Etiopía es un país de grandes contrastes. Regiones subtropicales con vegetación exuberante, caudalosos ríos, lagos y las maravillosas cataratas del Nilo Azul. Y sabanas áridas, de arbustos duros y espinosos entre los cuales de tanto en tanto aparecen arbolitos parecidos a un palo borracho en miniatura, llenos de flores fucsias.
El Norte, cristiano ortodoxo, con su legado histórico, exhibe las bellísimas iglesias monolíticas de Lalibela y los pequeños monasterios construidos sobre las islitas del lago Tana. Todos con maravillosas pinturas que representan escenas de la Biblia, cuyos personajes tienen los rasgos típicos del etiope puro: piel café con leche, ojos grandes y rasgados hacia abajo, cabello negro y ondulado. Cada monasterio asegura que guarda en su interior el Arca de la Alianza, traída por Menelik I, hijo de Salomón y la reina de Saba... pero nunca nadie la vio. También está la ciudad de Axoum, que, según dicen, fue la antigua capital del reino de Saba, con sus grandes obeliscos que, tras las recientes excavaciones, marcan el emplazamiento de las tumbas de los reyes de un antiguo reino. Uno de estos obeliscos fue transportado a Roma por las tropas de Mussolini en 1937 y ubicado cerca del circo máximo hasta 2005, año en que fue devuelto a Axoum.
El Sur, animista, con sus tribus primitivas, Mursi, Hamar, Karo, Konso, Borana, todas etnias diferentes, a tal punto que las distintas lenguas no les permiten comunicarse entre sí.
Y finalmente el este musulmán, con la encantadora ciudad de Harar, detenida en el tiempo, hoy Patrimonio de la Humanidad, rodeada por una antigua muralla. Harar es la cuarta ciudad santa del islam, después de La Meca, Medina y Jerusalén, y tienen 99 mezquitas, algunas pequeñísimas.
En Harar conviven las antiguas casas, el mercado de qat (equivalente a la coca, que los hombres mascan continuamente) y las tradicionales hienas, que antiguamente entraban en la noche a la ciudad por agujeros entre las murallas y la mantenían limpia. Hoy se las mantiene por tradición. Harar es, finalmente, la ciudad donde el poeta Arthur Rimbaud pasó los 10 últimos años de su vida (1881-1891), organizando caravanas que transportaban oro, pieles y marfil al Mar Rojo, y también fue traficante de armas.
Vale la pena visitar Etiopía, como tantos otros países africanos. Según un dicho francés: quien fue una vez a Africa, siempre piensa en volver.
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