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Pequeños llaneros solitarios

Niños que viajan solos: precios, trámites y... la preocupación de los padres que esperan




La pequeña, de 10 u 11 años, se sienta en el primer asiento del avión, erguida y silenciosa, disimulando los nervios. Asiente o niega con la cabeza las preguntas de la azafata sin despegar los labios.
Los pasajeros le cruzan una sonrisa cómplice o alguna palabra tranquilizadora, pero es probable que ningún compañero de vuelo sepa de primera fuente cómo se siente la niña porque, custodiada por el personal de a bordo, llega primera a la nave, sale en último lugar para pasar los controles con la tripulación y ser entregada a quien la espera en destino.
Antes la despidió en el origen otro adulto. Para embarcarla debió hacer la reserva como UM, que es como identifican las aerolíneas a los menores no acompañados (del inglés, unaccompanied minor ). En la mayoría de las líneas aéreas se entiende que son mayores de 5 años y menores de 12, pero las edades pueden variar según la política de cada empresa. En estos casos, también varía si el valor del pasaje mantiene o no los descuentos por ser menor de edad (67% de la tarifa, por lo general) y si incluye o no el costo de este servicio, que en vuelos internacionales puede ir de 50 a 100 dólares por tramo.
Hay, por ejemplo, compañías que sólo cobran la tarifa completa y no un cargo extra. Hay líneas como Pluna que ofrecen acompañamiento constante durante el vuelo. Pagando el 50% de un boleto completo, una empleada se quedará en el asiento vecino. Lan, por su parte, limita a cuatro el número de UM por vuelo. Aerolíneas Argentinas, la principal aerolínea en el país, no tiene particularidades en su política sobre los UM y cobra un extra de 15, 30 o 60 dólares según sea cabotaje, regional o internacional.
Al momento del check in se debe presentar la documentación que autoriza ante escribano público el viaje del menor y la información correspondiente a la persona que lo recibirá al llegar. Si hay un aeropuerto de transbordo, las aerolíneas pueden tener disponible salas especiales de espera.
Después del papeleo, a la chiquita le colgaron al cuello un sobre plástico con la documentación y los papeles importantes. Y se la llevaron de la mano dejando al adulto en la estación con la consigna de que espere hasta que el avión haya despegado.
Desde ese momento, el mayor responsable del embarque queda expectante, con el corazón en la boca. Y piensa... Piensa si el ambiente aséptico y controlado del aeropuerto es una garantía de la seguridad que rodeará a la cría en su travesía. Piensa si se sentiría diferente si la escena fuera en la Terminal de Omnibus de Retiro y se quedara con la mano bamboleante en medio de la Corte de los Milagros en que se ha convertido ese edificio. Piensa que, aun con los brillos de la infraestructura aeronáutica, la compañía colombiana Aires olvidó en abril último a dos niños en la sala de espera de El Dorado, Bogotá, hecho que trascendió especialmente por la casualidad de que eran los hijos de la productora de noticias de Caracol TV, que se encargó de ventilarlo a diestra y siniestra.
Una piensa en esa misma niñita que acaba de despedir, pero cuando la dejó cargada con mochila y bolsa de dormir que doblaban su tamaño en la primera salida de campamento escolar. ¿Cuándo pueden viajar solos? ¿Cuándo dejan de extrañar? ¿Dejan de extrañar alguna vez?
También piensa en la meteorología y la reputación de la aerolínea, arma un collage mental de las noticias escuchadas recientemente (paros, piquetes, robos de equipaje, accidentes, etcétera) tratando de establecer un mapa quimérico de los riesgos.
Piensa y piensa, pero no puede recordar el momento en que tenía la edad de quien hoy está sentada en ese primer asiento del avión, con los labios apretados a 10.000 metros de altura, para saber en carne propia cómo se sentía.
Piensa por qué esa sensación de algo perdido, de una mano que se suelta mientras cruza la calle, de algo que está fuera de lugar. Sigue pensando como si no lo hiciera hasta que suena el teléfono y escucha la voz de la viajera, aliviada y orgullosa de su proeza.
Entonces vuelve a respirar.

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por Redacción OHLALÁ!


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