamá me dice "¿y vos cómo estás? ¿te hizo mal saberlo?"
Creo, de verdad, que desde la semana pasada es la primera vez que me puse a pensarlo en serio.
En lo profundo de mi inconsciente, la parte morbosa, la más autodestructiva me dice que sienta celos, que me lo imaginé súper enamorado y me retuerza.
Pero lo cierto es que eso no llega a sucederme, porque en el camino esa idea se topa con la consciencia, que es la que me dice "Nicolás, ¿te acordás?", y ahí se me vienen una serie de recuerdos nefastos.
Cualquiera diría que lo primero que me acuerdo a la hora de no querer estar con él para nada es la infidelidad, pero no. La imagen que más me confirma que el lugar en el que estoy hoy es el correcto, es la de mí misma infeliz, quejosa e insatisfecha.
Nicolás ya no es un hombre que me atraiga en ningún sentido.
Es el fiel recuerdo de lo aburrida que puede ser la vida.
¿Celos?
No, gracias.