Los que han viajado solos, con amigos o en pareja saben que, cuando se tiene un hijo, todo el asunto de conocer un destino cambia bastante. Es más difícil hacer cosas que antes se daban por sentado. A saber: pasarse el día al sol como un lagarto en la playa; demorarse mil horas en un museo; cenar en un restaurante de comida molecular, o irse de copas y volver tambaleando al amanecer. No estamos diciendo que viajar con un bebe sea aburrido, pero sin la preparación adecuada puede terminar siendo un programa chino. Aquí van entonces algunos tips para padres primerizos que arman la valija y se lanzan a la aventura.
1 Nadie te va a dejar pasar. Es importante saber que, si se arma una cola en el aeropuerto o en un check in cualquiera, nadie se va a apiadar del prójimo porque esté con un niño. De hecho, la gente se fastidia un poco cuando ve a padres felices cruzando Migraciones casi sin frenar la marcha. Pero cuidado: la portación de bebe no otorga inmunidad alguna. Hay que ganársela por derecho propio. El consejo en este caso es que, ante la menor aglomeración, hay que meter la trompa del carro para que nos dejen pasar, como si uno fuera un taxista prepotente en medio de un caos de tránsito.
2 Evitar barrios antiguos y ciudades con pendiente. El mejor amigo del carrito del bebe es el asfalto liso y llano. Por eso, en los barrios coloniales, que conservan sus empedrados de antaño, avanzar con el bólido infantil es una pesadilla (hagan la prueba con el casco histórico de Colonia). El resultado es que los padres terminan cargando al muchachito y también el carro, al mejor estilo Ekeko, con el sabido dolor de espalda y cintura. Tampoco es buena idea irse de vacaciones a ciudades con mucha pendiente. Si usted tenía un pasaje para San Francisco, por ejemplo, cámbielo de inmediato.
3 El sol no es amigo de nadie. El sol resulta bastante asesino entre las 10 y las 17, y todos saben que es una misión imposible retener al infante en el escaso diámetro de la sombrilla. Si antes de ser padres, el Caribe y las arenas desiertas del norte de Brasil resultaban una opción genial, ahora ese paisaje se asemeja más a los dominios del rojizo Lucifer. Lo mejor entonces es encontrar una playa con mucho bosque o quedarse en la piletita del hotel, no sea cosa que la familia entera termine siendo una parrillada para tres.
4 Chau restaurantes con onda. Siempre es lindo ir al restó más canchero de la ciudad y ser atendido por una moza con un arito en el ombligo, que nos saluda con un hola chicos, aunque tengamos 40. Pero con un hijo, los comederos con onda son un dolor de cabeza. Esto hay que anotárselo a fuego: si el salón no tiene sillita para chicos y no nos atienden medianamente rápido, mejor ni entrar, aunque cocine Francis Mallmann.
5 El helado es Dios. Para ser feliz en una cena con un chico de menos de 2 años, es importante anticiparse a los platos. Antes de entrar al restaurante hay que apalabrar al encargado para que haga marchar un puré de papas antes de estar sentados. Y para degustar tranquilos el plato principal se debe encargar el helado del niño casi al mismo tiempo, de manera que con una mano se enroscan los tallarines del adulto y con la otra se inserta la cucharita en la boca del pequeño.