
Esta afirmación supone un relajo: está todo dicho, ya me casé o convivo, estamos hechos el uno para el otro, yo nunca cometería un engaño, yo no soy así. Dar por sentado una forma de pareja es no entender la naturaleza de un vínculo y de nosotros mismos. En definitiva, somos seres cambiantes (cambiamos nuestros gustos, nuestra manera de pensar, las posiciones en la cama, corremos nuestros límites). Si observás cómo eras hace diez años, seguramente descubrís que si soñabas con un rugbier, te enamoraste de un bohemio; o que si querías una familia Ingalls, la tuya está formada por los tuyos, los míos y los nuestros.
Cada elección que tomaste viene con yapa y no queda otra que aceptarla. Además, nada es estático y menos la pareja, donde dos son los que cambian, y donde dos son los que tienen que adaptarse a las nuevas modalidades del otro. Esto significa que, para mantener un pacto, hay que estar atenta: de la confianza al desinterés hay un solo paso, entonces lo importante es que pongas la atención en nutrir tu relación. Generá un hábito de conexión con él, estén al tanto de lo que les pasa, incluso hablen de los fantasmas de la infidelidad (todos los tenemos), hablen de sus miedos, de sus experiencias pasadas en que fueron engañados o engañaron, y resignifiquen todos los días su pacto. Son muy pocas las mujeres infieles que buscan lastimar al otro, la mayoría vive una pasión que no pudo evitar, porque no supo pedir y conseguir aquello imprescindible que necesitaba y que no necesariamente le correspondía al hombre entregárselo.
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