Me pareció muy difícil adaptarme a una ciudad con una escala tan diferente a todas las anteriormente conocidas. Todo era demasiado grande, demasiado alto, apenas podía encontrar el cielo.
Casi sin querer me senté en las escalinatas de la catedral de San Patricio (5ta. avenida y 48) y comencé a observar lo que pasaba delante de mis ojos. El Rockefeller Center con su inmensidad me invitaba a cruzar la calle. Luego de quince minutos me fui acostumbrando a tanta diversidad: negros, blancos, orientales, árabes con su ropa característica, gente rara, gente común, jóvenes bien vestidos con sus portafolios patinando apurados.
Un tránsito muy lento donde veía pasar autos increíbles, limusinas muy largas, mateos con turistas, mendigos, millonarios, hippies, oficinistas, mujeres hermosas muy maquilladas, vendedores de carteras de marcas famosas que desaparecían al aparecer la policía...
En ese lapso me enteré de la moda actual, las propagandas de los colectivos me anunciaban las novedades de Broadway, y mil cosas más que tienen que ver con el interés de cada uno.
Y me resultó útil ese pequeño descanso. Hágalo usted también y estará listo para ser parte de la multitud que recorre la ciudad día tras día.